La deuda del nacionalismo hindú con el colonialismo

La ideología del nacionalismo hindú se basa en una historia de la era colonial, que retrató, de forma errónea, el pasado de la India como un eterno conflicto entre hindúes y musulmanes, una narrativa distorsionada que ahora se utiliza como arma para alimentar políticas dominadas por la mayoría.

La deuda del nacionalismo hindú con el colonialismo

Autor: El Ciudadano
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La ideología fundacional de la Asociación de Voluntarios (Rashtriya Swayamsevak Sangh, RSS) y del nacionalismo hindú se inspira en el fascismo europeo; constituye una herencia intelectual directa de la historiografía colonial británica. Administradores coloniales como James Mill y Henry Elliot construyeron una historia distorsionada de la India, dividiéndola en una «edad de oro» hindú y una «edad oscura» de despotismo musulmán que legitima el poder. Al adoptar este esquema colonial, el nacionalismo hindú sigue perpetuando una historia desfigurada como arma para movilizar el miedo, el odio y para que impere el orgullo de la mayoría, con graves consecuencias para la sociedad india contemporánea.

Por Sajjad Hassan

La Asociación de Voluntarios (Rashtriya Swayamsevak Sangh, RSS) celebró su centenario este septiembre. 

Es mucho lo que se sabe sobre cómo la RSS se inspiró en los movimientos fascistas de la Europa de la preguerra. MS Golwalkar, ideólogo de la RSS, admiraba a la Alemania nazi porque “había conmocionado al mundo al purgar al país de sus razas semíticas”, “para conservar la pureza de la raza y su cultura”. La RSS también adoptó las formas y los métodos de entrenamiento militar de los fascistas italianos. 

Sin embargo, no se sabe cuánto le deben al colonialismo británico la RSS y el nacionalismo hindú, especialmente por haber aceptado de forma entusiasta la construcción histórica de la India, por parte de los colonialistas británicos, impulsada principalmente por la religión y  centrada únicamente en el conflicto hindú-musulmán. La forma en la que se conoce a la India, su historia e identidad, erigida por los británicos para servir a sus intereses coloniales ha permanecido más o menos inalterada como una «sabiduría que se transmite» en el mundo académico tanto en los libros de historia de la India, como en la literatura y la cultura popular. Este artículo pretende describir cómo la historiografía occidental del país hindú todavía determina el conocimiento distorsionado que tenemos sobre su pasado, y dirige la movilización del miedo, el odio y el orgullo de los nacionalistas hindúes, con graves consecuencias para la India de hoy en día. Desafiar al mayoritarismo será prácticamente imposible sin antes liberarse del grillete orientalista. 

VD Savarkar, el principal ideólogo del nacionalismo hindú, creía que la India era especial por su pensamiento y que era el hindutva, o  la hinduidad, lo que le daba al país una identidad clara. Los elementos esenciales de esa identidad, argumentó Savarkar, eran su territorio sagrado: Aryavarta, tal como se define en los Vedas; una raza, los hindúes, descendientes de los padres védicos y habitantes de Bharat desde la antigüedad; y la lengua, el Sánscrito, la mejor de todas y un pilar de la identidad hindú junto con el hindi. Savarkar creía que la supremacía hindú en la India estaba amenazada por la presencia de los no hindúes.

Savarkar consideraba que los musulmanes, en especial debido a su panislamismo, su predisposición agresiva y su mejor organización, podían superar tácticamente a los hindúes, quienes estaban «decaídos y divididos en muchas castas y sectas».  Estos pensamientos fundamentales sobre la India, los musulmanes y los miembros de la comunidad hindú, entre otros, determinan hasta el día de hoy la política y el modus operandi de los nacionalistas hindúes.

Al conceptualizar la India y al articular el discurso sobre las minorías, sobre todo los musulmanes, los pensadores nacionalistas hindúes se limitaban a seguir el camino trazado por los historiadores coloniales, y la historia sobre el país que estos escribieron, mientras se establecían para administrar la extensa colonia.

El relato de esta historiografía comienza en los primeros años del dominio colonial, con la creación de establecimientos comerciales en Calcuta, Madrás y Bombay. Junto con la adquisición de territorios por parte de la Compañía Británica de las Indias Orientales se produjo la captura de textos y conocimientos a lo largo del siglo XVIII, en el que las figuras coloniales adquirieron, digirieron y reprodujeron conocimientos sobre la India con el fin de proporcionar un discurso legitimador para su dominio.

Entre las primeras figuras se encuentra Alexander Dow, oficial de la Infantería de Bengala, quien escribió la Historia del Indostán (1768), con una secuela cuyo subtítulo es «Disertación sobre los orígenes y la naturaleza del despotismo en el Indostán». William Jones, juez del Tribunal Supremo de Calcuta y fundador de la Sociedad Asiática de Bengala (1784), creó la cronología de la India de «cinco mil años», así como el discurso de la era dorada de la India, de la no violencia y la tolerancia, antes de la conquista musulmana y la posterior «decadencia» que le siguió; además de sugerir el origen común del sánscrito, el latín y el griego. 

Más adelante, en la «Historia de la India Británica (1817), James Mill consolidó la división tripartita de la historia india como la India premusulmana y musulmana, donde la primera es antigua, autóctona y la edad de oro de los hindúes; y la segunda extranjera y tenebrosa, musulmana.

Esto sentó las bases para el surgimiento de la tercera fase:  la India Británica liberal y moderna. Posteriormente, Henry Elliot, secretario del Gobierno de la India en la Oficina de Asuntos Exteriores, estableció el estudio archivístico La India mahometana (1853) como una época lúgrube, que describía perfectamente la concepción de los musulmanes como invasores extranjeros, representados por Mahmud de Gazni y la temática de sus 17 incursiones en la India.

Hoy, la historiografía contemporánea lo desmonta. El historiador Manan Asif demuestra cómo, en las crónicas de los administradores eruditos, se formularon varios argumentos fundamentales que sentaron las bases del conocimiento de la India: que la verdadera historia de la India tenía cinco mil años de antigüedad; que, en oposición a la cronología natural de los antiguos reyes hindúes, y la lengua sánscrita de la edad de oro, se impuso la cronología de los invasores extranjeros de la Edad Media y los saqueos, incluidas las conquistas de Mahmud bin Qasim (712 d.C.), Mahmud Ghazni (990 d.C.) y Babur (1526 d.C.).

Este entramado de ideas determinó que los musulmanes eran extranjeros en la India, y que su única relación con los habitantes nativos se reducía al despotismo. «En estas crónicas, la conversión forzada y la destrucción de templos se presentaban como los indicadores de que los musulmanes en el Indostán eran extranjeros; y los gobernantes mogoles, considerados su máxima expresión, eran descritos como fanáticos, lascivos y violentos, un dominio bajo el cual, según los relatos, los habitantes hindúes habrían sufrido durante mucho tiempo», explica Asif.  Con la difusión de este relato sobre la India, los colonialistas sentaban las bases para legitimar el dominio británico, como un proyecto emancipador, que salvara al subcontinente indio del yugo extranjero de los musulmanes.

Al escribir esta historia, los historiadores coloniales recurrieron a los prejuicios sobre el islam y los musulmanes que ya existían en el imaginario europeo, en el que, en palabras del Papa Urbano II, se  les acusaban de convocar las Primeras Cruzadas (1095 e.c.), de ser una «raza malvada». De la misma manera se interpretaba la historia islámica como violenta y colonizadora, representada por la imagen de la espada del islam. 

Tras el motín de 1857, cuando los británicos culparon sobre todo a los musulmanes, todavía se afianzaron más estos perjuicios, que estaban latentes en historiadores coloniales que con frecuencia manifestaban una islamofobia explícita, como podemos comprobar en este extracto de Alfred Lyall, oficial del Servicio Civil de la India (ICS, siglas en inglés) y Teniente Gobernador de las Provincias del Noroeste:   

Los mahometanos, con doctrinas claramente agresivas y una espiritualidad despótica, siempre serán una inquietud para nosotros, siempre que sus nociones teológicas continúen en ese estado de intransigencia e intolerancia, cuyo principal cometido no es otro que prevalecer y, si fuera necesario, perseguir.

Esta fue la trayectoria histórica de la India que asimiló la clase emergente del país, producto del dominio británico y la educación inglesa, y que interiorizó los mensajes clave que transmitía. Alex Padamsee, estudioso de la literatura poscolonial, muestra cómo la historiografía británica ayudó a educar a las generaciones posteriores de indios «con una mentalidad polarizada cada vez más susceptible a la lógica de la partición étnico-religiosa», tal y como ilustran las novelas históricas bengalíes del siglo XIX escritas por Romesh Chander Dutt (Banga Vijeta) y Bankim Chandra Chatterjee (Anand Math), entre otros, las cuales reafirmaron las alegaciones de los historiadores coloniales sobre la extranjería y el despotismo de los musulmanes.

Tendencias similares en el desarrollo de la literatura hindi en Uttar Pradesh de aquella época contribuyeron a facilitar la construcción de un pasado hindú-indostano, además del éxito del proyecto carente de escrúpulos de legitimación colonial, como lo demuestra el historiador Sudhir Chandra al citar al ensayistaRadhacharan Goswami (Bharat Mein Yavan Raj, dominio musulmán en la India), quien hizo que Vamdev (sabio hindú) le agradeciera al inglés:

«¡Victoria para Huzoor! Huzoor nos ha salvado a los indostanos de las garras de la muerte. Durante varios siglos, los musulmanes no nos han dado un respiro. Hoy, la expulsión de su Raj nos ha colmado de felicidad. Que Dios perpetúe a su Raj por siempre».

La partición del subcontinente en 1947 se articuló a partir de las propuestas de los políticos e intelectuales anticoloniales, tanto hindúes como musulmanes, que interiorizaban la narrativa colonial basada, tal y como indica Asif, en un entendimiento explícito de la diferencia como destino.

Los historiadores poscoloniales hoy demuestran que las fuentes y los archivos que los historiadores coloniales reorganizaron y compartimentaron para elaborar su versión de la historia, en términos hindúes y musulmanes, en realidad presentaban una versión diferente de la India, que no clasificaba divisiones ni priorizaba el poder político.

En este contexto, el texto principal es el Tarikh-i-Firishta, la «primera historia completa y exhaustiva» del Indostán, escrita por el historiador del Decán del siglo XVII Mohammad Firishta, y que constituyó la fuente de los textos coloniales seminales sobre la India. Manan Asif nos informa que la historia de la India de Farishta era, en realidad, muy diferente: partía de las historias y los héroes hindúes e islámicos, en las que se encuentran Krishna y Rustam; la suya comenzaba con el Mahabhárata; establecía una cronología basada en la concepción brahmánica del tiempo, en lugar de la coránica; destacaba la  gran variedad de creencias en el Indostán y proporcionaba una genealogía de lugares del país que «no eran ni hindúes ni musulmanes pero que estaban entrelazados en contrapunto».   

Sayyid Ahmad Khan, más conocido por fundar la Universidad Musulmana Aligarh, escribió una historia de Delhi que ofrecía un relato también entrelazado de la ciudad imperial. Además de un catálogo detallado del  vasto repertorio de monumentos, Asar us Sanadid (1852) mostraba una crónica vivida de la Delhi contemporánea, que incluía el registro de prácticas religiosas y sociales en sitios históricos, como el festival de «Phool waalon ki sair», patrocinado por los mogoles, y que se centraba en el altar de Sufi Bakhtiyar Kaki, así como en el templo Jog Maya adyacente. A diferencia de su coetáneo Alexander Cunningham, primer director del Servicio Arqueológico de la India y responsable de catalogar en 1863 los sitios históricos de Delhi organizados por regímenes, Khan proporcionó una crónica detallada de los últimos doscientos años, incorporando la idea de Delhi dentro del contexto del Mahabhárata y valiéndose de la cronología de los reyes de Delhi de Yudhishtra.

Fue esta historia vinculada a la India la que borraron los colonialistas, ya que elaboraron una fundamentada en sus propios sesgos orientalistas y diseñada para cumplir sus objetivos coloniales. Los nacionalistas hindúes, como los principales “herederos intelectuales” del colonialismo británico, adoptaron y utilizaron como arma el relato derivado de la India para satisfacer sus propios juegos de poder contemporáneos.   

El ex primer ministro y miembro vitalicio de la RSS, referencia de AB Vajpayee –en su discurso a los miembros del BJP tras los pogromos de Gujarat de 2002– sobre el despotismo del «terror y las amenazas» de los musulmanes, y su insistencia en que «dondequiera que vivan los musulmanes, no les gusta coexistir con otros», se hace eco de lo expresado por funcionarios del ICS como Lyall. Los líderes actuales de la RSS y del BJP recurren constantemente, como arma, a un discurso colonial similar; el del conflicto de mil años entre los “invasores» musulmanes y los hindúes;  las conversiones forzadas y la destrucción intencionada de los templos; y la imagen de una sociedad hindú «decaída» y «dividida» que debe unirse y revitalizarse para buscar venganza y recuperar la  edad dorada hindú, mientras movilizan el miedo, el odio y el orgullo propio reavivado con el fin de mantener el poder político.    

La legitimidad atribuida al saber colonial sobre la India –que no solo ayudó a mantener el dominio colonial, sino que perdura hasta hoy y repercute en la trayectoria política de la India posindependiente– se debe desafiar si queremos preservar el espíritu de la India. La historia «decolonial», una corriente consolidada en el mundo académico, debe incorporarse al debate popular para lograr avances importantes. El hecho de que la historia de la India se esté reescribiendo hoy para omitir y ofuscar aún más evidencia que esta misión es todavía más apremiante.

*Sajjad Hassan es investigador y defensor de los derechos humanos.

*Foto destacada: Colección de Arte del Museo de San Diego.

*Artículo publicado originalmente en WIRE


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