COLUMNA

COP30: Una crónica desde Belém

"Le pregunté a Google Gemini por la huella de carbono de este evento inmenso en el que participaron más de 50,000 delegados de casi 200 países y por supuesto, donde el transporte aéreo de estos asistentes sería el principal contribuyente. La respuesta fue que no hay una cifra pública y definitiva..."

COP30: Una crónica desde Belém

Autor: El Ciudadano
Versión PDF

Por María Fernanda Quiroz, Periodista

Desperté a las 6:30 de la mañana después de tener una pesadilla con mis padres. Ambos fallecidos. En el sueño, mi papá empezaba a sufrir cataratas en el ojo izquierdo, mientras que a mi madre intentaba convencerla de maquillarse y compartir una habitación con él en una casona colonial de Santiago. Desperté llorando. 

Nada de esto es relevante (o tal vez sí en términos de estrés inconsciente) si consideramos que horas después estaría viajando a Brasil, específicamente a la ciudad de Belém, puerta de entrada al Amazonas y sede de la COP30. 

La convención de las partes para el cambio climático de la ONU (COP) está planteada como uno de los eventos más relevantes a nivel mundial para discutir y acordar los términos de la acción climática de los países. Esto con el fin de evitar que el calentamiento global se siga incrementando (aunque la evidencia dice lo contrario), y por lo tanto, se mantengan las condiciones de desprotección y desigualdad para los que menos tienen y más sufren los vaivenes del clima. 

Llegué a Belém cerca de la una de la mañana del domingo 9 de noviembre y desde el lunes 10 al jueves 14 de noviembre, mi vida se transformó en una peregrinación dentro del Hangar Convention Center que cuenta con una área construida de aproximadamente 24,000 metros cuadrados. El sitio estaba totalmente encarpado, lo que lo hacía un poco asfixiante y debido a lo cual no se percibía el paso del día. Además, había muchísima seguridad  y personas que andaban con sus escoltas, como fue el caso del gobernador de California, Gavin Newsom. Sin duda, uno de los highlights de esta COP. 

Los primeros días, no habían recipientes diferenciados por tipo de residuo, así que no se podía reciclar. También se cayó la electricidad en un par de pabellones (entiéndase como un stand de mayor tamaño) no pudiendo llevarse a cabo un par de eventos y cualquier cosa que quisieras comer, no bajaba de los $8.000 chilenos. Por ejemplo, un café pequeño costaba $9.000, un trozo de pizza 100% individual $10.000 y un almuerzo normal $20.000. Escuché que estos son los precios estándar para las COPs, sin embargo, no por ello dejan de ser altos. 

Asimismo, todo se pagaba con una tarjeta tipo prepago especialmente impresa para la COP, la que se debía cargar previamente en “Caixa”. Si no alcanzabas a gastar el saldo, no podías recuperar el dinero, por lo que la mejor idea era regalarla a otra persona que siguiera asistiendo a la COP. Al menos fue lo que yo hice con la lamngen Islena Antumalen y sus compañeras, con quienes tuve la oportunidad de compartir un agradable momento en las cercanías de la Basílica de Nossa Senhora de Nazaré. 

Más allá de la experiencia profesional de cubrir un evento de envergadura mundial, sacarle fotos a la soa Bachelet y conocer un pedacito de esta ciudad puerto, lo mejor de asistir a la COP30, fue conocer a nuevas personas y a nuevas músicas (les recomiendo a Madame Gandhi). Asimismo, entender que el clima también es un escenario de negociaciones donde participan actores de diferentes tipos y no sólo se trata de buenas intenciones. 

De hecho, el evento que recién terminó el sábado 21 de noviembre, lo hizo sin mayores logros, sino más bien, con la tremenda deuda de reforzar y acelerar el desuso de los combustibles fósiles. Le pregunté a Google Gemini por la huella de carbono de este evento inmenso en el que participaron más de 50,000 delegados de casi 200 países y por supuesto, donde el transporte aéreo de estos asistentes sería el principal contribuyente. La respuesta fue que no hay una cifra pública y definitiva de las toneladas de CO2 equivalente emitidas por el evento. 

Dejando de lado la incoherencia de enfrentar la crisis climática generando desechos y una huella de carbono aún sin calcular, algo muy valioso de esta COP30 fue la cercanía y visibilización de los pueblos amazónicos (quienes también supieron imponerse) y en definitiva, con todo lo que tiene que ver con la cultura ancestral y su capacidad de cuidar y preservar la biodiversidad como algo que es parte de lo que son. Personalmente, esta COP instaló en mi un interés fidedigno por las culturas originarias, el que fue reforzado en mi visita a la exposición del fotógrafo Araquém Alcântara en la Estación das Docas.

A estas alturas hacer críticas es latero, así que lo plantearé como una pregunta. Toda la COP30 era en inglés. En efecto, yo misma tuve que moderar en este idioma, pero ¿por qué una instancia tan significativa que se realizó en Sudamérica no se aprovechó para dar más valor a nuestros idiomas y lenguas? 

Extrañé el liderazgo sudamericano en este tipo de detalles, como una mayor conexión con el entorno, cuestionar nuestro modelo productivo o asistir a los eventos fuera del venue y organizados por la sociedad civil.

La COP finalmente es mucho, pero mucho lobby, contactos, reuniones y eventos que sirven a quienes los organizan. La brecha del lenguaje y sus elevados costos, hacen de la COP un evento elitista y que a medida que pasa el tiempo va perdiendo su esencia. 

Por María Fernanda Quiroz, Periodista.-


Reels

Ver Más »
Busca en El Ciudadano