De la cámara del Rey Sol a las habitaciones obreras, de los lechos de enfermos hasta la última morada de escritores es la puerta que nos invita a cruzar la historiadora Michelle Perrot con Historia de las alcobas, una obra más de su trabajo dedicado a dar luces sobre esos aspectos ensombrecidos por la historia de héroes y fechas. La habitación está sin llave para que entre.
El cuarto propio que reclamaba Virginia Woolf es una invención reciente, una conquista de la civilización moderna. Ese espacio que es la proyección de la individualidad y el cierre del espacio íntimo es un invento que no tiene más de 200 años y que ‘Historia de las alcobas’, de la historiadora francesa Michelle Perrot (FCE) nos invita a cruzar su umbral.
“Son muchos los caminos que conducen a una habitación: el nacimiento, el reposo, el sueño, el deseo, el amor, la meditación, la lectura, la escritura, la búsqueda de uno mismo o de Dios, la reclusión voluntaria o forzada, la enfermedad, la muerte” – comenta Perrot a poco de iniciarse el libro. Se trata de un “espacio en expansión cada vez más especializado, pieza creada por la urbanidad, por el sentido de la intimidad, por la evolución de la vida familiar y por la del propio individuo en particular, la antigua cámara ha pasado a ocupar en las viviendas modernas, al igual que en la literatura y en la imaginería, un lugar destacado”.
La emergencia del cuarto propio es algo que nos dejó el siglo XIX y en él vienen a cuajar tanto sueños urbanísticos como el despliegue de la higiene, la individualidad y toda una tradición de las celdas como espacio de reclusión del yo. “La habitación cristaliza la relación entre espacio y tiempo” o “toda habitación es, más o menos, un gabinete de prodigios”, son citas de Perrot que se esparcen por los muros de su libro porque algo anuncia que “los ruidos de la habitación componen una música extraña”.
Historia de las alcobas es un viaje por las habitaciones a través del tiempo: Ya en la vieja Roma para nombrar el lugar destinado al retiro, al reposo o al amor, los latinos hablaban del cubiculum; en el siglo XVII os grandes señores franceses impartían justicia desde sus habitaciones y en la campiña francesa decimonónica los campesinos dormían durante décadas sobre la misma colchoneta, sólo algunos cambiaban las sábanas y separados por cortinas de algodón las diferentes generaciones dormían unas al lado de otras.
Muy bien la reseña del libro dice que “en las alcobas transcurre la mitad de nuestras vidas; esas cuatro paredes son testigos de nuestros sueños, desvelos, lecturas, amores y traiciones, espacios a la vez íntimos y universales”. Perrot traza así con detalle una genealogía de las habitaciones que abre puertas de épocas, países, estratos sociales y géneros.
La cartografía de las habitaciones que esboza Perrot nos lleva desde la cámara del rey a los dormitorios comunes de la época soviética, del deseo de una habitación particular a las habitaciones de los hoteles descritos en algunas novelas, nos invita a la habitación de los niños a las de las damas. El refugio de ascetas para la contemplación o de amantes que incendian los cuartos se encierra en los cuartos. Así también el nacimiento y la muerte acaecen en este teatro de la existencia.
EN EL HORIZONTE DE FOUCAULT
Michelle Perrot es doctora en Historia por la Sorbona y profesora emérita de la Universidad París VII-Denis Diderot. Su trabajo se ha enfocado en el movimiento obrero, el sistema penitenciario, la historia de las mujeres y del género, expresado en su libro junto a Georges Duby ‘Historia de las mujeres en Occidente’ y en el tomo destinado a revisar el siglo XIX de la Historia de la Vida Privada.
Perrot ha sido distinguida como Chevallier de la Legión d’Honneur, Officier de l’Ordre Nacional du Mérite, es doctora honoris causa por varias universidades y continua la tradición señalada por Michel Foucault de concebir la micro historia, la que va más allá del héroe o de la gesta patriota, esa historia de las tecnologías, de las relaciones de poder, de las formas de gobierno y de los dispositivos de individuación. “Una historia de los poderes, desde las estrategias de la geopolítica hasta las pequeñas tácticas del hábitat”- en el decir de Foucault.
Historia de las Alcobas ganó el premio Femina del 2009.
LA CÁMARA DEL REY Y EL PAPEL MURAL
El libro parte con la cámara del rey, la que estableciera Luis XIV en su ordenanza de 1701 en el centro del palacio de mármol “de cara al sol naciente”. En este dormitorio cósmico los pasos que daba el rey para ir de un lugar a otro de la habitación correspondían con la distancia entre el sol y algún planeta, según el saber astronómico de la época.
Así nos enteramos de que todo lo que rodeaba la cámara real constituían filtros sabiamente jerarquizados y controlados por ujieres y valets; que los había durmientes a los pies del lecho del rey, quienes lo acompañaban hasta la cámara de la reina y lo traían de vuelta para el despertar real. “El lecho de gala no estaba preparado para tales gestas. Sobre el acto de la carne continuaba pesando una maldición cristiana, una vergüenza de la misma naturaleza que aquella que había hecho desear a san Agustín tener una habitación distinta y cerrada para el acto conyugal”- nos cuenta Perrot, así como también que en torno al lecho se celebraban los codificados rituales del levantarse y acostarse. No en vano se trataba del rey sol.
Como si fuesen confidencias de otras épocas, Perrot nos cuenta de que las habitaciones de las damas de la aristocracia francesa estaban destinadas a funciones de recepción o que en Inglaterra sentarse en la cama de una mujer era algo indecente.
Pintar las alcobas hoy o poner papel mural hace unas décadas es tomar posesión de ellas. Algo quizás natural para nosotros, pero que Perrot nos cuenta que el acto de poner papel pintados es una costumbre popular inglesa del siglo XVIII. “En las casas de las familias más acomodadas, el papel comenzó por insinuarse en los guardarropas, los pasillos y las antecámaras, antes de invadirlo todo”. Ya en el siglo XIX el amarillo era el color de las niñas y el gris representaba distinción.
La alcoba conyugal se expandió entre las clases medias a partir de 1840; después vino la noción de ‘habitación para los niños’ que aún reproducen hasta nuestras casas DFL2. y no fue hasta la llegada del agua a las casas que comenzó el lento repliegue de las bacinicas y orinales que antes se disimulaban en compartimientos especiales en las mesas de noche.
A fines del siglo XIX los médicos entran a las habitaciones. El espacio que antes se rastreaba en las confesiones de los curas, ahora es escrutado en los manuales de higienistas. Los médicos se quejan de los olores nauseabundos, exigen ventilación y la aplicación de normas de higiene.
Perrot también nos cuenta que la electricidad poco a poco se metió desde el espacio público al privado, avanzando al interior del hogar hasta llegar a instalarse en los veladores. Con las lámparas de cabecera asistimos a la prolongación de las lecturas nocturnas y la aparición de los libros de cabecera.
De la pasión de la lectura en la cama pasamos también al ejercicio de la escritura. De cartas, del diario íntimo o de las ensoñaciones encerrado en cuatro paredes. Pascal y Kant fueron cerrados defensores de la filosofía y los viajes, claro que encerrados en sus habitaciones. No en vano Kant jamás salió de Königsberg, su ciudad natal. La ciudad es así una habitación más grande que le dio refugio. Resuenan aquí los ecos del ‘Viaje alrededor de mi habitación’ de Xavier de Maistre (1794)
Como los adornos de cualquier habitación, los datos que dispone Perrot se despliegan en el muro. “En el siglo XVIII se separaron los sexos”- cuenta Perrot; una ordenanza municipal de 1811 establece que “bajo ninguna circunstancia ninguna cama puede servir para dos chicas a la vez” o a principios del siglo XX uno de los grandes problemas urbanos de las ciudades francesas fue el trabajo a domicilio, bajo la luz mortecina de sus habitaciones, de miles de costureras.
Distintas épocas, distintos sentidos para la habitación, para sus ventanas o sus balcones. Emma Bovary ensoñaba al lado de la ventana en una época donde “las ventanas en provincias reemplazaba a los teatros y los paseos”. Ya en el siglo XX, Virginia Wolf lúcidamente se preguntaba ¿cómo escribir sin un mínimo de dinero y una habitación propia?
HABITACIONES DE HOTEL Y ESCRITORES
El retiro que otorgan a los viajeros las habitaciones de hotel es otro capítulo en esta amplia historia. Si el afán de los viajeros de lo siglos anteriores fue hallar cuartos con algo de calefacción, una mesa de noche o una simple lámpara, la habitación de hotel moderna niega la singularidad. “El albergue está vinculado al caballo, y el hotel al ferrocarril, de la misma manera que el motel lo está ahora a la carretera y al automóvil”- destaca Perrot.
También están los cuartos de escritores, aquellos donde Proust, Kafka, Sand o Colette se refugiaban del mundo para escribir o el cuarto donde Benjamin se quitó la vida o los cuartos que buscaba Jean Genet para espantar el aburguesamiento.
Como si fuera una gran mansión de cientos de estancias vítreas Perrot nos conduce por todas aquellas piezas. Claro que pese a la profundidad del trabajo se hecha de menos, eso sí, una revisión a la idea de alcoba más allá del mundo occidental. Tarea abierta ya que se trata de una historia no agotada; trabajo que vendrán a realizar historiadores más jóvenes y de los países de la periferia capitalista.
Mauricio Becerra R.
@kalidoscop
El Ciudadano