Columna de Opinión

Dominga y el modelo de país: Por un desarrollo que proteja la vida

No es razonable hipotecar el patrimonio natural de todos por un negocio que dura 20 años y deja cicatrices por siglos. No es ético condicionar el acceso al agua o al trabajo a la destrucción de un ecosistema único. Y no es sostenible insistir en un modelo económico que colapsa lo que nos mantiene vivos.

Dominga y el modelo de país: Por un desarrollo que proteja la vida

Autor: El Ciudadano

Por Gonzalo Morales

Chile enfrenta un dilema que atraviesa más que sus costas: ¿desarrollo para quién, a costa de qué y por cuánto tiempo? El conflicto en torno al proyecto minero-portuario Dominga, en la comuna de La Higuera, no es un episodio aislado. Es la síntesis brutal de una lógica extractivista que se repite como patrón en todo el país: depredar para crecer, concentrar para repartir migajas, degradar lo común para salvar lo privado. Y todo eso, en nombre del desarrollo.

El diagnóstico ecológico: desarrollo condicionado, territorios en suspenso

Dominga no llegó sola. Llegó con una promesa: inversión por 2.500 millones de dólares, 10.000 empleos en construcción, 1.500 trabajos permanentes y agua potable para una comuna que sobrevive entre sequía, abandono estatal y olvido estructural. Pero también llegó con condiciones: que se apruebe la mina, que se construya el puerto, que se garantice el negocio. Es decir, que se destruya el mar para que lleguen las soluciones.

El Archipiélago de Humboldt no es solo un paisaje: es uno de los ecosistemas marinos más ricos y frágiles del planeta. Allí habita más del 80% de la población mundial del pingüino de Humboldt, junto a delfines, ballenas y aves marinas en peligro. Es un laboratorio viviente de biodiversidad, una fuente clave de oxígeno, servicios ecosistémicos y resiliencia climática. Desde la biología ambiental, está documentado que incluso pequeñas alteraciones en estas cadenas ecológicas pueden generar efectos en cascada devastadores. Aun así, una y otra vez, el proyecto Dominga vuelve a tramitarse, judicializarse, reinventarse, como si lo único inviable fuera decir que no.

Pero el problema no es solo ambiental. Es político, económico y ético. Es la captura del Estado por intereses extractivos, el debilitamiento de la institucionalidad ecológica y la normalización de un modelo que promete pan para hoy mientras deja ecosistemas colapsados y sociedades fragmentadas mañana.

La trampa del extractivismo: pan para hoy, colapso para mañana

La lógica es conocida: se instala una faena minera, se extrae el recurso, se exporta en bruto, se concentra la riqueza y se externalizan los costos. Lo que queda después —cuando los minerales se acaban— son territorios degradados, especies desplazadas, contaminación de cuencas, y comunidades sin alternativas productivas.

Dominga, como tantos otros megaproyectos mineros, no contempla encadenamientos productivos reales, ni respeta la ecología del lugar. Promete empleo, pero no garantiza sustento estable ni condiciones ecológicamente viables. Y mientras tanto, amenaza con destruir economías que sí son sustentables: la pesca artesanal, el turismo ecológico, la agricultura regenerativa, el conocimiento ancestral ligado al mar y los ritmos de la naturaleza.

Lo que está en juego es más que un hábitat. Es el equilibrio de un ecosistema único y de los sistemas humanos que dependen de él. La paradoja es cruel: los territorios más ricos en biodiversidad son también los más pobres en derechos y protección ambiental. Y cuando el Estado no cumple su rol ecológico ni social, las comunidades se ven forzadas a aceptar cualquier promesa, incluso las que hipotecan su futuro.

La alternativa: ecología, ciencia y soberanía territorial

No estamos condenados a elegir entre minería y pobreza. La ciencia ecológica y la experiencia internacional demuestran que es posible vivir bien, conservar y desarrollarse a la vez. Costa Rica prohibió la minería metálica a cielo abierto y convirtió su biodiversidad en motor económico. Alemania y España planificaron el cierre de minas contaminantes, acompañando a los trabajadores en su transición hacia empleos verdes, restauración ecológica y energías limpias.

Chile tiene una oportunidad inigualable. Con uno de los mayores potenciales solares y eólicos del mundo, un mar abundante en especies únicas y una ciudadanía cada vez más informada y activa, podríamos transformar comunas como La Higuera en polos de ecoturismo científico, restauración ambiental, energía limpia y economía circular. Pero eso exige voluntad política, inversión estatal estratégica, participación territorial vinculante y, sobre todo, una visión ecológica del desarrollo.

La transición ecológica justa no es un lujo. Es una urgencia. Necesitamos un nuevo pacto nacional donde el desarrollo no se mida en millones de toneladas extraídas, sino en litros de agua limpia, hectáreas de biodiversidad conservada, empleos verdes creados, salud comunitaria y resiliencia territorial. Necesitamos entender que el crecimiento verdadero no se puede sostener sobre un ecosistema muerto.

Conclusión: más allá de Dominga, por una biopolítica del futuro

Dominga es más que una minera. Es el espejo de un país atrapado entre la urgencia y la dependencia. Pero también puede ser el punto de inflexión: el momento en que Chile decida cambiar el rumbo. Desde la biología sabemos que todo sistema tiene un umbral de resiliencia. ¿Estamos dispuestos a cruzarlo?

No es razonable hipotecar el patrimonio natural de todos por un negocio que dura 20 años y deja cicatrices por siglos. No es ético condicionar el acceso al agua o al trabajo a la destrucción de un ecosistema único. Y no es sostenible insistir en un modelo económico que colapsa lo que nos mantiene vivos.

Es hora de innovar, pero no en nuevas formas de destrucción, sino en nuevas formas de convivencia con la vida. Es hora de reemplazar la economía de la extracción por una economía de la restauración. Porque no hay Estado social ni justicia posible en un país que ha perdido su base ecológica.

No es desarrollo si destruye la vida. No hay futuro si no hay planeta.

Por Gonzalo Morales

Biólogo

Fuente fotografía


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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