Un viaje por el Valparaíso no Patrimonial

Fotos y crónicas sin numerar y sin índice alguno constituyen el libro Valparaíso no Patrimonial, hecho por un periodista, un historiador y un comunicador audiovisual

Por Mauricio Becerra

06/05/2012

Publicado en

Actualidad / Artes / Literatura / Portada / Regiones

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Fotos y crónicas sin numerar y sin índice alguno constituyen el libro Valparaíso no Patrimonial, hecho por un periodista, un historiador y un comunicador audiovisual. Un libro para perderse arriba del cerro.

Hay un Valparaíso que no está en el inventario de la institucionalidad patrimonial y el que los turistas que arriendan hostales en el Cerro Alegre ni siquiera atisban. Es la ciudad en que una desvencijada casa llamada por los porteños Chalet Picante se convirtió en una toponimia digna de tener su lugar en los letreros de las micros; una plaza donde se han robado las estatuas o cómodos miradores instalados en las tomas  arriba del cerro.

Junto al monumento al water, tiburones kitsch colgando hace años en una caleta de pescadores, una escalera mecánica al aire libre que no conduce a ningún mall, el compañero Yuri y su carro de completos y varios otras salidas de los porteños llenas de ironía o como escapes a la pobreza, integran Valparaíso No Patrimonial (Ocho Libros), libro de memoria, fotos e historia recopiladas por el periodista Marco Herrera, el historiador Patricio Díaz y el audiovisualista Christian Morales.

Alejados de los clichés patrimoniales y el culto a lo bizarro, tan de moda hasta hace poco, el proyecto es rico en rescatar no sólo prácticas y espacios cotidianos, sino que también anécdotas, pequeños hábitos y personajes que sólo pueden ser rastreados cuando se vive en el puerto. “En Valparaíso el concepto de patrimonio adquiere tintes mucho más humanos que materiales y las contradicciones son la norma”- dicen recién comenzado el libro sus autores.

Así tenemos la extendida tradición del cordelito para abrir las puertas, la ropa tendida en las  ventanas, los eternos cables que molestan a las fotos de los turistas, las micros con letras que un subsecretario de transportes ordenó terminar queriendo copiar el Transantiago o la plaza en que las estatuas desaparecen.

El libro también es un balde de memoria. Nos recuerda el Parque Lenin de la Paz, ubicado en las afueras de Valparaíso, hecho por Salvador Allende para el recreo de los porteños y por muchos años convertido en depósito municipal. O el museo del automóvil que no alcanzó a ser y que alberga en un taller de Playa Ancha viejas reliquias.

Sus páginas son una puerta a clásicos espacios porteños como la peluquería Acuña, el bar Liberty, la sombrerería Woronoff, el salón de pool Videla o la disquería el Bigote.

No falta su homenaje a los perros porteños, pesadilla de los alcaldes e higienistas de turno. Personajes como el campeón de físicoculturismo Zoltán Robles, la bruja Chely y su magia blanca también están. O las tradiciones que tampoco faltan: La quema del Judas Iscariote, la fiesta de mil tambores, a cuya primera versión llegó Fuerzas Especiales porque “no estaba autorizada”

No se piense que el libro es una guía turística de Valparaíso. El ranking de miradores lo lleva Montedónico, allá arriba en Playa Ancha, donde sillones desvencijados son el solaz para una gran vista de la bahía desde una toma de terrenos, ranking en que la ciudad también es campeona: es la ciudad con más tomas del país.

Un libro sin número de hojas que invita a vagabundear entre sus páginas tal como se pierde uno en el laberinto de escaleras sin fin y quebradas sin ornato de la vieja ciudad puerto. “Una ciudad cerro arriba y cerro abajo, a veces con un descanso en alguna quebrada llena de neumáticos, tarros y botellas plásticas”. La disposición de los elementos tampoco tiene categorías. La invitación es a sumergirse en sus caóticas páginas.

Mauricio Becerra R.

@kalidoscop

El Ciudadano

 

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