Cine chileno

100 años de Aldo Francia

Aldo Francia es la encarnación del Nuevo Cine Latinoamericano. La influencia italiana, que resulta evidente en su admiración por el neorrealismo italiano, no sólo se circunscribe a aspectos cinematográficos. Católico a su manera y militante comunista, Aldo Francia parece reunir en su persona a Don Camilo y a Peppone, los protagonistas de la reconstrucción de la Italia del antifascismo.

Por Absalón Opazo

30/08/2023

Publicado en

Artes / Chile / Cine / Cine / Cultura

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Por Silvio Cuneo Nash

Hijo de inmigrantes italianos, Aldo Francia nació en Valparaíso en 1923 y estudió medicina en la Universidad de Chile, especializándose como pediatra. Su ejercicio profesional no fue un impedimento para dedicarse al cine y, pese a haber realizado sólo 2 largometrajes, su obra cinematográfica es para muchos la más importante de Chile.

Su fuente inspiradora por excelencia se encuentra en el neorrealismo italiano. Especialmente interesante resulta analizar la influencia de Vittorio De Sica y Cesare Zavattini en el cine de Aldo Francia.

La necesidad que llevó a los latinoamericanos a filmar fuera de los estudios es la misma que tuvieron los cineastas italianos. Además, la pobreza, el desempleo, el hambre y la delincuencia como fruto de la marginalidad -temas muy presentes en la Italia de la posguerra y en el neorrealismo italiano- siguen hasta nuestros días estando muy vigentes en América Latina.

Sin embargo, el neorrealismo no se limitó a una descripción de la pobre realidad de la Italia de la posguerra. Hay también en este cine una propuesta estética distinta, la que llegará del mismo modo al cine latinoamericano.

Esta innegable influencia genera reacciones críticas, ya que hay quienes creen que el neorrealismo italiano limitó enormemente al cine latinoamericano, porque los cineastas argentinos, brasileños, cubanos y chilenos, en vez de explorar nuevas formas de cine, originales y latinoamericanas, muchas veces se limitaron a imitar el cine italiano, adecuando las historias de la posguerra y la miseria europea al constante drama de nuestra pobreza [i].

La crítica no se limita a los aspectos argumentales puesto que se señala que en el cine latinoamericano hasta se filmó como si del neorrealismo italiano se tratara, y no deja de sorprender la existencia de tomas casi idénticas en películas argentinas o chilenas con aquellas del neorrealismo italiano.

La crítica planteada precedentemente es incuestionable. Sin embargo, el verdadero legado del neorrealismo es el de exhortar al cineasta a mostrar con su cine la vida tal cual es. Esto es lo que Zavattini entiende como “cine espejo”, y así lo han comprendido un sinnúmero de cineastas que han realizado importantes estudios etnográficos en Latinoamérica y en todo el mundo, de los que también podría decirse que fueron los europeos los que muchas veces comenzaron a realizar estudios etnográficos en otros continentes.

Piénsese por ejemplo en los documentales para la televisión que hizo Rossellini como “India Matri Bhumi”, en 1959, o “A Valparaíso”, de Joris Ivens, de 1962.

Sin desconocer la cuota de razón que le cabe a la crítica antes señalada, no puede desconocerse el aporte del neorrealismo italiano al cine mundial y el problema puede ser consecuencia de no haber entendido bien el manifiesto neorrealista, no obstante, el error también fue parte del crecimiento. En el caso chileno basta ver el cine que antecede a la influencia neorrealista para darse cuenta de la enorme contribución que significó el influjo italiano.     

En los años ’60s del siglo pasado, nació en Chile un cine social que comparte las principales características del neorrealismo italiano, pues en este nuevo cine chileno prima el rodaje en exteriores, la apariencia de documental, la presencia de actores profesionales y no profesionales y cierta ambigüedad respecto a los finales, los que son abiertos, dejando al espectador sin saber qué es lo que va a pasar después del filme con los personajes.

La presencia de los niños, tanto en los filmes del neorrealismo como en las películas del Nuevo Cine Chileno, podrían interpretarse como una imagen esperanzadora, algo así como los niños serán los encargados de mejorar nuestros errores, pero al mismo tiempo, emerge la interrogante de qué clase de futuro dejaremos a nuestros niños.

Este mensaje es tan ambiguo en “Ladrones de bicicletas” o “Los niños nos miran” (ambas de Vittorio De Sica) como en “Valparaíso, mi amor” de Aldo Francia. La vida continua y los niños son el futuro, pero ¿qué futuro?

Fue tal la influencia del neorrealismo italiano, que el propio Aldo Francia confiesa cómo nació su vocación por el cine:

En una de esas tardes en un pequeño cine del quartier, por el lado del Boulevard Saint Michel, donde recién se había apagado el proyector de películas y encendido las luces de la sala, nos encontramos todos con los ojos lacrimosos, sin ninguna posibilidad de disimularlo. Acababan de proyectar ‘Ladrón de bicicletas’ de Vittorio de Sica. Y tuvimos la sensación de que algo nuevo había comenzado en el cine. En ese momento, siendo ya médico, decidí que algún día también sería cineasta. Siempre había visto el cine como un simple medio de diversión, pero ahora también veía su importancia social y con ese enfoque practico la medicina. Pero en esa tarde parisina había descubierto un medio mucho más eficaz para realizar esa labor: el cine [ii].

Católico a su manera y militante comunista, Aldo Francia parece reunir en su persona a Don Camilo y a Peppone, los protagonistas de la reconstrucción de la Italia del antifascismo. Su primer filme, “Valparaíso, mi amor” de 1969, es claramente neorrealista. Su segunda película, “Ya no basta con rezar” de 1972, es más bien realista.

Además de la realización de dos de los filmes más importantes del cine chileno, Francia fue el principal impulsor del Festival de Cine de Viña del Mar, cuna del Nuevo Cine Latinoamericano. Su creación cinematográfica, de una clara militancia política, se vio abruptamente interrumpida tras el sangriento Golpe de Estado de 1973.

Como teórico del Nuevo Cine Chileno, y siguiendo a Gramsci, lo define como:

(…) Aquel que tiene por finalidad despertar la conciencia del espectador respecto del medio en que vive y de los problemas sociales que este medio tiene. Por lo tanto, es un cine social (…) por contraste, el Cine Viejo es aquel que busca la evasión del espectador del medio.

Si bien es cierto que la obra de Francia es muy neorrealista -y la presencia de Vittorio De Sica y Cesare Zavattini resulta evidente-, éste busca, principalmente a través de los Festivales Internacionales de Cine de Viña del Mar, rescatar el cine propio y original de Latinoamérica.

Es fundamental que veamos nuestras obras y discutamos sobre ellas si queremos mantener una unidad de fondo. Si bien la temática de un país latinoamericano a otro no es la misma, todos tienen un común denominador, quién más, quién menos. La miseria, el hambre, la cesantía, la justicia clasista, el nacionalismo, el abuso…

“Valparaíso, mi amor”, de 1967, parte de una historia real de un cuatrero que termina en la cárcel, para luego seguir con la pobre suerte de los hijos del preso. Entre la ficción y el documental, Francia con maestría nos muestra ese Valparaíso y sus bajos fondos. Quizá la mejor escena es la del consultorio en el que no pueden hospitalizar al menor de los hijos por falta de camas, una realidad que el Dr. Francia conocía de cerca.

El film, a diferencia del cine que lo antecedía, no muestra la belleza pintoresca de Valparaíso como si de una postal se tratara. Apenas se ve el mar, y la belleza de Valparaíso es la de un puerto pobre, una especie de belleza de los paisajes de “La tierra tiembla” de Visconti.

Obviamente no faltaron los que se indignaron con una película como ésta. Para ilustrar dicha crítica, y de paso contar de qué se trata el filme, transcribiremos una carta publicada en el Mercurio de Valparaíso en enero de 1970:

Respondiendo a L.A.M. (…) debo decir que desde chica he visto cine; creo saber de películas y he visto varias nacionales, que, aunque no han sido un dechado de perfección, han superado con largueza a la del Dr. Francia.

Por mi parte, sigo opinando lo mismo que ya dije en mi carta anterior. Ese padre cesante que hasta la cara tenía de flojo, bien pudo haber trabajado en lo que fuera, mozo, lustrabotas, barredor de calles, etc., antes que robar.

La muchacha, otra floja como la mayoría de las que se prostituyen, bien pudo emplearse como doméstica y luchar estudiando de noche si hubiese querido ser decente. El muchacho, ladrón y mal agradecido, pudo haber solicitado trabajo a la misma señora que lo ayudó, pero era más cómodo robar y mandarse a cambiar sin ni siquiera agradecer el bien recibido.

Y es lógico que la mendicidad avergüence a cualquier país, sobre todo en éste, en donde abunda la sinvergüenzura en que se ven tantos pelusas pedigüeños que muchas veces son mandados por sus padres a pedir para sus vicios.

Para ver y saber lo que pasa en el puerto, como en otras partes, no se necesita verlo en películas. Por último, le diré, señora o señor L.A.M., que sólo duermo de noche y cuando me toca ver una película mala como me ocurrió con “Valparaíso, mi amor”, pues me cuesta mantener los ojos abiertos. Por eso repito, ojalá no salga al extranjero, ya que muchos opinan como yo.

En 1972, Francia filma su segundo largometraje, “Ya no basta con rezar”. La evolución que significa este film respecto al anterior lo aparta del neorrealismo, pero no tanto.

Nuevamente rodada en su ciudad natal, en la película contrasta el Valparaíso rico con la vida de los marginales, que a lo sumo pueden aspirar a subsistir.

“Ya no basta con rezar” muestra por una parte una Iglesia caritativa, cómoda junto a los poderosos, y por otra, la transformación del padre Jaime (interpretado por Marcelo Romo) que se revela ante la injusticia y termina uniéndose a la lucha obrera en contra de las injusticias y los poderosos. La escena final es emblemática: el padre Jaime lanza una piedra contra el orden establecido.

Así como Francia pasó del neorrealismo al realismo, su tercera película -nunca filmada- iba a ser una historia surrealista al más puro estilo de “Milagro en Milán”. En el filme no nato de Francia “La guerra de los viejos pascuales”, un viejo vestido de Papá Noel trata de hacer felices a los niños pobres que no reciben regalos para navidad, y comienza a regalar los juguetes de las vitrinas de los negocios. Finalmente es encarcelado.

En el proyecto de filme, tal como en “Milagro en Milán”, hay un mensaje tristísimo: en el mundo que vivimos, los pobres no pueden ser felices.

Quisiera terminar este comentario buscando la raíz más profunda del pensamiento político de Aldo Francia. Son sus propias palabras las que parecen definir la esencia de su arte:

Desde hace muchos años me defino como cristiano marxista y pienso definirme de ese modo hasta el día de mi muerte. La base de mi pensamiento es el amor al prójimo y eso se trasluce en todos mis personajes, aun en los villanos. Y esa es la base fundamental del cristianismo y del marxismo, que se expresa en una sola palabra: Justicia.

1969: Aldo Francia sostiene el afiche de «Valparaíso mi amor». Vía @fotohistoriacl (Twitter)

NOTAS

[i] Uno de los exponentes de esta crítica es nuestro gran amigo Nelson Cabrera, director de cine y alma del festival de cine social y de derechos humanos, Cine otro, de Valparaíso.

[ii] La cita de Aldo Francia, como todas las citas sucesivas del mismo autor, han sido tomadas de su libro “Nuevo Cine Latinoamericano en Viña del Mar”, Universidad de Valparaíso-Editorial 2002.

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