Ancianos españoles se atrincheran en sus casas y no dejan entrar ni a sus cuidadores

Muchos han dejado de ver los noticieros de televisión para evitar la angustia y se informan solo por los grupos de Whatsapp

Por Félix Eduardo Gutiérrez

24/03/2020

Publicado en

Mundo / Salud

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En las principales ciudades españolas la cantidad de ancianos que viven solos ha superado todos los récords.

Esta situación se ha hecho mucho más evidente durante la pandemia de coronavirus, tiempo en el que se han activado mecanismos de seguimiento y monitoreo, para brindar atención a las personas de la tercera edad.

Tales mecanismos han resultado insuficientes, por eso los ancianos acostumbrados a la soledad y a veces hasta al confinamiento, buscan su propia manera de resolver su situación particular.

Es el caso de Trini, una mujer de 83 años, que vive sola en Barcelona, y que trata de evitar la infección de coronavirus suspendiendo el contacto con el mundo exterior. Y dice tajante: «En mi casa no entra nadie», reseñó el Diario de Mallorca.

Trini, una mujer de 83 años, que vive sola en Barcelona, y que trata de evitar la infección de coronavirus suspendiendo el contacto con el mundo exterior. Y dice tajante: «En mi casa no entra nadie». Foto: Diario de Mallorca.

«Me agobia un poco, me gusta salir a pasear, pero tenemos que cuidarnos», añadió. Varias viudas jubiladas consultadas, en su misma situación, salen a la calle protegidas, y para hacer lo mínimo: tirar la basura y comprar alimentos básicos.

Han suprimido los servicios privados de limpieza y evitado pedir ayuda a sus familiares o mirar las noticias. Mientras tanto, entidades como Amics de la Gent Gran o Avismón refuerzan la atención telefónica para asegurarse de que están bien.

«Trato de ver el coronavirus como una lotería, si te toca, te toca… no puedo vivir agobiada», explicó Encarna Taroca, una mujer soltera de 78 años que vive sola en el barrio del Clot.

«No estoy asustada, pero al principio lo pasé mal», relató la mujer, acostumbrada a salir cada tarde a dar una vuelta por el vecindario. «Pensé que no lo aguantaría, pero ahora cada día me llaman mis amigas y así vamos tirando» dijo sonriente.

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Muchas han dejado de ver la televisión. «Me gusta ver las novelas, pero es que en la tele solo hablan del coronavirus este y me pone nerviosa». Lo dijo Pilar, de 68 años y con problemas coronarios y asmáticos. Foto referencial: Web.

También Rosa Maria Pastor, de 63 años y con una enfermedad pulmonar, ha visto cómo el teléfono la ha absorbido tras el confinamiento, aunque aclara: «Yo no llamo a todo el mundo, a esta gente que sufre tanto no le cojo el teléfono, prefiero evitar las preocupaciones».

Muchas han dejado de ver la televisión. «Me gusta ver las novelas, pero es que en la tele solo hablan del coronavirus este y me pone nerviosa». Lo dijo Pilar, de 68 años y con problemas coronarios y asmáticos.

Trini dejó de ver las noticias cuando se enteró de que el primer ministro británico no iba a confinar el país: «¿Qué se piensa este señor, que los mayores somos basura o qué?», se quejó. Rosa Maria está «cansada de ver a los políticos».

«Yo quiero ver a alguien que haya pasado la enfermedad y que diga que está bien», añadió. Ha dejado de mirar la tele, pero se mantiene conectada al mundo a través del grupo de Whatsapp que han creado los vecinos de su bloque. «Es una buena iniciativa, aunque de momento no he pedido ayuda».

Encerrados y en soledad

Por el momento, las cinco mujeres consultadas llevan encerradas en casa desde el jueves, el día en el que se aprovisionaron de comida (mucha ya en el congelador), guantes y gel desinfectante. Trini ha tratado de salir «lo más mínimo posible», aprovechando todo el material que tiene en casa.

 «Me he puesto los guantes de jardinería, la mascarilla que tengo en casa de cuando fumigaron, y cuando vuelvo me limpio las uñas con un cepillo de dientes». Tiene nietos e hijos, que viven fuera de la ciudad, que la podrían ayudar a hacer la compra o ir a buscar los medicamentos.

«Prefiero que no vengan, no quiero que nos pongamos en riesgo, yo estoy bien y puedo ir tirando», justificó. Ella también ha pedido a la mujer que limpia en su casa que deje de venir por unos días. «Y si tuvieran que venir, les pediría que me dejaran la comida en la puerta, no les abriría», añadió.

Josefa Porcel, a sus 79 años y con un asma que le impide respirar con normalidad, no puede prescindir de los cuidadores. En vez de ir al comedor social donde come cada día, ahora le traen hasta su piso del Raval la comida precocinada. También le asiste, como siempre, una trabajadora familiar del servicio domiciliar que, aun «sin mascarilla ni guantes», le ayuda a ducharse, le limpia la casa y le compra los medicamentos que necesita.

A ella, lo que más le sorprende es ver esta Barcelona vacía. «Parecemos una isla desierta, no lo había visto así en mi vida», subrayó.

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