El clima no espera:

La negación disfrazada de pragmatismo político

El medio ambiente no es un valor agregado: es el sustrato sobre el que se construye una economía moderna, justa y sostenible. Y cuando la política trata su emergencia como secundaria, no está siendo prudente —está siendo negligente.

La negación disfrazada de pragmatismo político

Autor: El Ciudadano
Versión PDF

Por Gonzalo Morales

En la actual arena política chilena, el alegato de que “la crisis climática es secundaria frente al empleo, la seguridad o la estabilidad económica” se ha vuelto una fórmula cómoda para muchos actores públicos. Se presenta como realismo responsable: hay que “priorizar lo urgente” —los salarios, los barrios, la delincuencia— y luego ver lo demás. Pero en realidad esa argumentación es un velo de negligencia.

Porque la evidencia científica no espera. No está en debate si el fenómeno existe o si afecta a Chile: lo hace, ya lo hace, y los impactos están sobre la mesa. Si uno revisa los informes recientes, se confirma que la huella humana es inequívoca en el cambio climático global, y que Chile, en su zona central, enfrenta una megasequía prolongada atribuible al forzamiento antropogénico. Negar o postergar no es prudente; es políticamente irresponsable.

Y, sin embargo, en debates oficiales o en la tribuna parlamentaria escuchamos que “la protección del ambiente” es un lujo que debe esperar, porque primero están “los puestos de trabajo”, “la inversión extranjera ”, “la desocupación”. Se olvida que los empleos, la producción y la seguridad dependen ya de recursos —agua, energía, infraestructura costera— que están siendo alterados por los fenómenos climáticos. Es decir: la crisis climática no es un tema aparte, sino el contexto silencioso en el que se juega la estabilidad social y económica.

Tomemos un ejemplo chileno: la megasequía en la zona centro del país. No se trata sólo de que no llueva lo suficiente. Afecta los caudales de ríos, la producción agrícola, la generación hidroeléctrica, los niveles de acuíferos. Sociedades rurales que previamente vivían de regadío y agricultura ahora se encuentran con menos margen de maniobra. Comunidades urbanas tienen que “ahorrar agua” con frecuencia. Las consecuencias —de producto— aparecen en menores ingresos, mayor volatilidad de los costos de producción, desplazamientos laborales. En otras palabras: lo que se descuida como “tema ambiental” repercute directamente en la economía real y en la vida de las personas.

Y luego está el otro extremo del espectro: los incendios forestales, las olas de calor, las marejadas costeras, la pérdida de glaciares andinos. En cada uno de esos eventos habita una señal de aviso que algo mayor está sucediendo. Quizás el sistema político y económico chileno está preparado para “un año seco” o “un mal verano”. Pero no para un cambio estructural del régimen hídrico, de los patrones de nieve, de la frecuencia de extremos. Postergar la adaptación significa que cada inversión en reparación futura costará más, y la factura la terminarán pagando las arcas públicas, las comunidades más vulnerables, los municipios desprovistos de recursos.

Porque si el agua no llega, ¿qué importa que haya empleo si la fábrica debe parar? Si el puerto se inunda por marejada, ¿qué importa que existan recursos si la logística colapsa?, ¿qué importa que haya inversión si se encarece la producción? Ese “otro problema” que debe esperar, ya está condicionando el presente.

Entonces, ¿qué hacer? Primero reconocer —desde los círculos de decisión— que el cambio climático no es “un tema técnico más” que se puede archivar, sino un contexto estructural que exige decisiones legítimas, informadas y urgentes. Segundo, desplegar políticas que integren empleo, economía, territorio y clima simultáneamente: por ejemplo, inversiones en energías renovables que generen empleo local; infraestructura hídrica que asegure producción agrícola y trabajo; ordenamiento costero que proteja puertos y caletas y asegure logística y empleo. Tercero, abandonar la narrativa de que adaptar o mitigar “es caro y posterable”: lo que es caro es no hacerlo, y lo que es irresponsable es pensar que el crecimiento puede seguir por el mismo carril climático que dejó de existir.

Finalmente, el medio ambiente no es un valor agregado: es el sustrato sobre el que se construye una economía moderna, justa y sostenible. Y cuando la política trata su emergencia como secundaria, no está siendo prudente —está siendo negligente. En la era del clima cambiante, lo verdaderamente importante no es elegir entre empleo o ambiente, sino reconocer que uno sin el otro se vuelve frágil y efímero.

El mundo avanza, y Chile debe decidir: seguir debatiendo si «esto es ideología ambientalista» o asumir que la estabilidad del país pasa por gobernar —ya— en un clima nuevo. No hacerlo es elegir un presente con deudas enormes para el futuro.

Por Gonzalo Morales

Fuente fotografía


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

Sigue leyendo:


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano