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Los cartoneros del arte

Liliana Maresca es una artista porteña que marcó un curso para los artistas latinoamericanos que la sucedieron: planteó la posibilidad de transformar la miseria en oro, interviniendo el original, sin intermediarios, revelándole a la humanidad, al mismo tiempo, la cara de los marginados. La curadora de arte Magdalena Verdejo escribe al respecto.

Por Lucio V. Pinedo

17/12/2015

Publicado en

Artes / Cultura / Latinoamérica

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Liliana Maresca (1951-1994) fue una artista multifacética: hizo poesía, dibujos, esculturas, instalaciones, intervenciones urbanas, acciones, performance y, además, fue gestora cultural. Exploró también una multiplicidad de estilos, géneros y estrategias, que abarcan desde lo conceptual a videoinstalaciones unificadas por su impronta personal. Provocativa, misteriosa y poética, Liliana Maresca puso una mirada sensible sobre su presente y formó parte activa de la vanguardia artística porteña de los años ochenta y noventa. Trabajó con la alquimia y transmutó su tiempo en oro.

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La obra de Liliana Maresca se inscribe un contexto histórico y artístico vinculado al retorno de la democracia argentina en el año 1983. Se expandió, por entonces, un explosiva sensación de la libertad y de la expresión a través del arte y el cuerpo. Los artistas salieron a la calle y volvieron a reunirse luego de estar silenciados, ocultos o exiliados.  En el año 1989, se abrió en Buenos Aires la Galería del centro Cultural Rojas, que inauguró una década y acogió a un grupo de jóvenes artistas que fueron identificados como los «Artistas del Rojas», nucleados en torno a la figura de Jorge Gumier Maier. En la inauguración de esta galería, Liliana Maresca presentó la obra  La cochambre. Lo que el viento se llevó. En el catálogo, la artista comentaba:

[…] encontré estas sillas en un recreo del Tigre, El Galeón de Oro, construido en los ’60 con toda una mezcla de modernismo progre y kitsch […]. Fue intervenido por la dictadura siendo descuidado y saqueado. […] estas sillas, como muchas otras cosas, al ser descuidadas se mojaron, inundaron, les llegó el tiempo de la descomposición. Cuando las vi me hicieron sentir un deterioro universal, una cosa de la soledad frente a otros, un mirarme en un espejo y ver nada más que mi cara […]. Al otro día del vendaval quedamos así, esqueleto solo, sin pintura, sin ropa. Una caricatura […].

La obra que presentó aquella vez fue una instalación con estas sillas encontradas y deterioradas, cuyo símbolo de decadencia anunció una época. En el mismo evento, Batato Barea, otra icónica figura del under porteño de los años ochenta, realizó una performance.

Más tarde, encontramos a Liliana Maresca trabajando con la obra Recolecta que fue una instalación que presentó en el Centro Cultural Recoleta, en pleno brillo del menemismo (noviembre de 1990). La artista consiguió dos carros con su carga completa directamente de los recolectores del Albergue Warnes, base de operaciones y refugio de un gran número de marginados sociales. Conformando una progresión que los transforma, exhibió uno de ellos como objeto encontrado sin modificar. Al siguiente lo pintó cuidadosa y completamente de blanco, haciendo de él un monumento escultórico clásico. La obra se completó con dos carritos a escala reducida que replicaban el continente y el contenido de los mayores. Realizados en fundición de bronce, uno estaba bañado en plata y el otro en oro. Los cuatro objetos estban presididos por un texto de Paracelso, seleccionado para enfatizar los alcances de la transmutación alquímica y la capacidad del trabajo humano de convertir lo vil en excelso, ya sea ganándose el sustento manipulando la basura o haciendo arte espiritualizando la materia.

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En esta obra, Lilliana Maresca empleaba el título para describir la actividad practicada, cada anochecer, por los cartoneros con sus carritos de «tracción a sangre» humana y, a su vez, por proximidad, manipulaba el nombre del Centro Cultural Recoleta, lugar en donde la obra se exhibía y que designaba, además, a uno de los barrios más caros y exclusivos de Buenos Aires, en cuyo corazón la institución estuvo emplazada.

La actividad de los cartoneros se había hecho visible a partir de la hiperinflación de 1989, que anticipó la salida del gobierno de Alfonsín y la asunción de Carlos Ménem, cuya administración solo pudo dominar los altos índices inflacionarios a costa de la Ley de convertibilidad (1991), que tuvo, entre otras, la consecuencia de profundizar la desocupación.

«Esa instalación es sin duda emblemática —explica la historiadora del arte Adriana Lauria—. Por lo que simbolizó, por dónde fue mostrada, porque detalla el opus alquímico (materia innoble hasta llegar al oro) y porque anticipó la crisis de 2001».

En palabras de Liliana Maresca:

Entonces para mí fue como un símbolo nacional. Trabajé con eso. Y una idealización de eso, incluso. Por eso los convertí en oro, en plata, como pasar a otra mediatización de eso, una cosa de la alquimia, de producir de la nada algo y de todo ese dolor humano que significaba ir a cartonear por veinte pesos por día como cartoneaban cien tipos que después iban y vendían eso que era como vender el alma, la sangre.

Esta obra, no solo habló de su tiempo, con una capacidad anticipatoria, sino que además de ser un paradigma para el arte argentino contemporáneo, lo es en el marco de latinoamericano. La psicoanalista brasileña Suely Rolnik explica que:

lo que cambia y se radicaliza en el arte contemporáneo es que, al trabajar cualquier materia del mundo e interferir en él directamente, se explicita de un modo más contundente que el arte es una práctica de problematización (desciframiento de signos y producción de sentido), una práctica de interferencia directa en el mundo. El arte participa del desciframiento de los signos de estas mutaciones sensibles inventando formas a través de las cuales tales signos ganan visibilidad y se hacen carne.

El arte es, por lo tanto, una práctica de experimentación que participa de la transformación del mundo. Un factor común entre las producciones latinoamericanas presentadas es esta capacidad experimental de transformar la realidad y el mundo. Convertir la nada en algo, explorar los márgenes y revelar a la humanidad la imagen del otro.

Escribió: Magdalena Verdejo

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