Tribus urbanas de ayer y de hoy: Pokemones

Ya he mencionado un par de veces que soy muy partidaria de las notas livianas que hablan de trivialidades

Por CVN

23/05/2015

Publicado en

Tendencias

0 0


Ya he mencionado un par de veces que soy muy partidaria de las notas livianas que hablan de trivialidades. Y como es de costumbre, esta es una de ellas. Es una nota del recuerdo. De un recuerdo que no es tan relevante para conservarlo en libros de Historia, pero que tampoco es demasiado intrascendente como para que lo dejemos en el tintero para siempre.

Esta es una nota para recordar a la vieja oleada de tribus urbanas que se fue desvaneciendo en la medida que pasó el tiempo: cuando sus adherentes abrieron los ojos a la realidad, a cortarse el pelo y a mirarse en el espejo.

También este mismo tipo de nota, en otro momento intentará traer a la palestra, esta nueva oleada de tendencias que seguramente usted ya ha visto transitando por Starbucks, comprando té chai en alguna tienda naturista, en una de estas bicicletas con canastito cuan Amelié Poulain, o endeudándose a 36 cuotas por el Iphone seis.

Enumeraremos un par de las antiguas. El día de hoy el infaltable fetiche de las tribus urbanas: los pokemones .

Tengo que decirles que yo fui pokemona. Y les cuento porque en realidad no me avergüenzo de eso, pero tampoco me enorgullezco lo suficiente como para volver a escarmenar mi pelo y ponerme toda esa cantidad horrorosa de pulseras flúor que regalaban en las fiestas de tarde.

Fue lindo mientras duró. Era interesante porque movilizaba a un montón de gente y más aún cuando de manera tardía, como siempre, la tele se dio cuenta de que las tribus urbanas vendían. Así que hubieron programas como yingo que se hicieron la américa vendiendo la relación de Arenita con Karol dance, y sacando personajes que no tenían ninguna relevancia fuera de sus propósitos estéticos como el claro ejemplo de Canessa y Hardcorito, cuyo talento era tener un par de trenzas. Porque claro, era hardcore.

A nivel mediático los pokemones fueron cosa seria. Salían en los matinales haciendo pasos de reggaeton y contando sus escasas tradiciones. Les hacían notas en los programas, los comparaban con las pelo lais, y enseñaban como lograr el look pokemon. Aunque para términos bien estrictos, si hubo un emblema, una cara, y un programa que festinó con las desventuras de personas que pertenecían a estas tribus, fue el diario de Eva. Que además, implícitamente era el escenario para cumplir con una competencia en ver quién aparecía en televisión con el pelo más largo, más teñido, con más orificios en el cuerpo y con más maquillaje en la cara.

Porque todos eran especiales, todos querían ser distintos aunque eso supusiera que fuesen todos de la misma forma. Demás está decir que esa competencia la perdió Jorge, el niño al que su mamá no dejaba ser hardcore y del cual siguen transitando memes. Lo sentimos Jorge.

Ser pokemón tenía otras implicancias. Para ese entonces las plataformas sociales que se ocupaban en Chile con más auge eran Messenger, Fotolog y en menor medida Myspace. Fotolog fue indiscutiblemente un fenómeno. Muchos pololeos se originaron ahí. La interfaz de fotolog te permitía subir una foto y tener acceso a veinte comentarios de personas conocidas o desconocidas. Si conocías a las personas las agregabas a Messenger y eso que significaba un grado más de confianza también significaba un poco más de cercanía.

Pero volvamos a fotolog. Se podía ser un simple mortal común y silvestre, como se podía ser Fotolog Gold. Que costaba casi o un poco más de tres lucas y permitía subir un montón de fotos por día, además de casi 300 comentarios. Un pokemon que se respetara era gold.

Pero uno que se respetara más aún, era animador de alguna disco en Santiago que empezara en la tarde, tocara reggaetón durante toda la jornada e hiciera concursos en los que todos los pubertos participaban sin reparos por lo gracioso que les parecían los concursos sin considerar lo sobresexualizados que estaban.

No olvidar que en ese entonces se ponceaba, y poncear no era lo mismo que pinchar porque poncear requería necesariamente besar a tres o más personas en la noche (o tarde) en lo que duraba una fiesta que no vendía alcohol, puesto que estaba diseñada para menores de edad, que hacían previas tomando lo que pillaran para luego exudarlo todo bailando canciones de Franco el Gorilla o Jadiel (que en paz descanse) o de cualquier otro reggetonero que en una ocasión u otra se presentaban en estos mismos lugares.

El pelo, la ropa, las formas y las condiciones propias de estas personas se fueron desvaneciendo mientras se iban dando cuenta de que su forma de vida no tenía ningún sustento válido, más que en el que tanto ellos como su grupo se convencían. Y se marchitaron. Lentamente se fueron cortando el pelo, las coronas y las zapatillas con los calcetines por dentro.

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones

Comparte ✌️

Comenta 💬