Una mirada al legado intangible de su multifacética figura

Las otras Violeta Parra, después de vivir un siglo

Chile celebra el natalicio de una artista excepcional que transitó en numerosas disciplinas de creación para dar a luz una obra aún incalculable y de dimensiones desconocidas.

Por mauriciomorales

23/12/2016

Publicado en

Chile / Latinoamérica / Portada

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Este 4 de octubre se cumplió casi un siglo desde el nacimiento de Violeta del Carmen Parra Sandoval (1917), la artista chilena más emblemática y trascendental de nuestra historia.

A estas alturas, la mujer que se expresó como tejedora, compositora, ceramista, poeta, pintora, escultora y folclorista -entre múltiples disciplinas y oficios- amerita el despojo de los eufemismos, el desacato a la ambigüedad que abunda incluso en sus homenajes. Ya no hay lugar para dudas: ella es una piedra angular.

Porque Violeta Parra es dueña de una obra tan vasta como profunda, es la artífice de un legado multifacético y profundo que aún no es apreciado a cabalidad. Se inició a los 12 años en la composición de sus primeras canciones y siguió transitando con soltura en la palabra, como poeta y cantora, hasta el fin de sus días. Y no fue suficiente: Violeta sintió profundamente la deuda de su país con el arte popular y se hizo cargo, sellando un compromiso que la motivó a dedicar varios años de su vida al rescate del folclor chileno.

Con una curiosidad implacable, de naturaleza autodidacta y enemiga de la educación formal, Parra supo deslumbrar con sus arpilleras, cerámicas y pinturas al óleo que le valieron convertirse, en el año 1964, en la primera latinoamericana en exponer de forma individual en el Museo del Louvre, en Francia.

En adelante, su búsqueda deriva en el regreso a Chile, donde levanta la Carpa de La Reina, un proyecto que volvía a acercarla a lo más importante para ella: “Elegiría quedarme con la gente. Son ellos quienes me impulsan a hacer todas estas cosas”, sentenció en una entrevista en Ginebra (1965), cuando le preguntaron cuál era su medio de expresión artístico favorito.

El de Parra es un legado de muchas caras sobre el que a veces pesa el sentido homogeneizante de la versión oficial. No obstante, su profundo amor por el conocimiento ha contagiado a otras: mujeres estudiosas de su obra que que se atreven a descubrir y explicar las múltiples violetas que habitan en Violeta Parra.

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LA POETA DE LA FAMILIA

La estrecha vinculación del trabajo de la artista con el folclor ha invisibilizado el contacto de Violeta con otras corrientes y manifestaciones culturales. Esto quizás explique el desconocimiento de la grandeza de su escritura, que la llevó a expresarse en cartas, cuecas, tonadas, décimas y centésimas con impresionante habilidad.

Así lo señala Paula Miranda, académica de la Facultad de Letras de la UC, quien investigó durante dos décadas la obra poética de Violeta Parra. Para ella, la artista está a la altura de Neruda, Mistral, Huidobro y otros grandes autores, entre los que necesariamente se merece un espacio. “Ella formaba parte -y nunca lo puse en duda- de este grupo de grandes poetas chilenos”, enfatiza.

“La omisión tiene que ver con los prejuicios respecto de lo folclórico, lo popular y la misma poesía. Es suponer que la poesía está en los libros y no en otros ámbitos”, sostiene la investigadora. En 2013, Miranda publicó La poesía de Violeta Parra (Editorial Cuarto Propio), un trabajo minucioso que aborda la relación de la artista con la escritura a través de las diversas etapas de su vida. La académica sentía que, sin consignar su presencia, los estudios de poesía chilena estaban incompletos.

En un país de poetas, la elocuencia  y belleza estética de sus letras fueron casi inadvertidas o, más bien, obviadas. Su único libro publicado en vida apareció en Europa (Poesía Popular de Los Andes, París, 1965) y su autobiografía, al igual que el libro de recopilación folclórico que escribió junto a Gastón Soublette, fueron publicados recién tras su muerte.

El mismo Nicanor Parra, quien jugó un rol fundamental en el aprendizaje de la artista, la reconoció más tarde como “la verdadera poeta de la familia”. En un gesto de aquello, en 2009, el antipoeta retiró su nombre del final de la conocida “Cueca de los poetas” y lo reemplazó por el de su hermana.

En su obra, música y poesía se mezclan y alimentan mutuamente para adueñarse de un espacio particular, reservado sólo para los “poetas de la música”, tal como los describió el mismo Víctor Jara. La relación entre Violeta y la palabra es de sanación y compromiso y sus reflexiones el amor cumple un rol fundamental. “En su último disco, ocho de catorce canciones son casi exclusivamente referidas al amor”, apunta Miranda.

El compromiso social de Violeta es otro de los rasgos más evidentes de su caudal literario. La artista, que fue militante del Partido Comunista, lleva a todas sus expresiones el descontento político que la embarga y dialoga desde ese espacio con otras tradiciones de la crítica social, como la lira popular o el discurso anarquista y obrero de principios de siglo.

Aunque la misma Violeta no estaba tan convencida de su rol como poeta, es innegable que confiaba en el potencial de su palabra: “Yo soy a la chillaneja, señores, para cantar / Si yo levanto mi grito no es tan sólo por gritar / Perdóneme el auditorio si ofende mi claridad”.

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PIONERA DE LA CANCIÓN SOCIAL

Desde inicios de los 60, la compositora incluye varias canciones de protesta en su repertorio musical. En sus letras, Parra repasa los grandes nudos del capitalismo y se define como una de sus enemigas, posicionando con gran agudeza un discurso político plenamente actual.

Marisol García es periodista especializada en música popular. Desde su estudio de la obra de Violeta, asegura que el rol jugado por la artista es decisivo. “Su canción social fue grabada en discos, luego de que ésta constituía una tradición inscrita en la tradición oral y en la transmisión en vivo”, afirma.

Las canciones quedarían grabadas en  Toda Violeta Parra (1961), disco que según la investigadora abrió la canción política y social chilena a una dinámica de influencias entre autores y logró legitimarla como parte de la música popular.

Desde sus ejes políticos, la canción de la artista se mantiene tan vigente como hace 60 años. Profundamente sintonizada con el sentir de los movimientos sociales, Violeta incorpora a sus composiciones la ebullición social de sus tiempos, con una mirada visionaria que es propia de los buenos letristas de canciones, sin importar la época en que se enmarquen.

Así lo explica Marisol García, quien publicó una extensa investigación al respecto en su libro “Canción Valiente” (2013, Ediciones B): “Éstos expresan una voz de adelanto que hasta cierto punto es profética, que es capaz de predecir sucesos de su país o incluso de su propia vida antes de que estos sucedan”.

Así como ningún relato bastaría para hacer justicia a una producción artística tan vasta como excepcional, no hay reseña que pueda dar cuenta de modo preciso del laborioso trabajo y voluntad de Violeta hacia la difusión del folclor chileno.

“Casi todo su tiempo, su esfuerzo, sus planes, sus viajes, sus conversaciones priorizaban esa misión autoimpuesta. Su legado es fiel a esa vocación y a ese rigor”, cierra la periodista.

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VIOLETA INDÍGENA

Su profunda búsqueda espiritual la invitó también a reconocer sus raíces mestizas y aprender del pueblo mapuche, con el que fue construyendo complicidad y sintonía desde su infancia en Lautaro y Chillán.

Elisa Loncon es académica de la Usach y experta en educación intercultural. En noviembre próximo, junto a Paula Miranda y Allison Ramay, publicará un libro que aborda la conexión de la artista con el canto mapuche. Esto, a raíz del hallazgo de cuarenta cantos tradicionales mapuche recopilados por Violeta Parra en pueblos cercanos a Temuco. El registro también da cuenta de las conversaciones de la artista con cantores indígenas y se constituye como un material exclusivo que estuvo casi olvidado por décadas en el Archivo Sonoro de la U. de Chile.

“Es un tesoro que nos dejó,  compuesto por las voces de los siete cantores, además de la voz dulce de Violeta en conversaciones amenas con ellos. Voces que hubieran sido imposibles escuchar sin este registro. A nivel lingüístico es de un valor excepcional”, adelanta Loncon.

En ellas, queda en evidencia el interés de Violeta por la cosmovisión del pueblo mapuche. Para la académica, la artista fue conmovida por la relación espiritual y de respeto que los indígenas practican hacia la naturaleza y la comunidad: “Las canciones de Violeta reflejan esta relación de hermandad con la lluvia, el sol, las flores, su canto está pleno de esta hermandad, admiración y respeto por el otro, sea ser humano o el otro naturaleza”, advierte la académica.

Durante largos meses, Violeta se tomó el tiempo de compartir y forjar amistades que se extendieron hasta el fin de su vida. La artista incluso sumó el canto mapuche en su Carpa de la Reina, incorporando a varios de sus amigos mapuche cantores al proyecto.

 “Bebió el muday y el agua con los mapuche, por eso los quiso y los pudo admirar. El mapuzugun para ella era inteligible y la música como el canto también fueron inteligibles, pero apreció la canción, reprodujo las notas del canto mapuche. El idioma mapuzugun no le fue ajeno aún cuando no lo hablara”, enfatiza Loncon.

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UNA MUJER POR SOBRE LAS CARICATURAS

La transgresión es un rasgo constante en la vida de Violeta Parra. Así como su arte alcanzó a desafiar las convenciones de la misma tradición artística que ella rescató, en su vida privada, la compositora no se entrampó en el rol asignado por la sociedad a las mujeres y defendió sus prioridades.

“Estoy separada de él. No apreciaba mi trabajo y no hacía nada cuando estaba con él. Quería una mujer que le limpiara y le cocinara”, resumió en una entrevista en Francia, sobre su primer quiebre matrimonial.

Más tarde fueron dos los matrimonios fracasados, pero Violeta no declinó. Su proyecto artístico integral era tan férreo que la decidió a sortear las críticas a su nulo interés por acatar los roles tradicionales de género. La caricatura ha hegemonizado hasta las interpretaciones de su muerte, con una mirada que sitúa su quiebre amoroso con el suizo Gilbert Favre como el detonante principal del suicidio.

“Es ya un lugar común, que evita la reflexión más a fondo, reducir su gran sufrimiento a la imagen banal de una relación amorosa fallida como, por ejemplo, la que muestra la cinta de Andrés Wood, quien, además, la presenta como una relación carnal y de dominación, carente de toda fineza”, cuestiona Lucy Oporto, licenciada en Filosofía y autora del ensayo “El Diablo en la música. La muerte del amor en El Gavilán, de Violeta Parra” (Ediciones Altazor, 2008), que aborda el potencial vaticinio que contiene la conmovedora pieza que la artista compuso a fines de los ‘50.

Desde su perspectiva, el fracaso del proyecto en la Carpa de La Reina, que Violeta pretendía levantar como una universidad el folclore, debió ser un golpe mucho más duro.

“Era el proyecto de su vida, que reunía todas las facetas de su arte y proceso de conocimiento, su gran inteligencia y los dones de su espíritu. La soledad y el abandono de la comunidad, con la que tanto anhelaba comunicarse, se relacionan, sobre todo, con el fracaso de este proyecto, luego de haber sido plenamente reconocida en el extranjero”, complementa.

Ya es evidente que Violeta supera las simplificaciones, aunque en ocasiones han pervertido su mensaje más profundo. Es el caso de Gracias a la vida, convertida en un lugar común, una canción apolítica, antónima a la artista, que incluso fue entonada por la familia del ex Presidente Aylwin tras su muerte, en abril pasado. “Lo que la familia no consideró es el abismo que separaba a Violeta de Aylwin”, apunta Lucy Oporto.

Cuando no hay voluntad real de comprender su obra, ésta queda reducida a un eslogan, lo que se ejemplifica en la canción donde selló su despedida.

“Antes de suicidarse, Violeta agradece a la vida esa posibilidad de haber accedido a la conciencia y el conocimiento a través del amor, la inteligencia y la creatividad, a pesar del sufrimiento que esto necesariamente implicaba”. Y es posible, agrega, que al llegar a ese punto ella misma haya constatado que no había condiciones para seguir. Para la artista, una vida en estado de inconsciencia y sumisión no merecía ser vivida.

Su figura centenaria desafía con más fuerza a quienes pensaron que ya la conocían y nos invita con urgencia a preguntarnos si acaso hemos leído, escuchado y aprendido todo lo que la obra de Violeta Parra -y todas sus violetas- tiene para ofrecernos.

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