Comunismo es ecología, sencillez y sociedad sin clases

El marxismo interpretado de una forma escolástica y vulgar suele ser una ideología de corte productivista, progresista

Por Wari

27/08/2009

Publicado en

Actualidad / Columnas

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El marxismo interpretado de una forma escolástica y vulgar suele ser una ideología de corte productivista, progresista. Sus “padres fundadores”, Marx y Engels, no dejaron de ser hombres del siglo XIX, imbuidos profundamente por las directrices que la Ilustración había asignado a la Ciencia: liberación del hombre gracias al conocimiento y a sus aplicaciones prácticas (la técnica), rechazo a la Tradición, supeditación del campo a la ciudad y a la industria, industrialización del propio agro, etc.

La Ciencia de estilo ilustrado, además, debería dejar de ser “filosofía” especulativa, un saber puro a cargo de elites (clericales, profesorales) y bajar del limbo hasta la arena de la producción misma (manual, artesanal, plebeya) usurpando los tradicionales saberes de campesinos, artesanos, etc., por medio de toda una serie de reorganizaciones, jerarquías, sistemáticas, etc., de todos sus contenidos prácticos. Reorganizar esos contenidos prácticos y productivos en nombre de la “ley científica” sería convertirlos en ciencia misma, ciencia aplicada, tecnología.

La edad dorada del positivismo fue el tiempo de gestación del materialismo histórico y el materialismo dialéctico. Estos escritos de Marx y Engels se sistematizaron ellos mismos bajo la forma de una “ciencia”, cuya puesta en práctica día a día y cuya finalidad última coincidían plenamente: hacer la Revolución, dar al proletariado una ciencia que se pusiera al servicio de la Revolución. Una ciencia que en gran medida tenía que ser también una anti-ciencia. Das Kapital es, recuérdese, una “Crítica de la Economía Política”, o sea, una destrucción de los postulados de la ciencia económica burguesa.

Se suele decir que fue Engels quien convirtió los esfuerzos marxianos en un corpus positivista, en una pseudociencia que, en realidad, tenía tanto de dialéctica hegeliana y humanismo demócrata-radical, como de socialismo, pero no “ciencia”, propiamente dicha. Este es un debate que carece ahora de interés, a mi entender. En Marx solamente, sin los tamices ni las reordenaciones engelsianas, se puede encontrar:

a) una profunda confianza en el papel progresista de la Ciencia, una fe en la ciencia como saber destructor de tradiciones y miserias, esclavitudes y supersticiones. Pero también,

b) una crítica, demoledora como pocas, del papel alienante que la ciencia aplicada y apropiada por el Capital industrial ejercía sobre los hombres.

El Marx científico y cientifista, coincide sustancialmente con el Marx humanista y anti-científico. Ambos tipos de Marx están presentes, por ejemplo, en Das Kapital, y esa es una dualidad que da precisamente a esta obra, así como al proyecto teórico-práctico general del marxismo, una dimensión gigantesca.

El concepto de ciencia y de progreso que se manejó en el marxismo, desde el principio, no era un concepto puro, incontaminado, de las tendencias positivistas del siglo XIX que tuvieron su larga continuación en el XX. Incluso la veta hegeliana de sus fundadores compartía con el positivismo y la fe ilustrada en el progreso una visión finalista de la historia, una realización del Espíritu – trastocado ahora por la Historia, en los marxistas- que tendría su culminación en alguna suerte de final estático, de Paraíso.

Un desarrollo incesante de las “fuerzas productivas”, impulsado por el propio capitalismo que lo consideraba necesario, daría pie a que el mundo industrializado produciría bienes “a manos llenas”. A tenor de ciertos párrafos del progresista Marx, habría que deducir que el verdadero advenimiento del Comunismo vendría dado no ya tanto por una lucha de clases y una victoria de la voluntad proletaria sobre la reacción burguesa, como por el propio progreso técnico que podría producir bienes a manos llenas, elevando los niveles de vida por encima de unos umbrales en los que la explotación del hombre sobre el hombre dejaría de tener sentido.

La clase burguesa parásita podría quitarse de en medio, poco más o menos, gracias a un empujón, antes que por medio de una lucha cruel y difícil. Unos obreros concienciados que autogestionaran sus relaciones de producción y hagan elevar el nivel de fuerzas productivas por encima de lo imaginable, serán los protagonistas de un Comunismo orientado teleológicamente por la idea de Progreso. El futuro comunista es el mañana de las máquinas haciéndolo todo, y es el mañana de un proletario universal gestor tecnocrático de ese planeta Tierra entendido como sala de máquinas productoras de abundancia y redistribuidoras de bienes.

El modelo estalinista y, más en general, el soviético, fue un modelo claramente productivista. Compartió con el capitalismo occidental su culto a la ciencia y a la técnica. En algunos episodios concretos, parecía emular al capitalismo en cuanto a logros. Rápidamente la Unión Soviética se industrializó y alcanzó niveles técnicos que se aproximaban a los de occidente, si bien la carrera loca en pos de esa emulación y progreso técnico se perdió, no sin haber causado terribles cicatrices sociales y ecológicas. Era una competición en la que había que dar por descontada la exigencia de muchos sacrificios. Más hegelianos y positivistas que marxistas, los dirigentes soviéticos parecían dispuestos a pisotear algunas “florecillas” en ese inexorable camino hacia el Progreso que coincidía en todo con el camino hacia el Comunismo.

Los desastres de Stalin (y también los de Mao), así como los de sus epígonos, son los desastres propios de un modelo capitalista burocratizado de Estado, fuertemente imbuidos de un concepto fanático de Ilustración, que sustituye a la religión –y a sus integrismos asociados- por la Ciencia como nueva Fe en todas y cada una de sus funciones sociales, especialmente las de orden “civilizatorio” y movilizador. La Ciencia habrá de ser entonces el motor de una mutación social incesante. Esta consistirá en una movilización cada vez mayor de las fuerzas de la naturaleza, y una elevación del poder de control, sometimiento y dominación sobre ésta.

Una clase obrera pertrechada de máquinas todopoderosas habrá de confiar el grado sumo de gobierno del mundo y, de momento, el gobierno de la nación, a una clase tecnocrática, emanada de las propias burocracias que la Ciencia y su administrador, el Partido, generan. Resultado: agresiones ecológicas gravísimas, movilización forzosa de personas, a veces de naciones enteras, puritanismo del “sacrificio” y “abnegación” por la patria, la producción, el futuro socialista…

Ni qué decir tiene que este “socialismo” productivista, que un día se dio en llamar “real” fue basura. Fue una nueva versión de la explotación del proletariado, no tan diferente de la explotación propia del capitalismo occidental, que también recorría pasos largos y rápidos hacia la estatalización de su modo productivo, hacia la burocratización, hacia la integración entre sindicatos, partidos de gobierno, empresas y demás entes institucionales. El mismo culto al Progreso. La misma dictadura de la Ciencia. La misma obsesión por mecanizar cueste lo que cueste, estrechando el papel del ser humano al de apéndice de la máquina. Y por fin, la misma separación entre el hombre y la naturaleza.

El Comunismo es la construcción de una sociedad sin clases. Un mundo en que no existiera la burguesía, debería ser también un mundo en el que no existieran equivalentes de la burguesía. Esas capas burocráticas y tecnocráticas que los sistemas maduros de producción generan son –y fueron en el socialismo “real”- los equivalentes de la burguesía. Se trata de los “expertos”, los detentadores de un Poder. Poder muy distinto del basado tradicionalmente en “soberanías” o “legitimidades”.

Es un control, como mínimo, de los saberes y de las capacidades para manipular relaciones sociales y fuerzas productivas. Es el Poder de la casta, una parte del aparato social dominante muchas veces desligada de una relación jurídica directa sobre los medios de producción. Dicho en otras palabras: hablamos los comités de sabios, los gestores técnicos, los planificadores…, gente que no tiene por qué ser dueña de nada, salvo de resortes cognitivos, de capacidad para incoar o mantener una determinada estructura de procesos productivos que son, a la par, procesos de control, sometimiento y dominación sobre las personas y sobre la naturaleza.

La pedagogía que se requiere para desligar la palabra Comunismo de la gigantomanía típicas del culto al Progreso y a la Ciencia debe ser intensa e imparable. Progresar… ¿hacia dónde? ¿Progresar por progresar? ¿Qué es progresar? ¿Consiste en eso que dicen los políticos (también los de la izquierda oficial), decimos, consiste en el “Desarrollo”?

¿Cuándo aprenderemos del ecologismo? Ese Progreso y ese Desarrollo del que casi todo el mundo habla, y que ardientemente desean, es Destrucción del Planeta, de la Especie y de la Civilización. Muchas fuerzas políticas y personas individuales que aún se reclaman del Comunismo siguen presas de categorías decimonónicas, persisten en un esquema rancio Ilustrado, anhelando una especie de Capitalismo sin propiedad privada, un mundo mecanizado sin alienación, un socialismo en que todos seamos burgueses.

Y el campo seguiría subordinado y explotado, sucio y en despoblación. La naturaleza –y los seres humanos y culturas que (sobre)viven directamente a sus expensas- seguiría siendo la Cenicienta esclava de los “progresistas”.

No puede existir Comunismo sin la superación de las relaciones alienantes que nuestra sociedad urbanizada y tecnologizada mantiene con el campo. No puede haber un socialismo transitorio hacia ese estado de abolición real (y no sólo formal o jurídica) sin una redención de la vida en el campo, vale decir, sin el abandono de una urbe y del Estado, parasitarios y depredadores. No nos engañemos: El Comunismo es sencillez.

por Carlos X. Blanco

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