Covid-19: Memoria y trauma colectivo

Por Gonzalo Bacigalupe, académico University of Massachusetts Boston e investigador Cigiden / He estado revisando fotos antiguas de mis abuelos paternos, conversando con colegas en España acerca del virus Covid-19, también mirando fotografías de sus abuelos de los años que siguieron a la gran pandemia de 1918

Por Absalón Opazo

13/05/2020

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Por Gonzalo Bacigalupe, académico University of Massachusetts Boston e investigador Cigiden / He estado revisando fotos antiguas de mis abuelos paternos, conversando con colegas en España acerca del virus Covid-19, también mirando fotografías de sus abuelos de los años que siguieron a la gran pandemia de 1918. Son fotos de niños tristes. Nadie sonríe en esas fotos. Muchos de esos niños y adolescentes emigraron antes y durante la guerra civil española de la cual muchos de nosotros sabemos por historias de nuestros abuelos.

Al conversar de esta memoria reconozco el silencio respecto a la pandemia que mató entre 50 a 100 millones de personas en todo el mundo, incluido Chile. Nadie, sin embargo, recuerda historias de la pandemia, es una especie de pacto de silencio. Pero este silencio no es raro, eso es lo que ocurre cuando vivimos un trauma colectivo y/o la incertidumbre acerca de nuestras vidas es demasiado angustiante. Tampoco es extraño que esa gran pandemia se confunda con el término de una de las tantas guerras cruentas que dividieron continentes y países en el siglo pasado.

Mis hijos ­-ambos viviendo en Estados Unidos y en cuarentena hace dos meses- están en un país que sucumbe cada día, fallecen miles de personas a diario y en cantidades similares a las que fallecieron hace dos décadas después del ataque a las torres gemelas. Con un número de muertes que supera en creces a los soldados fallecidos en dos décadas de una guerra de invasión en Vietnam. Esas pérdidas definen la vida de millones de familias y comunidades. Ser testigo de estas pérdidas es traumático también. Cada una de esas vidas son una historia rica en tradiciones, el contenedor de nuestra propia identidad.

Mientras ello ocurre, tratamos de hacer sentido de lo que sucede. Los que tenemos el privilegio de poder trabajar a distancia favorecidos por enseñar remotamente y continuar nuestras tareas como académicos, escribimos, opinamos, enseñamos, y reflexionamos acerca de la crisis. Para continuar concentrados en la tarea, debemos disociarnos frente a la gran incertidumbre que aloja este desastre que lentamente nos envuelve. Sentimos el dolor al perder seres queridos, estamos preocupados de la salud de nuestros padres y madres e hijos e hijas, de la suerte de nuestros mentores que son ancianos. También tenemos temor y angustia si somos parte de los grupos de riesgo. En el trauma que es individual y colectivo, nos disociamos de este gran dolor. Si no lo hiciéramos estallaríamos de dolor frente a la pérdida, o nos inmovilizaríamos frente a la deficiente respuesta de los líderes pensando que esto es una batalla.

No tenemos memoria de cómo lo hicieron nuestros antepasados frente a la tragedia. No tenemos memorias de la gran pandemia de hace un siglo, pero tampoco de la de 1957 donde fallecieron miles de chilenos y chilenas. Quizás, esa memoria se perdió en el dolor y trauma del terremoto más grande medido en la historia del planeta. Estamos desprovistos de ese conocimiento y comenzamos a reaccionar con las típicas reacciones psicológicas de un trauma complejo. Las pandemias en su incierto camino de destrucción nos enfrentan a la clásica causa de un trauma complejo: la imposibilidad de escapar, una tremenda incertidumbre, una falta de cuidado por parte de la figura de autoridad, la dificultad de definir su tiempo de comienzo y término, y el aislamiento social y emocional. No es un evento, son muchos en una sucesión difícil de describir que, además, se mezcla con el gran descontento y desconfianza en las autoridades que se manifestó con fuerza a partir grandes movilizaciones ciudadanas desde la primavera de 2019.

A diferencia de la pandemia de 1918 o de 1957, tenemos un acceso gigantesco a información casi de modo inmediato, pero nuestra interconectividad no se condice con el desarrollo del fenómeno mismo. La OMS define este acceso a mucha información como una epidemia en sí. Es una infodemia, una pandemia de información y desinformación donde es difícil distinguir lo prioritario de lo secundario, lo relevante de lo superficial. Es muy difícil comprender las distintas dimensiones de la pandemia incluyendo su modelamiento, el desarrollo de las medidas de mitigación (cuarentena), prevención (vacuna), o tratamiento (medicación u hospitalización). Aparte de la dificultad de entender la progresión no lineal del contagio y enfermedad por el virus, es muy difícil entender el impacto social y emocional de enfrentarse a este desastre lento.

Es traumático vivir en estas circunstancias. Si no nos cuidamos y no cuidamos a los otros y otras, la pandemia puede producir mucha ira, pena, depresión, desconcentración, cansancio, y muchas enfermedades físicas y mentales. Es un tiempo difícil y por ello quizás olvidamos, nos desmemoriamos, en un proceso que es individual y colectivo. La memoria, sin embargo, es necesaria para aprender, para mantenernos sanos, para no perder nuestra identidad.

Yo espero que podamos contarles a nuestros hijos y nietos acerca de esta experiencia, de las lecciones acerca de la solidaridad entre las personas, de las ideas que germinaron, de la introspección individual, de la evaluación de nuestras relaciones de pareja y familiares, de los compromisos que nos hacemos respecto a los cambios sociales necesarios para el futuro. Yo espero que las fotos que nos tomemos nos sirvan para reconocer no solo la tristeza de este tiempo o del recuerdo de los que perdimos o perderemos, también de los que valoramos y de la emoción que sentimos al valorar el contacto con el otro. Tengo la esperanza de armar un pacto de la memoria, de recordar este tiempo porque supimos abrazar una manera distinta de relacionarnos. Deseo fervientemente que este trauma colectivo nos impulse a menos divisiones, a menos odio, y a facilitar más formas de entendimiento con el otro y con lo que nos rodea. Si también la naturaleza parece que está tomando un respiro en nuestra cuarentena.

Para sanar lo dañado, necesitaremos mucho más que un buen tratamiento psicoterapéutico. No bastarán tampoco las típicas recomendaciones de cuidado psicológico que han florecido por doquier, esto no es solo una responsabilidad de individuos solos con su psique. Necesitaremos construir una sociedad que está mas preparada para cuidarnos a todos cuando ocurre una crisis. En ese sentido este trauma habrá valido la pena. Sería trágico que en un siglo nuestras historias y fotos sean tan traumáticas que sean olvidadas y no recordadas como el comienzo de una era centrada en los comunes, aquello que nos sustenta a todos y todo lo que nos rodea, y no solo a una minoría de personas en desmedro de otros, otras, y la naturaleza que nos acoge.

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