Breve reflexión acerca del sistema democrático chileno

La cotidianeidad del diario vivir nos hace en ocasiones olvidar el ser de existir de las palabras, lo que se esconde más allá de un simple término que da cuenta de un concepto u idea, la manifestación de un imaginario colosal mediante la articulación de unas cuantas silabas o unas cuantas líneas

DemocraciaLa cotidianeidad del diario vivir nos hace en ocasiones olvidar el ser de existir de las palabras, lo que se esconde más allá de un simple término que da cuenta de un concepto u idea, la manifestación de un imaginario colosal mediante la articulación de unas cuantas silabas o unas cuantas líneas. En este sentido -lamentablemente-, la noción de lo que es la “democracia” no se encuentra ajena a esta situación, sin ir más lejos es uno de los más claros ejemplos del cómo se puede desvirtuar lo que busca resumir una palabra, y de cómo esta desvirtuación y/o tergiversación se materializa en el imaginario colectivo mediante prácticas sociales cotidianas, fundamentalmente a través del miedo.

En los años 70, Chile vivió una transición abrupta de un modelo socialista a una dictadura militar con fuertes convicciones libre mercadistas, transición que destrozó por completo el anhelo de la consecución y estabilización de una democracia participativa real. Esta transición no sólo tuvo consecuencias en un plano meramente económico, sino que también, una abrupta y profunda repercusión en la relación del llamado ciudadano a pie con el Estado.

Chile no solamente se dividió entre quienes apoyaban la dictadura o eufemísticamente llamado “régimen militar”, y quienes se oponían, sino que también, en quienes podían ser llamados ciudadanos chilenos, y aquellos que para la dictadura eran “terroristas”, que además de no merecer ser llamados compatriotas, debían ser exterminados, había que eliminar el cáncer marxista a como diera lugar.

Los métodos de tortura más clásicos, y que se ocuparon durante dicho régimen, son aquellos que mediante la desorientación, despersonalización y deshumanización, se despoja a los torturados de toda noción de tiempo, espacio y realidad, además de hacerles creer a ellos mismos y a sus torturadores que no son humanos y que por lo tanto no merecen ser tratados como tal. Estos métodos fueron muy utilizados en la Alemania nazi. Muchos escritores comenzaron a teorizar cómo era posible que aquellos que estaban encargados de aplicar las torturas más crueles, y se les conociera por ser los que aplicaban los castigos más brutales, pudiesen llegar a sus casas, cenar con sus familias y ser los mejores esposos, padres, amigos, los más cariñosos, los más amables, los más atentos.

La disociación de los diferentes roles que nos tocan vivir en la vida resulta muy difícil de llevar a cabo; el hombre/mujer trabajador/trabajadora, por sanidad mental no debiese ser el mismo que el hombre/mujer esposo/esposa, padre/madre, amigo/amiga, aunque resulta muy difícil hoy en día, sino imposible hacer dicha disociación y separar la esfera de la vida pública de la privada.

En la dictadura militar, así como en la Alemania nazi, esta disociación de roles o mejor dicho personalidades por parte de sus funcionarios fue exitosa. Los castigadores no sufrían remordimiento alguno de ser los verdugos de sus semejantes, de quienes pudieron ser sus padres, sus hermanos, sus abuelos, incluso sus hijos. No eran personas en las cuales como dijera Axel Honneth se reconocieran, por lo tanto, así también no los reconocían como sujetos de los mismos derechos que tenían aquellos que se encontraban en la vereda opuesta, la que estaba a favor de la dictadura. Aunque también existieron casos donde esta diferenciación de esferas no fue posible, y es aquí donde precisamente entra en juego el otro componente –el miedo, aquel que nos lleva a hacer cosas que no queremos hacer, a aceptar cosas que no queremos aceptar, pero así también el miedo sirve para normalizar la conducta del individuo, y nos provoca esa falsa sensación de bienestar, que lo que tenemos –valga la redundancia-, es lo mejor que podemos tener. En este sentido, Chile, debido a la fragilidad de sus instituciones, y al miedo a volver a caer en regímenes dictatoriales, tuvo que llevar a cabo un proceso a través del cual los bloques llegaron a lo que conocemos como una democracia de los acuerdos, pues, este era el formato que le garantizaba más estabilidad institucional al país. De alguna manera este modelo de democracia lo que buscaba era mantener el status quo por el miedo a un quiebre institucional, miedo que posteriormente se tradujo en comodidad, comodidad para quienes que luego de haber recuperado las instancias de poder elegir a quienes nos gobiernan, nos vendieron el cuento chino que muchos asumieron, que la democracia se ejerce en las urnas, que si no votas no tienes derecho a opinar, que la representatividad existe en la política y, que si no te representa ningún candidato eres tú el que está mal.

De alguna manera, lo que nos vendieron es hacernos pensar que la democracia se reduce a una vez cada tantos años elegir entre un candidato y otro, que es mejor elegir entre el menos malo que no votar, pero olvidaron decirnos que la democracia se hace en las calles y que las instituciones son las que deben fomentar y asegurar esto. Votar por uno u otro candidato no es un acto democrático, es la validación de un sistema electoral lleno de vicios. Ojalá que a la luz de la sucedido en estas últimas elecciones, no nos hagan hacer creer que la abstención tiene que ver con una crisis institucional de representatividad, cuando la representatividad jamás ha existido pues, votar es el acto de legitimar a uno u otro candidato mediante la cesión de la voluntad, después de haber votado por un candidato sólo queda confiar.

Se hace necesario plantear un debate acerca del proyecto democrático que queremos construir, dar cuenta que lo que tenemos hoy no son elecciones democráticas, sino un mercado electoral, que los electores son clientes, que las campañas políticas son marketing, que los partidos políticos funcionan como empresas, y que por tanto los valores que sustentan a cada partido ya no tienen que ver con aspectos ético-morales, sino más bien se acercan a una lógica meramente comercial. Si pensamos que la abstención y no la falsa democracia y noción de representatividad que hemos construído es el problema, no vaya a ser peor el remedio que la enfermedad.

@Akonscience

Síguenos y suscríbete a nuestras publicaciones