Sara Gallardo (1931-1988)

Eisejuaz: la grandeza de una obra genial y rara

La escritora argentina escribió una novela maravillosa, no obstante, poco conocida: Eisejuaz (1971). Algunos han comparado este texto con Zama, de Antonio Di Benedetto; con Manacunáima, de Mario de Andrade, o con la prosa de Juan Rulfo. Acaso de todos ellos tenga algo, pero a todos los trasciende en su originalidad.

Por Lucio V. Pinedo

15/03/2016

Publicado en

Argentina / Artes / Cultura / Literatura

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Según Ricardo Rey Beckford, Eisejuaz es un libro solitario dentro de la obra de Sara Gallardo. La escritura (y lectura) de este libro es una experiencia lingüística única y, por esta particularidad, se separa del resto de la producción de la autora.

Eisejuaz apareció en 1971 , dos años después de la publicación de la novela Los galgos, los galgos, la cual, según el mismo crítico, representa la madurez narrativa de Sara Gallardo en la primera etapa de la producción de esta autora argentina. Corresponden también a este primer período: Enero (1958) y Pantalones azules (1963). Luego de Eisejuaz, publicará El país del humo (1977), La rosa en el viento ( 1979) y algunos cuentos infantiles.

Atípica, corrosiva, inquieta, Sara Gallardo creó una obra originalísima.

Atípica, corrosiva, inquieta, Sara Gallardo creó una obra originalísima.

Los nueve capítulos de Eisejuaz narran la vida de Lisandro Vega, un mataco del norte argentino, llamado por el Señor para cumplir una misión. La experiencia religiosa del indio está signada por los sueños y la palabra de los mensajeros, de los animales, de las plantas, de los astros, del Bien y del Mal.

Todo ese transcurrir se traduce en un peregrinar literario hacia la fundación de un nuevo orden que configura un espacio narrativo en el que conviven las dudas, los miedos, la desesperación, los lugares, los tiempos, los personajes, en un sistema de fuerzas en donde lo divino se manifiesta en lo profano. Esto también distingue la novela Eisejuaz de otras que han tomado al indígena como centro de la problemática, puesto que esta obra no tiene como intención primera presentar mundos irreductibles, de terratenientes convencidos de su superioridad y de indios que conservan unidad de cultura por el mismo hecho de estar sometidos y enfrentados.

Si bien en esta novela el problema de la marginalidad social aparece, se puede afirmar que no lo hace como centro de significación de la trama, porque esta adquiere una resignificación frente al problema de la experiencia religiosa que el protagonista vive.

Con respecto al problema de la religiosidad, la novela presenta a través de sus personajes diferentes modos de concepción y de vivencia, poniendo el mayor énfasis en la resolución individual que Eisejuaz debe enfrentar a lo largo de su camino. La condición de elegido lo diferencia de los demás y hace que su relación con el mundo se resienta y se complique.

La acertada elección de los espacios presenta una naturaleza viva que comparte el proceso vivencial del personaje. Ninguno de los sitios está puesto al azar y los elementos de esta naturaleza agreste del norte argentino juegan un papel importante en el relato, puesto que representan el marco adecuado para la lucha interna que sobrelleva Lisandro Vega.

El relato está estructurado en capítulos donde el problema de la temporalidad se resuelve presentando los acontecimientos sin hacerlo cronológicamente, sino en forma acumulativa, lo cual permite una participación más activa del lector, que tiene que rearmar la historia a medida que se suceden los capítulos. Para producir ese efecto, las secuencias serán concatenadas por yuxtaposición, porque, en realidad, no importa el tiempo cronológico, sino que adquiere mayor gravitación la incorporación al tiempo sagrado, intangible, universal, diferente.

El centro de sentido de esta novela está en la fundación de un hombre nuevo, de un orden nuevo a partir de una lucha intensa, individual, dolorosa, integrando a ese hombre mediante la palabra que conlleva en el nombre la esencia de las cosas a un universo sagrado, abarcante, continental. En consecuencia, la experiencia religiosa de este indio mataco tiene una doble intencionalidad. Por un lado, pretende plantear un acercamiento a este conflicto presentando un personaje con todas las características propias de su condición de indígena de la zona norte de la Argentina inmerso en una manera particular de ser y con todas las características de un ser carnal, imperfecto. Por otro, un distanciamiento, porque este personaje, al participar de esta experiencia singular de fe, transita entre dos mundos, uno profano y otro divino que se le revela. Plantea así la universalización del conflicto frente a la posibilidad de participar de una realidad más amplia en su espectro, en donde los límites son imprecisos, la cosmovisión varía, el orden universal se integra en diferentes facetas y la palabra aparece con un sentido integrador, adquiriendo un valor vinculante y sintetizador.

Sin embargo, como discurso posmoderno que es, la novela permite diversas lecturas con respecto a la religiosidad. Lisandro Vega puede ser tanto un ser iluminado divinamente como un psicótico. En esa ambigüedad, junto con el tratamiento indirecto de la marginalidad y la visión del indio como hombre por sobre cualquier condicionamiento sociocultural, más la textura verbal de la obra (que no busca reproducir el registro de los indios matacos, sino que, a partir del referente real, crea un sistema lingüístico único) junto con la ambivalencia de Lisandro Vega (héroe y antihéroe, ángel y demonio), revelan la grandeza de una obra genial y rara.

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