Donald Trump nos acecha en cada pantalla. Satura nuestro mundo. Aparece por todos lados, en todas las informaciones y opiniones, en las de política y en las de finanzas, en las de cultura y en las de ecología, en las nacionales y en las internacionales, en las de Palestina y en las de Ucrania, México, Argentina, Rusia, Canadá y hasta Yemén y Groenlandia.
Es de pronto como si cualquier noticia pudiera tener la cara de Trump. Esta cara se convierte en una máscara más del mundo y del fin del mundo. No vemos la catástrofe que está ocurriendo porque se nos presenta enmascarada en Trump.
Es verdad que el presidente estadounidense es una elocuente personificación de todo lo que va mal en el mundo, pero todo esto es desatendido a cada momento para atender a la escandalosa y reconfortante caricatura que reclama toda nuestra atención. Trump nos impide concentrarnos en lo que hay detrás de él. Nos distrae, por ejemplo, de los miles de niños, mujeres y ancianos que están siendo hambreados y masacrados ahora mismo en Gaza por algo que no es ajeno al mismo Trump.
Los desplantes de Trump merecen más titulares y opiniones que las matanzas perpetradas por sus aliados israelíes. En lugar de volcar todo nuestro pensamiento a los palestinos, pensamos constantemente en Trump, en sus decisiones, palabras, amenazas, intenciones y estrategias. Nuestra obsesión con Trump nos hace olvidar incluso lo que Trump representa, aquellos a quienes representa, los identificados con él, quienes lo votaron, aquellos por quienes existe, quienes lo siguen, lo apoyan, lo elevan.
Lo que sostiene a Trump, lo mismo sostenido por Trump, desaparece detrás de él o aparece desenfocado, como lo accesorio en el fondo más remoto del escenario. La masa trumpista no recibe la atención que merece. Es por esto, porque requiere ser atendida, que la utilizaré ahora como conejillo de indias para ejemplificar brevemente cómo puede ser disecada con algunas ideas tomadas casi al azar dentro de nuestro libro Más allá de la psicología social.
Vayamos capítulo por capítulo. El de Rosalind Morris nos hace atravesar el despliegue fantasmático del supremacismo blanco trumpista con su carga emocional de orgullo, arrogancia, desprecio del otro y sentimiento de superioridad. Atravesando todo esto, desentrañamos un fondo oscuro de inseguridad, temor y envidia, sobre todo envidia.
Los supremacistas blancos envidiarían a quienes atribuyen una identidad, como los negros, los hispanos y los musulmanes. Ellos, los otros, sí gozarían de una condición racial-cultural identitaria, ya que sabemos que siempre son los otros, como presentificaciones imaginarias del Otro de lo simbólico, los que gozan de aquello de lo que se goza, en este caso la identidad. Con sus marcados rasgos identitarios, los otros gozarían de una identidad que los supremacistas blancos tan sólo pueden aborrecer al sufrirla como una falta.
Desde luego que la falta de identidad no afecta más al supremacista blanco estadounidense que a los otros, pero esto el supremacista no lo sabe y es por esto que desprecia furiosamente a los otros, despreciándolos por no envidiarlos. Nosotros, gracias a la enseñanza de Freud, sí lo sabemos. Lo que sabemos, de modo más preciso, es que no hay aquí razón para la envidia, que el otro no goza más que yo, que no goza de más identidad que yo.
Sabemos que ni siquiera hay lugar para la identidad en la perspectiva freudiana. El psicoanálisis, como lo muestra Isabelle Alfandary, contiene una política de identificación con la que podemos cuestionar cualquier política identitaria, incluyendo la del supremacismo blanco de la masa trumpista. En la identidad que se adjudica esta masa, debemos desentrañar la identificación que la produce y la sustenta.
El proceso de identificación es precisamente el proceso de constitución de una masa como la trumpista. Esto es algo que Freud nos enseña ya en su Psicología de las masas y análisis del yo, remontándose hasta la horda primordial, que sería como una suerte de matriz estructural de las masas futuras. En ellas, el padre primitivo retornaría bajo la forma de un líder como Trump.
Es claro que la masa trumpista y otras actuales masas de la ultraderecha tienen la estructura de la horda. Lo que no parece tan claro es que esta estructura se encuentre en todas las masas, particularmente las más visiblemente horizontales. Es al menos lo que yo planteo en mi capítulo.
En mi capítulo, a partir de Paul Federn, distingo dos grandes tipos de masas. A la derecha, están las hordas verticales patriarcales-filiales, típicamente fascistas, descritas por Hobbes, Freud y Reich. A la izquierda, están las multitudes horizontales matriarcales-fraternales conocidas ya por Spinoza, distintivamente feministas y comunistas, pero no de un comunismo de partido, sino de consejo. Mi convicción es que a estas multitudes, tan diferentes de las Iglesias y los Ejércitos, no se les puede aplicar la teoría freudiana de las masas.
Para lo que sí necesitamos lo aportado por Freud es para pensar en una masa como la horda trumpista con su brutal y arbitrario padre Trump a la cabeza. Este padre, como bien lo señala Paola Mieli en su capítulo, rige la masa interiormente a través de su palabra desnuda, la cual, por su aspecto gozoso, puede resonar con el superyó. ¿Acaso la instancia interna superyoica no es ella misma una palabra desnuda como la de Trump? Como ella, es una palabra que goza obscenamente de su desnudez y que hace del goce un imperativo perverso.
La palabra de Trump es también como el discurso neofascista en dos aspectos destacados respectivamente por Paulo Sergio De Souza y por Betty Fuks. Uno, el destacado por De Souza, es el de garantizar que algo esté afuera, algo que estará en la posición de objeto que debe desecharse y que puede ser lo judío para la masa nazi o lo negro, moreno, inmigrante o musulmán para la masa trumpista. El otro aspecto en el que vemos coincidir el discurso del trumpismo con el del fascismo, un aspecto puesto de relieve por Fuks, es el uso de una suerte de neolengua como la de Orwell que vemos operar claramente en la forma en que se resignifican términos como inclusión, género e igualdad, llevando incluso a su reciente proscripción institucional.
Fuks observará cómo la neolengua se impone a través de los mismos algoritmos en los que se engendran las neomasas a las que se refiere Néstor Braunstein en su capítulo. Estas neomasas impersonales, ubicadas por Braunstein en el fondo trascendente virtual de los metadatos que subyace a la superficie inmanente de los datos, fueron las que votaron por Trump. Son masas tan imprevisibles como las del pasado, como también lo advierte Braunstein, pero sabemos que sus comportamientos pueden ser programados algorítmicamente por las mentiras que hoy deciden elecciones, como lo enfatiza Diana Kamieny Boczkowski.
Aspectos de la masa trumpista como los que acabo de evocar nos permiten compartir la conclusión con la que Rosario Herrera Guido cierra nuestro libro. Esta conclusión es que una masa como la trumpista está constituida no por sujetos en el sentido estricto psicoanalítico del término, sino por individuos funcionales para el Estado. Yo agregaría incluso que tales individuos, lejos de ser sujetos, son lo contrario, simples objetos, objetos de lo que los engendra y programa, objetos del goce de la palabra desnuda superyoica de Trump, objetos del capital del que Trump no es más una personificación más.
Los objetos constitutivos de las masas de la actual ultraderecha son manufacturados por los algoritmos de las redes sociales y por otros medios tecnológicos, pero también siguen siendo producidos por medios ideológicos tales como la psicología, la cual, precisamente por su función productiva, debe pretender ser objetiva. Se trata de objetivar masivamente lo que no tiene derecho a existir como sujeto. La existencia del sujeto como tal, como sujeto, va tornándose cada vez más un privilegio de reductos asediados como los del amor loco, el auténtico psicoanálisis, algunas comunidades indígenas, el arte inclaudicable y los movimientos radicales verdaderamente revolucionarios.
Por David Pavón-Cuéllar
Presentación de Más allá de la psicología social: Freud, las masas y análisis del yo (Ciudad de México, Paradiso, 2023) en la Universidad Veracruzana, Xalapa, Veracruz, jueves 11 de abril de 2025.
Blog del autor, 11 de abril de 2025.
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