Esta enfermera encontró la carta que dejó una anciana antes de su muerte. Lo que leyó la remeció por completo

En tiempos en donde la población del mundo envejece, pareciera ser que nos mostráramos más indolentes frente a toda nuestra tercera edad

Esta enfermera encontró la carta que dejó una anciana antes de su muerte. Lo que leyó la remeció por completo

Autor: Carlos Montes

Foto: Elperlanegra.net

En tiempos en donde la población del mundo envejece, pareciera ser que nos mostráramos más indolentes frente a toda nuestra tercera edad. Desde las pensiones indignas hasta los pequeños maltratos diarios que reciben por parte nuestra, hacen que esta etapa en la vida de nuestras y nuestros abuelos sea simplemente la peor.

La carta que les mostraremos a continuación fue encontrada por unas enfermeras de una casa de reposo en España. La autora era una abuelita que había permanecido un buen tiempo en el asilo y que vivía sus días en soledad -sus familiares no la visitaban- y que parecía transitar entre el malhumor y el no reconocimiento de lo que pasaba a su alrededor.

Sin embargo, el mensaje que una de las enfermeras halló en su habitación tras su muerte parecen ser el mejor mensaje para todas y todos quienes aún no hemos llegado a esa etapa de la vida y no nos hemos hecho cargo de acompañar a todos nuestros ancianos.

Date un momentito para la lectura y simplemente piensa qué estás haciendo tú:

«¿Qué ven ustedes, enfermeras? ¿Qué ven? 

¿Qué piensan cuando me ven? 

Una vieja cascarrabias, no muy lista. 

Con hábitos extraños y mirada distante. 

A la que la comida le cae por la comisura de los labios y nunca responde. 

A la que dicen en alto: «Al menos podría intentarlo».

Que parece no darse cuenta de las cosas que hacen. 

Y que siempre pierde algo. ¿Un calcetín o un zapato? 

Que, oponiendo resistencia o sin oponerla, deja que hagan lo que quieran. 

Que ocupa sus largos días con el baño o la comida. 

¿Es eso lo que piensan? ¿Es eso lo que ven? 

Pues entonces abran los ojos, enfermeras, ustedes no me ven. 

Les diré quién soy, ahora que estoy sentada haciendo lo que me dicen y comiendo cuando me lo piden:

Soy una niña de 10 años, con padre y madre, hermanos y hermanas, que se quieren. 

Una chica de 16 con alas en los pies, que sueña con encontrar pronto el amor. 

Una novia con 20, a la que el corazón le brinca. 

Que recuerda los votos que prometió cumplir. 

Que con 25 ya tiene sus propios niños, a los que ha de guiar y dar un seguro hogar.

Una mujer de 30, cuyos hijos crecen rápido. 

Unidos los unos a los otros con lazos que han de durar. 

Con 40, mis jóvenes hijos han crecido y se han ido. 

Pero mi marido está conmigo para que no entristezca. 

Con 50 vuelven a jugar bebés en mi regazo. 

Volvemos a conocer a niños, mi amor y yo. 

Días oscuros sobre mí, mi marido ha muerto. 

Miro al futuro y me estremezco. 

Mis hijos tienen sus propios hijos. 

Y pienso en los años y en el amor que conocí. 

Yo soy ahora una vieja. La naturaleza es terrible. 

Me río de mi edad como una idiota.

Mi cuerpo se viene abajo. Gracia y fuerza se despiden.  

Ahora solo queda una piedra, donde latía un corazón. 

Pero en esta vieja carcasa aún vive una mujer joven. 

Y mi maltrecho corazón se hincha.

Me acuerdo de las alegrías, me acuerdo de las penas. 

Y vivo y amo, todos los días. 

Pienso en los años, tan pocos y que se fueron tan rápido.

Acepto el hecho de que nada puede quedar. 

Así que abre los ojos. Ábrelos y mira.

Nada de vieja cascarrabias.

Mira más de cerca. ¡Veme a MÍ!»


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