Después de la guerra todos quieren ser generales: Una despedida para don Hernán

  “ … y pensando en seguida, como ante un abismo, qué poco, qué miserablemente poco resta de aquella marcha hacia la nada

Por Cristobal Cornejo

11/07/2013

Publicado en

Artes / Música

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 … y pensando en seguida, como ante un abismo, qué poco, qué miserablemente poco
resta de aquella marcha hacia la nada. Y entonces ¿para qué?
Y cuando llegaba a ese punto y cuando parecía que ya nada tenía sentido, se
tropezaba acaso con uno de esos perritos callejeros, hambriento y ansioso de
cariño, con su pequeño destino (tan pequeño como su cuerpo y su pequeño
corazón que valientemente resistirá hasta el final, defendiendo aquella vida
chiquita y humilde como desde una fortaleza diminuta), y entonces,
recogiéndolo, llevándolo hasta una cucha improvisada donde al menos no pasase
frío, dándole algo de comer, convirtiéndose en sentido de la existencia de aquel
pobre bicho, algo más enigmático pero más poderoso que la filosofía parecía
volverle a dar sentido a su propia existencia. Como dos desamparados en medio
de la soledad que se acuestan juntos para darse mutuamente calor.”

(Sobre Héroes y tumbas. Sábato).

Sentimientos encontrados enlutan hoy el corazón del Colectivo de Investigación Tiesos pero Cumbiancheros, mientras la tristeza y el agradecimiento van tiñendo poco a poco al mundo de la cumbia tras la partida de uno de sus más grandes cultores chilenos, don Emiliano Hernán Gallardo Pavéz.

Conocimos a don Hernán hace 2 inviernos, siguiendo la ruta coquimbana de la cumbia a la chilena. Entrevistarlo era fundamental, pues no sólo se trataba de uno de los pocos autores que enriquecieron el repertorio de nuestra cumbia con creaciones propias, sino que además porque su clásico “Un año más” se había transformado en el más grande himno festivo conocido por estas tierras.

Gracias a la generosidad de Sebastián Clavero y otros egresados de música de la Universidad de La Serena, pudimos contactarlo telefónicamente y acudir a su encuentro. Pero al entrar a su casa, la idea que teníamos sobre cómo sería la vida del compositor cambió radicalmente.

La imagen del célebre compositor de “Un año más” se nos perdía entre la oscuridad, el encierro, el frío, la enfermedad y la soledad. La cumbia volvía a ser balada triste, como en su primera versión, mientras nos mostraba una carpeta llena de archivos de entrevistas publicadas en medios de prensa. No quería más entrevistas. Ya había contado demasiadas veces la historia de su canción, y con plena conciencia del nivel de popularidad que había alcanzado, lo que sentía era rabia e ingratitud. Nosotras respetamos su decisión, pero nos fuimos quedando a pasar la tarde para conocer un poco más de su vida, de su historia.

Don Hernán fue desempolvando recuerdos y compartiendo emociones que hoy sentimos un poco nuestras, tras ver su inquietud constante por crear, su compromiso con el trabajo cultural en Coquimbo y su impotencia al ver cómo mientras su célebre canción había hecho gozar a varias generaciones de públicos y permitía posicionar a agrupaciones cumbiancheras en la escena nacional, él continuaba viviendo en la pobreza y el abandono.

No sabía muy bien qué pasó con sus derechos de autor. Sólo recordaba haberse inscrito en la SCD, ya entrados los ´90, cuando recibió poco más de un millón de pesos retroactivos por las incontables veces que su composición fue versionada y difundida, una cifra irrisoria para quienes conocen el negocio de la música. Pero la necesidad tiene cara de hereje, así es que él aceptó el pago sin reclamos, como muchos otros que han sentido en carne el abandono y la pobreza.

Para entonces, la Sonora Palacios ya la había convertido en un clásico al hacer su propia versión después de haber sido grabada en ritmo de cumbia por los Vikings 5, ya existían otras tantas versiones tropicales de agrupaciones coquimbanas. La exposición radial y las muchas versiones que le siguieron hicieron crecer el mito: se decía que don Hernán recibía un millón de pesos al mes, que ya no tenía necesidades, que si vivía precariedades era por su bohemia costumbre de malgastar. Y es que el mito era más cómodo que asumir responsabilidades.

Volvimos a visitarlo ese mismo año, esta vez con víveres para compartir en su mesa y un gran scanner para respaldar el valioso material que tenía guardado en sus cajas. Conversamos largamente toda la tarde, le sacamos más de una sonrisa y nos fuimos de vuelta a Santiago con el corazón apretado por tanta injusticia y olvido. Las contradicciones del investigador objetivo no tenían cabida, pues se trataba de una cuestión de sensibilidad humana.

Ya en Santiago, nos reunimos con gestores y cultores para ver posibilidades de realizar proyectos que contribuyeran a dar mayor visibilidad a la situación de don Hernán, como lo habíamos conversado junto a él, al tiempo que le permitiera acceder a un piso básico de recursos económicos. Junto a Pablo Sepúlveda y el estudio La Makinita, postulamos al Fondo de la Música para grabar un disco con canciones inéditas de su repertorio interpretadas por agrupaciones nacionales. Logramos comprometer a Los Vikings 5, Joe Vasconcellos, Amparito Jiménez, La Guacha, Combo Ginebra y Juana Fe, entre otros muchos. El proyecto no tenía salida comercial, se nos dijo.

Junto a Sebastián Clavero y el apoyo de la Universidad de la Serena y de la Municipalidad de Coquimbo, entre otros, postulamos a un Fondo Regional cuya idea era rescatar, restaurar y  preservar la obra de Hernán Gallardo en un archivo, dándolo a conocer a través de una muestra fotográfica itinerante en la Región de Coquimbo. Quedamos fuera de bases porque la autorización del mismo don Hernán -en precarias condiciones de salud y movilidad limitada- no estaba notariada, aun cuando telefónicamente se nos contestó que en este caso no era necesaria tal tramitación.

Pero insistimos. Intentamos con la convocatoria pública Tesoros Humanos Vivos (también del CNCA) y luego postulándolo al Premio Presidente de la República de la Música Nacional. Nuevamente se cerraron las puertas. Por algún motivo no fue considerado como merecedor de ninguno de estos reconocimientos.

Corría entonces el año 2011. El Premio a la Música Nacional en la categoría de género popular fue otorgado a Buddy Richard, quien seguramente también lo merecía. Pero nos preguntamos tantas veces, ¿será que lo necesitaba?, ¿dónde estaban los criterios de redistribución, de corrección de desigualdades y de necesidad en la asignación de los fondos para la cultura y las artes?, ¿qué costaba reconocer la trayectoria y garantizar una pensión mínima digna a un tamaño cultor, considerando especialmente las condiciones en las que se encontraba?

Nos enfrentábamos a la cara más oscura de la institucionalidad cultural a la chilena, orientada descaradamente a la promoción y el desarrollo de industrias culturales.

 Las urgencias llegan tarde… las flores no se comen

Como nos había ido mal con las instituciones públicas, optamos por la autogestión. Organizamos una fiesta a su beneficio en octubre del mismo año, y con la buena voluntad de los amigos, llenamos la Fonda Permanente la Popular -espacio facilitado generosamente por Eduardo López-, que esa noche sonaba al ritmo de Tomo Como Rey, la Sonora Keka Galindo y Alterlatina. En los afiches también estaba Joe Vasconcellos, pero a último momento tuvo que suspender su participación como solista por compromisos laborales con el Programa DOREMIX de TVN, así que lo entendimos. Pese a eso, la fiesta permitió recaudar alrededor de $400.000, dinero que hicimos llegar directamente a don Hernán. Pero seguía siendo poco.

Es que no se trataba de una cuestión de asistencialismo o de sensibilidad a la católica culposa. Se trataba de una cuestión ética que nos confrontaba como investigadoras y como personas. La suma alcanzaba apenas para cubrir las necesidades de dos meses, pensando en lo que hoy se llama el ingreso “ético”, el costo de la canasta básica o el plato diario de dos lucas, lo que en el caso de don Hernán tenía que alcanzar también para ser compartido con sus 8 perros y, claro, para su cajetilla de cigarrillos rojos diarios.

Al poco tiempo viajamos nuevamente a Coquimbo. Conversamos con Wilson Cuturrufo y su esposa, María Elena, quienes amablemente nos actualizaron sobre la situación de don Hernán. Esta vez, la dueña de la casa donde él vivía quería echarlo por deudas con el arriendo. Las trabajadoras sociales de la Municipalidad de Coquimbo nos contaron luego que le habían ofrecido una casa de acogida, con vista al mar, pero encima del cerro. El acceso era básicamente imposible para un adulto mayor que apenas puede desplazarse autónomamente. Además, él no quería irse a esa casa, quería quedarse donde tenía su arraigo, sus 8 perros, todas sus cosas.

La última vez que lo vimos ya había mucho más confianza, así es que llegando abrimos las ventanas y lo ayudamos con sus perros. Le llevábamos de regalo un DVD para que viera películas, pues el que tenía antes se le había echado a perder. Nos reímos porque nos dijo que también su tele estaba media mala, pero la conversa se fue yendo hacia otros rumbos. Nos decía que se quería morir, que no tenía motivos por los que seguir viviendo. Tratábamos de subirle el ánimo mostrándole noticias suyas en los diarios, recordándole lo importante que era su trabajo, o con cualquier chiste. Era bonito cuando se reía, le brillaban sus ojos verdes. Cuando nos despedimos, estaba contento, al menos un poco más que cuando llegamos.

A los meses nos llamó por teléfono. Estaba angustiado. Había llegado la dueña de la casa con “un papel”, diciendo que se tenía que ir. Le dijimos que no se fuera, que no lo podían echar así como así. Llamamos a la Municipalidad, a don Cuturrufo, pero la verdad es que nadie pudo hacer mucho. Desde Santiago tampoco pudimos hacer mucho más nosotras. Supimos que lo echaron con carabineros. Que se fue a la casa de un amigo. Que la Municipalidad le facilitó un camión de mudanza. Que de pura rabia quiso quemar sus cosas, pero los Cuturrufo lo detuvieron y guardaron algunas.

Su muerte nos encuentra de sorpresa, porque llevábamos varios meses indagando sobre su paradero. No sabíamos nada ya de él, ni de sus perros, ni de sus cosas. Pensábamos que solitario como era, a estas alturas de su vida ya no quería que nadie lo molestara.

Ahora que ha muerto, nos preguntamos si hicimos todo lo que podíamos hacer, mientras comienza el desfile de generales al final de la batalla, los mismos que hicieron oídos sordos por tantos años a los golpes de puerta de gente que, como el Colectivo, intentó gestionar un poquito de dignidad y de justicia para don Hernán. Seguramente se fue con el sabor amargo de quienes se decepcionan de sus pares y encuentran la nobleza en la complicidad con sus animales, aunque todo apunta a que también se los quitaron. Quién sabe, tal vez esa última soledad fue la que se llevó al tatita Gallardo.

Perplejas frente al desfile de flashes, cámaras y amigos en despedida póstuma, nos guardamos en la sensación agridulce del privilegio de haber compartido un poco de sus últimos años de vida, junto a la impotencia de no haber podido concretar tantos proyectos que soñamos junto a él.

Agradecidas, tristes, enrabiadas, recordamos su premonitor “un año más, qué más da, cuántos se han ido ya”, y sólo podemos pensar en que ojalá no vuelva a pasar. Que esta breve historia sirva para sensibilizarnos sobre la urgencia de que en Chile se valorice verdaderamente (a tiempo) nuestros tatitas y cultores.

Por  Colectivo Tiesos pero cumbiancheros

 http://www.tiesosperocumbiancheros.cl

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