Las paradojas del arte contemporáneo

Arte, atentados y atentados contra el arte

Recuerdo como si fuera hoy la primera vez que escuché sobre un atentado contra una obra de arte

Por Lucio V. Pinedo

13/11/2015

Publicado en

Actualidad / Artes / Cultura

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Recuerdo como si fuera hoy la primera vez que escuché sobre un atentado contra una obra de arte. Yo era apenas un niño, pero me llamó mucho la atención el hecho: un psicópata arremetió a martillazos contra La Piedad, la famosísima obra de Miguel Angel. Le provocó daños graves.

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El 21 de Mayo de 1972, domingo de Pentecostés, media hora antes de la bendición del Papa, un hombre le propinó 15 martillazos a la escultura de Miguel Ángel.

Se demoró más de un año en restaurar la escultura, tras lo cual, volvió a ser exhibida. pero bajo estrictas medidas de seguridad y protección.

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Mientras tanto, al autor del atentado se lo sentenció a dos años de prisión y, tras cumplirlos, se lo expulsó del país. Aparentemente, una medida justa, ya que se trata de un patrimonio de la Humanidad. Pero no es algo que pueda generalizarse a la ligera, sobre todo viviendo en tiempos donde cualquier cosa pasa por ser arte…

Veamos este otro caso:

Resulta ser que hay un señor de nombre Wim Schippers que se considera a sí mismo «artista», «comediante» y «actor». Para el caso, viene a ser uno de esos «artistas performativos» que no pierden ocasión de currar con lo que sea (su máximo trabajo actoral ha consistido en hacer las voces de varios personajes de Plaza Sésamo, en la versión holandesa).

La cuestión es que el buen Wim ha realizado una obra de arte que consistió en tomar dos mil frascos de manteca de maní y esparcirlos sobre una superficie en forma más o menos pareja, hasta lograr una especie de alfombra grasienta de 48 metros cuadrados.

Aquí le vemos en plena realización artística:

Y aquí observamos la obra de arte finalizada:

¿Será que estamos muy lejos de llamar las cosas por su nombre? Sea como fuera, no han faltado galerías y museos ávidos de contar con este tipo de creaciones. Uno de esos museos es el de Boijmans Van Beuningen (en Rotterdam), donde han expuesto esta mugrosa cuestión en lugar privilegiado, como si de un Van Gogh se tratase.

Sin embargo, quiso la mala suerte que un visitante distraído pisase sin querer la obra de arte, con los resultados que cabía esperar:

Y ahora resulta que el museo y el artista se proponen demandar al pobre tipo por los destrozos causados. Encima, la obra de arte no contaba con protección alguna ni cartel de referencia, porque según el artista eso «opacaría su belleza y espontaneidad».

Ahora se trata de una intervención intervenida. Después de todo, ¿el azar no tiene un lugar preponderante en el arte contemporáneo?


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