Animales recolonizan ciudades ante el confinamiento por la pandemia

“Un resultado interesante de la falta de humanos en la calle: anoche vi tres mapaches (oso lavador) pescando y nadando en el océano frente a mi apartamento”, twiteó un internauta

Por Félix Eduardo Gutiérrez

25/03/2020

Publicado en

Animales / Mundo / Sociedad

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El confinamiento por el coronavirus ha propiciado un ambiente solitario y relajado en espacios urbanos normalmente dominados por el tráfico y el caos.

Esta situación ha provocado que en muchos lugares del mundo, los animales estén ganando espacio citadino. En varios países se han reportado casos de fauna salvaje que habitan en la periferia de ciudades y pueblos, y están saliendo de sus refugios y se siente dueña de enclaves dominados hasta ahora por el hombre.

Los pavos salvajes se lucen en el centro de Oakland, en California; y hasta en Madrid. Los jabalíes, que viven refugiados en Collserola, bajan hasta el centro de la ciudad de Barcelona y se dejan ver más relajados que nunca hurgando en los parterres.

En Ventanueva (núcleo de Cangas de Narcea, Asturias), todos los comentarios son para las imágenes grabadas de un oso que aprovecha, de noche, la cuarentena para adentrarse en el pueblo, reseñó el diario La Vanguardia.

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Al resultar confinados los seres humanos, se produce una liberación de esa fauna salvaje, señaló Araujo. Foto: EFE.

Normalmente, todos estos animales viven en áreas limítrofes, en enclaves no frecuentados por el hombre o en espacios ocultos. De alguna manera, son como fantasmas, que ahora sí se dejan ver.

En San Felipe (Panamá), donde bares y restaurantes han cerrado y se ha esfumado el turismo, Matt Larsen, director del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales en Panamá, ha dado rienda suelta a su sorpresa con este tuit.

“Un resultado interesante de la falta de humanos en la calle. Anoche vi 3 mapaches (oso lavador) pescando y nadando en el océano frente a mi apartamento. No he visto esto en mis 6 años aquí. Parecían bastante envalentonados por la ausencia de nuestra especie”, dijo.

En Lopburi, Tailandia, la falta de comida con que los turistas suelen obsequiar a los monos locales hace que estos animales estén permanentemente en disputa para hacerse con las sobras que encuentran.

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Animales recolonizan ciudades ante el confinamiento por la pandemia. Foto: Diario de Ibiza.

Mientras, zoólogos de la Universidad de Massachusetts estudiarán el grado de audacia o agresividad con que puedan actuar los coyotes y los zorros en las ciudades estadounidenses.

El naturalista Joaquim Araujo sostiene que asistimos a una “recolonización de los espacios urbanos por especies silvestres”. Es una paradoja. Los animales, que estaban confinados por infraestructuras que cuartean sus espacios naturales y les imponen restricciones en el movimiento, salen de su aislamiento.

Al resultar confinados los seres humanos, se produce una liberación de esa fauna salvaje, señaló Araujo.

“Nosotros somos ahora los que estamos atemorizados, y nos encerramos; y con nuestro miedo lo que hacemos es liberar a quienes nos tenían miedo”.

Araujo explicó que la actual situación demuestra que cuando se frena la presión urbana (tráfico, ruidos…), “la naturaleza vuelve a demostrar que tiene una gran capacidad de reacción, tanto para lo malo como para lo bueno”.

En esta colonización llevan la delantera las especies, que aprovechan cualquier oportunidad para ganar espacios. Este es el comportamiento que muestran los arácnidos o los dípteros (los insectos voladores), que saben todos esos resquicios.

Pero en ocasiones también los grandes carnívoros encuentran su oportunidad. De ahí que los leopardos se empiezan a mostrar confortables en las ciudades indias y los zorros se adentran en Londres (hay más de 1.000), señaló Araujo.

“Los vertebrados, ante este paisaje urbano sosegado, amplían su territorio en busca de comida”, agregó Antoni Alarcón, director del Zoo de Barcelona.

“Cuando en el mundo rural se abandonan los cultivos agrícolas, se produce una invasión del bosque y se recuperan especies antiguas. Salvando las distancias, algo parecido ocurre en pueblos y ciudades ahora”.

Theo Oberhuber, naturalista de Ecologistas en Acción, cree que aún es pronto para concluir si se dan cambios reales en el comportamiento de la fauna.

“Lo que está pasando es que ahora estamos más atentos y nos fijamos en la naturaleza más de lo habitual”, opinó.

“La gente tiene ahora más tiempo para ver las aves desde las ventanas; salimos más al balcón. Detectamos cosas que ante pasaban inadvertidas”, agregó.

Oberhuber sostiene que muchos de los fenómenos de acercamiento de la fauna a las ciudades ya se habían constatado con anterioridad.

Nos puede sorprender la presencia de aves, pero ya estaba ahí. “Lo que ocurre es que la gente tiene ahora más tiempo para ver al ave desde la ventana; salimos más al balcón. Detectamos cosas que ante pasan inadvertidas”, dijo antes de recordar que el cielo es a veces atravesado por milanos, cernícalos o halcones.

Una atmósfera más limpia, unida a una menor contaminación acústica son otros componentes decisivos.

“El ruido es nuestro estandarte de civilización: el ruido de los motores, el de la velocidad, el de nuestras máquinas y comodidades. Si disminuye, es como si se hubieran abatido nuestra señas de identidad”, sostuvo Araujo. Y lo animales lo saben.

En realidad, todo se resume de forma fácil en la frase “la vida se abre camino”. Es una de las sentencias más conocidas de Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993). La naturaleza se impone en ocasiones en las situaciones adversas.

Los expertos señalan como tras un cambio ecológico brusco (y ya no digamos si se trata de catástrofe destructiva), la naturaleza tiende a recuperar el terreno perdido a través de la llamada sucesión ecológica, una teoría que desarrolló, entre otros, Ramon Margalef, y que estudia cómo animales y plantas van ocupando esos espacios en una carrera de colonización.

En esta sucesión se ha constatado, por ejemplo que en los ecosistemas de Catalunya, primero, nazcan las pequeñas hierbas, luego los pinos (que se reproducen a los 15 años) y luego las encinas (40 años), hasta conformar ecosistemas estables maduros.

Las personas que han visitado enclaves que han sido pasto de la destrucción (un bombardeo, un abandono repentino como el que se dio en Chernobil…) expresan la fascinación que produce la escenografía lúgubre y desolada que envuelve el lugar; pero aún les llama más la atención la mágica vitalidad con que se abre paso la naturaleza entre ruinas.

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