Cultura

Pintura de los reinos: identidades compartidas en el mundo hispánico

¿Se puede identificar un lenguaje común y al mismo tiempo las particularidades locales en el arte latinoamericano de la época virreinal?

Por Lucio V. Pinedo

02/04/2016

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Los modelos

Los modelos
Comunión de Santa Teresa
Juan Martín Cabezalero
Óleo sobre lienzo, 248 x 222 cm. ca. 1670
Madrid, Fundación Lázaro Galdiano

La historia de la pintura durante la Edad Moderna puede explicarse como el resultado de un complejo proceso de intercambios y de transmisión de modelos. Dos ejemplos relacionados con los siglos XVI y XVII, respectivamente, nos introducen en estos mecanismos. En 1581 el pintor flamenco Martín de Vos firmó el San Miguel Arcángel de la catedral de Cuautitlán, en México. La presencia de esta obra en Nueva España y su difusión a través de una estampa de Hieronymus Wierix permitió que la composición se propagara por todos los territorios hispánicos.

Las estampas, los cuadros originales o las copias sirvieron para extender lenguajes artísticos y fórmulas compositivas por Europa y América. Uno de los casos más importantes durante el siglo XVII fue el de Rubens, que surtió de modelos a artistas americanos, españoles, italianos o flamencos y fue decisivo para la creación de un estilo internacional. Obras como La Asunción de Villalpando derivan directamente de una estampa basada en una composición del flamenco, y es solo un ejemplo entre docenas de la profunda huella que dejó en el arte español y novohispano.

Pintores del Siglo XVI

Pintores del Siglo XVI
San Juan escribiendo el Apocalipsis
Martín de Vos
Óleo sobre tabla, 240 x 170 cm.
Segunda mitad s. XVI
Tepotzotlán, Estado de México, Museo Nacional del Virreinato, INAH

Tras el primer contacto con América a finales del XV, el siglo XVI es el momento álgido de la expansión territorial española y portuguesa por el continente. Se creó una compleja estructura administrativa, se fundaron nuevas ciudades, y llegó una abundante población procedente de la Península Ibérica y otras zonas europeas. Entre los nuevos pobladores había numerosos artistas, que trajeron técnicas, estilos y fórmulas compositivas aprendidas en Europa, y pondrían las bases para el desarrollo de las artes plásticas y la arquitectura en Iberoamérica. Fue un proceso lento, que se consolidó durante las últimas décadas del siglo, y en el que participaron artistas de Italia, Flandes y España.

Esa variedad permitió que el arranque de la historia de la pintura en Iberoamérica fuese muy rico, y reflejara las principales tendencias del arte europeo. Así lo atestiguan las obras realizadas por pintores nacidos en Europa, como el jesuita italiano Bernardo Bitti, que en 1575 se estableció en Cuzco; el español Alonso Vázquez, que después de contribuir al desarrollo del manierismo en Andalucía se trasladó a México en 1603; o el también italiano Mateo Pérez de Alesio, que trabajó en Lima desde 1588. Otros pintores enviaron sus obras, como Martín de Vos.

Naturalismo

Naturalismo
Incredulidad de santo Tomás
Sebastián López de Arteaga
Óleo sobre lienzo, 226 x 156,5 cm.
ca. 1643
Ciudad de México, Museo Nacional de Arte, INBA

En las primeras décadas del siglo XVII, e impulsado por artistas como Caravaggio, se extendió por Europa un movimiento pictórico que reivindicaba la realidad como materia fundamental de la pintura, y utilizaba la técnica claroscurista como instrumento principal para describir esa «realidad». Es el Naturalismo, una de las corrientes pictóricas que tuvieron un carácter más internacional. El lenguaje naturalista se extendió por Iberoamérica durante las décadas centrales del siglo e interesó a la mayor parte de los pintores activos entonces.

La incredulidad de Santo Tomás se organiza mediante una composición cercana a modelos queridos por los caravaggistas activos en Roma en la segunda década de siglo, como Ribera. Es obra realizada en 1643 por Sebastián López de Arteaga, un sevillano discípulo de Zurbarán que se estableció en México en 1640. Su maestro fue uno de los más importantes difusores del lenguaje naturalista en Iberoamérica, a través de pinturas que realizaba expresamente para instituciones religiosas, como el apostolado destinado al convento de San Francisco de Lima, al que pertenece Santiago el Mayor.

El Barroco

El Barroco
La aparición de la Virgen y el Niño a san Francisco
José Juárez
Óleo sobre lienzo, 264 x 286 cm.
Siglo XVII
Ciudad de México, Museo Nacional de Arte, INBA

Desde mediados del siglo XVII, los pintores activos en Iberoamérica y sus patronos se fueron haciendo cada vez más ambiciosos en lo que se refiere a formatos, soluciones compositivas y lenguajes pictóricos, y se desarrolló un estilo expansivo y vibrante que constituye una de las cimas de la historia de la pintura en América. Cuatro ejemplos ayudan a entender el fenómeno. Todos ellos son cuadros cuyas grandes dimensiones sugieren la extraordinaria ambición y seguridad artísticas de ese momento. La Lactación de santo Domingo muestra el personalísimo estilo de Cristóbal de Villalpando y su técnica tan eficaz para mover grupos humanos muy numerosos y para describir una realidad brillante y sobrenatural. Su comparación con La muerte de santo Domingo del murillesco andaluz Juan Simón Gutiérrez nos enseña notables semejanzas compositivas, resueltas con una vocación cromática mucho más exaltada en el caso del mexicano. Ese énfasis en el color ha hecho que con frecuencia se le compare con Valdés Leal, y fue compartido por muchos otros pintores españoles, como Claudio Coello. Los puntos de partida de Villapando fueron obras como la del mexicano José Juárez, más contenida de color, pero igualmente ambiciosa de composición.

Identidades compartidas y variedades locales

Identidades compartidas y variedades locales
Inmaculada Concepción
José Antolínez
Óleo sobre lienzo, 207 x 167 cm.
1666
Madrid, Fundación Lázaro Galdiano

La gama de respuestas de los pintores hispanoamericanos a las diversas fuentes que tenían a su alcance fue muy variada y funcionan en varios niveles. El más evidente es la relación con la pintura española, en especial la andaluza y, en menor medida, la madrileña. Sin embargo, como hemos visto en la sección anterior, los pintores americanos tuvieron acceso a las imágenes de otros territorios de la Corona, en particular de Flandes, y fueron capaces de interpretar por sí mismos esas otras fuentes. De forma gradual, desarrollaron lo que se conoce como una tradición local o una adaptación de las convenciones artísticas españolas, que reconfiguraron de acuerdo con las necesidades y exigencias de sus sociedades.

En las obras dedicadas a la Inmaculada, uno de los objetos devocionales más característicos del mundo español, se observa tanto la plataforma común que comparten los artistas a uno y otro lado del océano, como los rasgos que caracterizan la producción de los distintos centros, y las variantes que se fueron dando a lo largo del tiempo respecto a los símbolos que acompañan a la imagen, su postura o el color de su vestimenta.

La exposición
Santa Teresa recibe el collar y el velo
Cristóbal de Villalpando
Óleo sobre lienzo, 205 x 134 cm.
ca. 1680 – 1690
Ciudad de México, Templo San Felipe Neri. La Profesa

 

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Fuente: Museo del Louvre.

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