La «democracia de los acuerdos»

El pretender personificar en Sebastián Piñera la «virtud republicana» y parangonar su acceso a la Primera Magistratura  con la trascendencia para nuestra república de Andrés Bello, Diego Barros Arana y Valentín Letelier -como hace el historiador Sergio Villalobos en carta al Director del lunes 18-, me parece -para no ser más explícito- pintoresco y extraviado

Por Wari

31/01/2010

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El pretender personificar en Sebastián Piñera la «virtud republicana» y parangonar su acceso a la Primera Magistratura  con la trascendencia para nuestra república de Andrés Bello, Diego Barros Arana y Valentín Letelier -como hace el historiador Sergio Villalobos en carta al Director del lunes 18-, me parece -para no ser más explícito- pintoresco y extraviado.

Otra cosa es que aquél se haya ganado el apoyo de la mayoría ciudadana democráticamente y sea nuestro Presidente electo, ante lo cual, sólo nos cabe a los demócratas aceptar el veredicto popular y felicitar a los triunfadores.

ENOUGH IS ENOUGH

Me cuento entre aquellos a quienes molestó el excesivo y sobreactuado protagonismo de Lagos la noche del 17 de enero.

Lo que ocurre con Ricardo Lagos es que nos desilusionó ya durante su mandato, el que creímos ingenuamente que iba a estar centrado en devolvernos la República democrática que él pretendía encarnar (recordemos su caminata hacia Morandé 80 o su descenso de las escaleras hacia el patio de La Moneda a los sones del «Va pensiero» para firmar la reforma constitucional de 2005).

Desafortunadamente, durante su administración, Lagos olvidó su compromiso con la democracia y primó su vanidad y egocentrismo, que lo llevó a preferir estampar su firma en una Constitución impuesta por la dictadura y sólo maquillada consensualmente con los herederos de aquélla y de espaldas al pueblo soberano, el gran olvidado de la Concertación desde el triunfo de 1988.

De esta forma, culminó su mandato «amado por los empresarios», mientras, simultáneamente, retaba diariamente a los ciudadanos que lo habíamos elegido para que fuera nuestro líder, aquel que nos habría de conducir hacia la democracia plena y no un profesor gruñón, como nos mostró la televisión a diario.

Posteriormente, fue quedando cada vez más claro que en su administración se dieron los mayores casos de corrupción de estos 20 años y, si él no se enriqueció personalmente, sí se ejerció el nepotismo en favor de sus parientes políticos.

También nos desilusionó su falta de lealtad con la Presidenta Bachelet, especialmente en el caso del Transantiago, y en esto también cayó el ex Presidente Aylwin, siendo Eduardo Frei Ruiz-Tagle, sin duda,  el más correcto de los ex mandatarios con Michelle Bachelet.

Finalmente, Ricardo Lagos se negó a participar en primarias para elegir al candidato concertacionista, escabulló las acusaciones que recibía en su país y se candidateó sibilinamente desde tierras lejanas en sus periplos como «Capitán Planeta», con citas en cafés parisinos y diversas ciudades europeas con sus adláteres, lo que tuvo su clímax con su última aparición en escena, cual Hans Pfaall (el personaje de Edgar Allan Poe), con aquella interpelación desde las alturas, materializada en la misiva que nos dirigió desde Rotterdam.

SOBRE MEMORIALES

Ayer (22 de enero), Hermógenes Pérez de Arce hace una sentida crítica del Museo de la Memoría y plantea la hipótesis de que Hitler hubiese ganado la II Guerra Mundial y las características que, entonces, habría tenido un equivalente nazi de aquél, largo relato del vocero mercurial en el que se advierte mucha nostalgia por aquello que no fue.

Como paliativo al sesgo de que HPdA acusa al recién inaugurado museo y para solaz del personaje, yo sugeriría la reedición de «El libro blanco del régimen militar», esta vez, eso sí, con la debida identificación de todos sus autores, vivos y difuntos.

DE SENADORES A MINISTROS

Resulta preocupante la repetida mención de senadores de la Alianza por Chile para ocupar puestos ministeriales. Esto, que fue tan criticado por la oposición en el caso de Carolina Tohá, va contra la naturaleza presidencial de nuestro sistema político, donde los ministros de Estado son funcionarios de la exclusiva confianza del Presidente de la República, en tanto los legisladores son los representantes legítimos de los ciudadanos que los han elegido (dentro de lo que cabe bajo el fraudulento y antidemocrático sistema binominal).

Por ello, sería impresentable una reforma que les permitiera a tales representantes volver a ocupar sus escaños después de desempeñarse en una cartera ministerial por una temporada, como se ha sugerido. Para que exista legítimamente tal movilidad entre el legislativo y el ejecutivo, debemos empezar por tener un Parlamento auténtico que reemplace a nuestro poco representativo y excluyente Congreso Nacional, lo que pasa por el necesario cambio de nuestro presidencialista régimen político y su reemplazo por un sistema de Gobierno parlamentario o semi presidencial, en su defecto.

Sin duda, el caso más impresentable en este ámbito, ha sido el del senador Longueira, quien ni siquiera espera que lo nominen, sino que ya ha proclamado el ministerio -hasta ahora inexistente- que le gustaría ejercer y que es una cartera por él y para él concebida: «Ministro en Campaña para la Erradicación de los Campamentos» (sic).

Si el Presidente electo Sebastián Piñera accede a tal capricho del senador UDI, sin duda estaremos ante un ministro en campaña, que habrá demostrado haber aprendido de su superior que las campañas de años -si no de lustros- terminan dando buen resultado. Y ¿qué decir del lenguaje utilizado por del senador Allamand contra el ministro Velasco con el que enfrenta su camino aspiracional a la Cancillería?, ¿estará preparando sus encuentros con García Belaúnde?

«DEMOCRACIA DE LOS ACUERDOS» Y OTRAS YERBAS

Sólo para precisar y dejar las cosas claras. Los terminos acuñados en el período de Aylwin fueron, “democracia de los acuerdos”, “política de consensos” y «justicia en la medida de lo posible”, todas denominaciones despreciables en el medida que lo que pretendían era disfrazar la falta de democracia que se daba por estar saliendo de una dictadura atroz y tener que gobernar bajo la institucionalidad impuesta por ella.

Aquello que pudo ser razonable hace más de dos décadas, la verdad es que hoy día resulta impresentable y cuando los mismos protagonistas de entonces -que nos han cogobernado consensualmente bajo el aliancertacionismo y se han acomodado admirablemente a la institucionalidad espúrea e ilegítima diseñada por el ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán, olvidándose de la democracia, aún no alcanzada-, pretenden convencernos con el mismo discurso, probadamente falso e hipócrita, sólo podrán obtener el rechazo masivo de los demócratas, que se expresará en el grito de, ¡Que se vayan todos!

CONCERTACIONISTAS PARA PIÑERA

Ante el apetito de Piñera -siempre voraz en todo ámbito- por hacerse de concertacionistas connotados para integrar a sus equipos, yo le sugeriría que invitara al actual Presidente de la Asociación de Isapres y ex ministro de Hacienda, Eduardo Aninat. Otra adquisición piñerista que sólo nos traería alivio a los concertacionistas, sería Jaime Ravinet. También los flirteos de Foxley con la «democracia de los acuerdos», pueden ser indicativos de un nuevo sentir.

LA «DEMOCRACIA DE LOS ACUERDOS»

La «democracia de los acuerdos» que conocimos a partir de la época de Aylwin, ha sido la negación de la democracia, porque lo que ha significado es la exclusión de la ciudadanía de las decisiones públicas, las que se manejan en aquel club cerrado del aliancertacionismo. Esta realidad se da dentro del diseño de la «democracia protegida» de Jaime Guzmán y que tiene por llave maestra el antidemocrático y fraudulento sistema binominal, único en el planeta y sólo utilizado anteriormente por la ya desaparecida dictadura comunista del general Jaruzelski en Polonia.

Los acuerdos son consustanciales a la democracia, pero ello sólo es valido cuando estamos ante  democracias auténticas, como ocurre en Europa, en las que tales acuerdos tienen lugar en parlamentos representativos de la voluntad soberana, de los que nuestro poco representativo y excluyente Congreso Nacional, es un triste y lastimoso disfraz.

Antes de abogar por más acuerdos tenemos que asegurarnos que exista verdadera representatividad de los ciudadanos y ello pasa por eliminar el binominal, que impone un empate falso y permanente entre mayoría y minoría (33%=66%), con lo que los congresales no requieren hacer ningún mérito para eternizarse en sus escaños, ya que el voto ciudadano carece de todo valor ante el cuoteo (1 para la Alianza, 1 para la Concertación) que consagra el binominal.

Lo que se requiere para poner fin a la Transición y conseguir la democracia plena, no son más acuerdos espúreos, sino competencia real en la que el voto tenga valor y castigue o premie a los que compiten de acuerdo a su desempeño.

Debemos abogar por lo que plantearon todas las candidaturas diversas a la derecha en la última elección: la eliminación del antidemocrático y fraudulento sistema binominal y la aprobación de una nueva Constitución, que ponga término al presidencialismo de la actual y contemple la figura de un jefe de Gobierno o Primer Ministro, dejando al Presidente de la República sólo como Jefe de Estado y con un Parlamento unicameral elegido por un sistema electoral democrático.

Después de ello, podremos hablar de una democracia de los acuerdos que merezca tal nombre, porque la protagonizarían representantes legítimamente elegidos por el pueblo y no una tropa de carcamales despreciados por un electorado sin poder para deshacerse de ellos mediante el voto, en virtud del fraude electoral que representa el binominal.

En el intertanto, lo que hemos vivido y que Piñera invita a prolongar ad aeternum es una democracia de los conciliábulos, que protagonizan los apernados de siempre gracias a nuestra falta de democrácia.

Por Rafael Enrique Cárdenas Ortega

Foto: UPI

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