El avance de la ultraderecha en sectores empobrecidos: cómo el miedo, la inseguridad y el abandono estatal son aprovechados por Kast

Si te preguntas por qué la ultraderecha prende en los sectores más golpeados, este texto busca respuestas en el miedo, la inseguridad y el vacío que dejó el Estado.

El avance de la ultraderecha en sectores empobrecidos: cómo el miedo, la inseguridad y el abandono estatal son aprovechados por Kast

Autor: El Ciudadano

A días del balotaje de este domingo 14 de diciembre, en que se enfrentarán Jeannette Jara, candidata de la coalición Unidad por Chile, y José Kast, abanderado ultraderechista del Partido Republicano, una pregunta incomoda a la centroizquierda y a la izquierda chilena: ¿cómo se explica el voto de sectores empobrecidos por Kast en territorios atravesados por la desigualdad, el narco, la inseguridad y décadas de abandono estatal?

Lejos de la caricatura del “pobre que vota contra sus intereses”, este voto responde a procesos más complejos, donde se mezclan emociones, experiencias cotidianas y un vacío político que la ultraderecha ha sabido ocupar con eficacia.

Miedo e inseguridad: la emoción política que ordena el voto

En muchos sectores empobrecidos la inseguridad no es un titular, es la vida cotidiana: robos, balaceras, control territorial del narco, ausencia de espacios seguros y un Estado que llega tarde, fragmentado o simplemente no aparece. Ese escenario, ya de por sí tenso, se vuelve aún más sensible cuando el debate público se llena de afirmaciones que exageran la realidad y amplifican el miedo. Un ejemplo reciente ocurrió en el último debate presidencial, cuando José Kast afirmó que “cuando hay 1.200.000 personas que mueren asesinadas al año… no hay mérito”. La cifra, que equivaldría a que desapareciera el 6% de la población cada año, no tiene relación alguna con los datos oficiales.

Según los registros del Centro para la Prevención de Homicidios y Delitos Violentos de la Subsecretaría de Prevención del Delito, en todo el 2024 se contabilizaron 1.207 víctimas de homicidio, y en el primer semestre del año 511. La distancia entre esos números y lo dicho por Kast es abismal: su afirmación multiplicaba casi por mil la cifra real. En un clima social marcado por la preocupación por la seguridad, declaraciones así no solo distorsionan el debate, sino que funcionan como combustible emocional para quienes ya viven con miedo.

En ese contexto, el discurso del republicano —mano dura, aumento de penas, cierre de fronteras, presencia militar, “recuperar las calles”— puede resultar atractivo porque promete protección inmediata, aunque en la práctica sea más performativo que efectivo. El sociólogo francés Loïc Wacquant, en trabajos como Castigar a los pobres, describe cómo en sociedades profundamente desiguales el Estado tiende a retirarse del ámbito social al tiempo que refuerza su rostro punitivo: menos derechos, más castigo. No es extraño, entonces, que sectores empobrecidos vean en el endurecimiento de las penas una forma de defensa ante un entorno hostil, aun cuando esas promesas se construyan sobre cifras infladas o directamente falsas. Ese es el terreno donde se alimenta el apoyo a Kast: un miedo real, reforzado por un relato que magnifica la amenaza.

Gramsci y el sentido común: cuando el discurso de arriba se vuelve “natural” abajo

Para entender por qué estos discursos penetran, ayuda mirar a Antonio Gramsci. En sus Cuadernos de la cárcel, el pensador italiano plantea que las clases dominantes no solo mandan por la fuerza, sino porque logran imponer su visión del mundo como “sentido común”.

En Chile, después de décadas de neoliberalismo, se han instalado ideas como:

  • que cada persona “se las arregla sola”,
  • que el éxito es solo responsabilidad individual,
  • que “la mano dura” es la única respuesta posible ante el delito,
  • que el Estado es ineficiente por definición.

Cuando Kast habla de mérito, orden, castigo y “gente de bien”, conecta con ese sentido común ya construido. El voto de sectores empobrecidos por Kast no es un accidente irracional: se inserta en una cultura política donde muchas personas ya creen que “no queda otra” que ser más duros.

Vacío estatal y abandono político: cuando nadie llega, cualquiera entra

Otro elemento clave es el abandono estatal. En numerosos territorios, el Estado social casi no existe: listas de espera en salud, transporte deficiente, escuelas precarizadas, trabajos informales o mal pagados, programas que van y vienen según el gobierno de turno.

En cambio, el Estado policial sí está: controles, allanamientos, presencia esporádica pero visible.

En ese contexto, la ultraderecha se presenta como quien viene a “poner orden donde nadie más se atreve”. La promesa puede ser frágil, pero es concreta y directa.

La política progresista, en cambio, muchas veces ofrece medidas estructurales a largo plazo, reformas institucionales, nuevas constituciones, lenguajes técnicos. Para una familia que teme por sus hijas e hijos cuando salen a comprar al almacén, esa promesa suena distante.

Laclau y el “pueblo decente”: identidad antes que el bolsillo

El teórico argentino Ernesto Laclau, en La razón populista, sostiene que la política se organiza también en torno a identidades, no solo a intereses económicos. Los liderazgos populistas construyen un “pueblo” y un “enemigo”.

El discurso de Kast arma un “pueblo” compuesto por personas:

  • trabajadoras,
  • “de esfuerzo”,
  • que cumplen la ley,
  • que quieren orden,
  • y que se sienten maltratadas por los políticos tradicionales y por una élite “progre” que “no vive lo que ellos viven”.

Del otro lado se colocan los “enemigos”: delincuentes, narcos, algunos migrantes, activistas, feministas, “octubristas”, entre otros.

Para una parte de los sectores empobrecidos, ese relato ofrece reconocimiento moral: los trata como “gente decente” y no como problema. El voto de sectores vulnerables por Kast no se mueve solo por el bolsillo. Se mueve por la sensación de que alguien valida su forma de vivir y sus miedos.

Estado penal, medios y desinformación: una mezcla explosiva

El sociólogo francés Pierre Bourdieu, en Sobre la televisión, advierte cómo los medios pueden simplificar la realidad y reforzar estereotipos que benefician a ciertos poderes. Cuando la agenda televisiva se concentra en delitos violentos, casos extremos y discursos del miedo, algo que diversas encuestas y estudios han registrado también en Chile, el clima de opinión tiende a desplazarse hacia posiciones más autoritarias..

Si a eso se suman cadenas de WhatsApp, noticias falsas y campañas de miedo sobre migración, delincuencia o “pérdida de valores”, la ultraderecha gana terreno casi sin resistencia discursiva. La izquierda y la centroizquierda, en muchos casos, han llegado tarde a disputar esas narrativas en los mismos territorios y plataformas donde la ultraderecha sí está presentee.

No votan “contra sí mismos”: votan según lo que sienten más urgente

Una de las trampas analíticas más frecuentes es afirmar que “los pobres votan contra sus intereses”. Esa idea supone que el único interés válido es el económico. Pero, para muchas personas, los intereses más urgentes son:

  • poder llegar vivas y vivos a la casa,
  • que sus hijos no queden atrapados por el narco,
  • no perder lo poco que tienen,
  • sentir que alguien los ve y los toma en serio,
  • vivir en un entorno con reglas claras.

Si la política progresista no logra responder a esos miedos y demandas concretas, otros lo harán. Hoy, en buena parte de los territorios vulnerables, ese “otro” es la ultraderecha, y el resultado se ve en el voto de sectores empobrecidosd por Kast.

El desafío: disputar el sentido común y volver a los territorios

Si el voto de sectores vulnerables por Kast crece, no es solo por su habilidad comunicacional, sino porque hay un vacío político y estatal arrastrado por décadas. No basta con reprochar el voto; hay que hacerse cargo de por qué ese voto se volvió plausible.

El desafío para quienes defienden la democracia y los derechos sociales pasa por:

  • volver a estar presentes en los territorios, de forma estable y no solo en campañas;
  • ofrecer seguridad sin militarizar la vida cotidiana;
  • garantizar derechos básicos de manera tangible;
  • disputar el sentido común que naturaliza la mano dura y la desigualdad;
  • construir un proyecto que hable en un lenguaje comprensible para quienes viven la precariedad todos los días.

Mientras eso no ocurra, el voto de sectores empobrecidos por Kast seguirá siendo un síntoma de algo más profundo: el fracaso de un modelo que dejó solos a los barrios y permitió que la ultraderecha hablara primero.


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