El eterno veto plutocrático

"En política, para mantenerse en el poder es fundamental inventar un monstruo: durante la vigencia de la Constitución de 1925 el “cuco” era el comunismo que, según la clase dominante, se comía las guaguas..."

Por Absalón Opazo

09/09/2020

Publicado en

Chile / Columnas / Política

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Por Rafael Luis Gumucio Rivas (El Viejo)

La oligarquía siempre se las arregla para mantener la hegemonía, a veces con buenas maneras, y otras, apela a la brutalidad de la fuerza militar: ora, es democrática y representativa, ora, es autoritaria.

En política, para mantenerse en el poder es fundamental inventar un monstruo: durante la vigencia de la Constitución de 1925 el “cuco” era el comunismo que, según la clase dominante, se comía las guaguas, (que es el ancestral cuento del “viejo del saco”).

La visión idílica de la democracia se presentaba como una forma política que no reprimía las ideas, sin embargo, desde 1932 en adelante, muchas veces se proscribió al Partido Comunista, (los ciudadanos conocen la “Ley de Defensa de la Democracia”, pero existen muchas más, tan coercitivas como la citada).

El alcalde de Recoleta, Daniel Jadue, dice una verdad indiscutible en el sentido de que el Partido Comunista chileno, desde su fundación, (década de los años 20), fue el más institucional de los partidos políticos (baste recordar la historia del “reinosismo” que, en plena vigencia de la “ley maldita”, el Partido proscrito se negó a usar métodos de rebelión armada, propuesto por un sector de la juventud). En cada ocasión en que se proscribía al Partido Comunista, hábilmente cambiaba de nombre (por ejemplo, Progresista).

El Partido Comunista, contrario al gobierno de Eduardo Frei Montalva, fue el primero en salir, disciplinadamente, a la calle a defender la democracia contra los intentos golpistas de la derecha, así como de uno que otro militarista de la izquierda.

Durante el gobierno de la Unidad Popular el Partido Comunista fue el conglomerado que mejor entendió la alianza con algunos sectores democratacristianos, a fin de formar un bloque poderoso que pudiera evitar las aventuras golpistas.

Hoy, el monstruo es otro: el llamado “eje del mal”, (Venezuela, Cuba, Nicaragua…), que usa la derecha para intentar la siembra del terror en los ciudadanos ante cualquier candidatura que ponga en cuestión su hegemonía. (El cuanto al cuento del “viejo del saco”, es empleado, desde Trump contra los demócratas hasta la Patagonia, y al patronímico del país le agregan “zuela”).

Los herederos de Pinochet, gracias al ideólogo de la dictadura, Jaime Guzmán Errázuriz, descubrieron una fórmula por la cual, así ganara la izquierda, la hegemonía oligárquica siempre restaría incólume, sobre la base de las leyes de quórum calificado: con solo un tercio de los diputados y senadores la derecha siempre se podría vetar los proyectos de ley en que se ponían en cuestión sus intereses; por otra parte, el anterior sistema binominal les aseguraba, en la práctica, un empate y, en todo caso estaban los senadores designados que les daban mayoría en la Cámara Alta.

Sabemos que la historia es dinámica y, poco a poco, fueron desapareciendo muchos de estos obstáculos que impedían el progreso de la “democracia”, por muy protegida que estuviera, por consiguiente, la herencia de Jaime Guzmán seguiría incólume.

Las Constituciones de 1833 y la de 1980 pueden calificarse como pétreas, es decir, difícilmente reformables por los altos quórum exigidos. (En el siglo XIX, Pedro León Gallo dedicó su vida a tratar de cambiar tan monárquica y autoritaria Constitución de 1833).

En el caso de la Constitución de 1980 sólo ha podido ser reformada cuando le conviene a la derecha, poseedora de un tercio en el Congreso. La firma del Presidente Ricardo Lagos y sus ministros sólo ha servido para evitarnos la vergüenza de seguir con la Constitución firmada por el dictador Pinochet y sus valet de la derecha.

En el fondo, el que las Fuerzas Armadas estén supeditadas al poder civil es más bien un asunto de declarativas, pues los jefes de las distintas ramas armadas hacen lo que quieren con los ministros civiles de Defensa (como “el gato maula con el mísero ratón”). La supresión de los senadores designados, por ejemplo, le convenía a la derecha, pues terminaba con mayor número los partidarios de la Concertación, y el hecho de haber aprobado la reducción del período presidencial a cuatro años era anodino.

A los políticos les cuesta mucho reconocer sus errores, pero el de 2005, era tan evidente que el Presidente Lagos se vio obligado a plantear la idea de “la hoja en blanco”.

El mejor método para “domesticar” a la pseudo-izquierda era hacerlos partícipes de su ethos, y con tanta “cocina”, los jefes terminaban compenetrándose en las mismas ideas, hasta llegar al colmo de usar las mismas corbatas italianas, (hasta el menos hábil de los “operadores” imitaba los gestos y las palabras de sus patrones, y fácilmente un terrible guerrillero, podía vestirse igual que un adinerado gerente, y algunas asesoras del hogar tomaran los gestos y buen decir de sus patronas´).

En definitiva, la Constitución del dictador Pinochet se ha convertido en una virgen impoluta, sin mancha y sin pecado, pero a partir del 18-0 irrumpió una ciudadanía que ya no soportaba más la pobreza, el racismo y el clasismo del Chile de “cartón piedra”, inventado durante la transición a la democracia.

Asustados los partidos políticos, en una maratónica sesión, en el edificio del viejo Congreso, acordaron llamar a un plebiscito, que la derecha aceptó ante el temor de perder el poder de manos de “los alienígenas”, y como de tontos no tienen ni un pelo, una vez pasado el chaparrón, recordaron la vieja fórmula de “san Jaime Guzmán”: recurrir al tercio que les permite vetar todo lo que podría afectar sus intereses.

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