Que la farándula completa este girando entorno a Daniel Alcaíno y Andrés Caniulef me parece maravilloso, más aún en medio del contexto político que se vive hoy en el país. Paneles completos intentando una defensa debilucha a ciertos valores dentro de las comunicaciones y sobre “minorías en conflicto social”. Un bando en defensa acérrima por el actor Daniel Alcaíno y otro por el periodista Andrés Caniulef. El personaje ficticio de voz amanerada y lengua en descontrol contra la imagen intocable de un comunicador homosexual de apellido mapuche. Imagen intocable por ser homosexual, más que nada, y por llevar un apellido bastante conflictivo en nuestro país, pero de manera elegante, decente y silenciosa. Ese es Andrés Caniulef. Así se ha erguido bajo la sombra del canal que alguna vez fue católico en la televisión chilena y hoy no es más que una empresa muy exitosa en manos del neoliberal grupo Luksic. Un jovencito moreno de facciones indígenas, pero muy refinadas que viste ropa cara y que jamás, desde que sólo leía las noticias hasta ahora que ya ha ingresado de lleno a la farándula, se ha involucrado en polémicas como la que ya sabemos. Bastante educado y muy sofisticado, con un Facebook que sobrepasa a los 4 mil amigos y variadas fotografías de sus viajes a otros rincones del mundo, siempre tan sonriente, siempre tan bien compuesto, con una constante defensa de parte de sus admiradores y cercanos, llenando de posteos que satanizan las rutinas de Yerko Puchento y engrandecen la postura del periodista como si fuese “el defensor de los mapuches y homosexuales”.
Para mí –y sé que para muchos- Andrés Caniulef no es más que un empleado correcto que, como dijo Pamela Jiles, sirve muy bien al Poder. Jamás se ha encargado de sostener un discurso pro mapuche y ni si quiera ha brillado por su defensa homosexual. Sabe sonreír muy bien y molestarse contenidamente cuando le conviene. Sabe que para continuar en ese puesto tan cómodo y poco conflictivo, lo políticamente correcto debe ser su mejor arma comunicacional. Porque hoy en nuestro país no es “correcto” referirse a los homosexuales si no es como victimas ni a los mapuches si no es como souvenir para turistas.
Si bien yo ya encuentre bastante fome las rutinas de Yerko, me parece que Caniulef ha exagerado de forma descarada y sólo se sintió, como la mayoría de las personas elegantes, decentes y silenciosas, herido en el centro de su ego, trizado en la superficie de su orgullo y quiso patalear –compuestamente- a sabiendas que la televisión completa ya lo ha levantado como la única victima. Se le ha hecho fácil esta postura “confrontacional”; su carta en El Mercurio ya la quisieran esos mapuches perseguidos por el Estado chileno en la Araucanía. A quién no se le haría fácil con todo ese respaldo de parte del Poder tratar de homofóbico y racista a un actor que, a diferencia de él, sí mantiene una postura comprometida con los conflictos sociales.
Andrés Caniulef sigue sirviendo para lo que siempre se pretendió con su imagen: mostrarle a la gente que somos un país tolerante, multicultural y en vías de desarrollo con un mapuche homosexual muy conforme y feliz, porque simplemente ya no hay conflictos sexuales en nuestra política y que son sólo una minoría de extremistas los que hacen ruido en el sur del país. Con este escándalo sigue demostrando que obedece perfectamente y, una vez más, sobrepone su ego de homosexual respetable ante una guerra que no cesa en la Araucanía ¿Por qué ahora y no desde que se están matando mapuches en el sur a manos de la militarización? ¿Por qué así de dolido y exagerado ante un compañero de canal y no cuando se han asesinado travestis en el centro de Santiago?
Si bien ha servido esta polémica para visibilizar una marcha mapuche y así poner a la farándula entera a cubrir un conflicto que no se había cubierto tanto hasta antes de este pataleo, debemos tener cuidado con las discusiones que se puedan generar. Con todo queda claro que no es la farándula en sí la que distrae de los problemas reales, sino estos comunicadores que sólo gritan cuando les conviene y sin profundizar realmente en el conflicto central. Andrés Caniulef no quiere que la gente no se meta con su apellido ni sexualidad porque le preocupe la homofobia y el racismo, sino más bien porque simplemente le avergüenza tener que vestirse demasiado “gay” y aun así parecer mapuche; le duele en su centro hedonista que le recuerden esa sucia mezcla que tanto se ha esforzado junto a sus jefes en hermosear.
Josecarlo Henríquez
Prostituto, escritor y disidente sexual