Felipe Berríos renunció a los Jesuitas tras sentirse «maltratado»: «He sido denunciado de hechos que no he cometido»

Felipe Berríos acusó sentirse "maltratado por el gobierno de la Compañía, que tanto quiero. Sus ambiguas declaraciones a la prensa han sido condenatorias. Todo esto en un proceso mediático con filtraciones intencionadas que me han perjudicado".

Felipe Berríos

El sacerdote Felipe Berríos presentó su renuncia a la Compañía de Jesús para poder volver a un campamento en el sector La Chimba de Antofagasta, en medio de la investigación por hechos de connotación sexual que se habrían cometido en contra de mujeres menores de edad.

El religioso fue suspendido de sus funciones como sacerdote en mayo pasado, luego de se conociera la denuncia en su contra.

Sin embargo, luego de siete meses sin ejercer, Berríos decidió terminar con la restricción renunciando a la congregación,  a la que ingresó cuando tenía 21 años en 1977, para volver a vivir al norte del país.

Cabe recordar que en agosto, la congregación informó el cierre de la investigación previa canónica realizada en contra de Berríos.

Dicha indagatoria estuvo liderada por la abogada María Elena Santibañez y acreditó «la verosimilitud de actos de significación sexual de distinta relevancia que habrían afectado a siete mujeres jóvenes y adolescentes».

De este modo, se le impusieron tres medidas cautelares: La suspensión del ejercicio sacerdotal, no trabajar con menores de edad y fijar su residencia en Santiago, por lo que debió abandonar el Campamento Luz Divina, del sector La Chimba de Antofagasta, donde se encontraba viviendo desde 2014.

A través de una carta dirigida a sus «queridos compañeros jesuitas», el todavía sacerdote expresa que «desde que entré a la Compañía de Jesús, he sido un jesuita pleno, he vivido apasionada y creativamente mi vocación».

Berríos acusó sentirse «maltratado por el gobierno de la Compañía, que tanto quiero. Sus ambiguas declaraciones a la prensa han sido condenatorias. Todo esto en un proceso mediático con filtraciones intencionadas que me han perjudicado».

Asimismo, dirigió sus críticas al superior provincial, Gabriel Roblero sj.

«Entiendo que el Provincial tenga que ser ecuánime ante una investigación y que deba aplicar los protocolos, pero eso no significa que no deba acogerme con algo de empatía, velando por la presunción de inocencia», expresó en el texto.

Sobre el superior, planteó que Roblero «ha tenido actitudes objetivas y comprobadas en que ha optado más por cuidar la imagen de la institución y su propia persona, que la búsqueda de la verdad y la justicia. Si por alguna razón el provincial ha sido incapaz de actuar como provincial, tiene para ello un socio y consultores para corregirlo, quienes han brillado por su ausencia».

En esta línea, afirmó que la postura de la congregación «me ha puesto en una situación en que se me hace imposible vivir la obediencia jesuita. Lo que se me ha impuesto en estos meses -vivir alejado de mi comunidad de La Chimba- me plantea un dilema que nunca debería haber existido. Se me pide una obediencia que violenta mi libertad de conciencia y atrofia mi vocación».

«Jamás debería haber existido este dilema; en que para vivir mi vocación de jesuita debo de renunciar a ser jesuita. Durante siete meses he agotado todas las instancias de gobierno para tratar de revertir este dilema. Pero siempre he tenido la misma e infundada respuesta: debo quedarme en Santiago por tiempo indefinido», afirmó.

«Por ahora volveré a La Chimba a compartir la vida de los excluidos, misión que la Compañía me había dado», destacó.

Señaló que «queriendo profundamente a la Compañía de Jesús, y estando agradecido por todo lo que ella me ha dado, y muy consciente de que gracias a ella he podido identificarme con el Señor y su evangelio, por lealtad a la misma Compañía, debo renunciar a ser jesuita».

«No puedo permanecer indefinidamente lejos de mi comunidad. No puedo ser jesuita y no obedecer. No puedo irme a La Chimba haciéndome el leso, porque eso sería traicionar mi conciencia, la misma que la Compañía me ayudó a formar», agregó.

«Siempre dije que moriría como jesuita, pero jamás me imaginé que llegaría a la encrucijada de que obedecer como jesuita perjudicaría mi vocación. Tal vez este sea el día más triste de mi vida. Pero si no doy este paso, todos mis días en adelante se harían tristes y estoy hecho para en todo amar y servir», sentenció en la misiva.

“Debo renunciar a ser jesuita”, ratificó, agregando que “dejo con dolor la Compañía que ha sido mi familia, pero la misma Compañía no me ha dado otra opción”.

En el texto, el sacerdote se lanzó en contra de la investigación canónica que la Iglesia Católica lleva en su contra.

«He sido denunciado de hechos que no he cometido», dijo, y afirmó que se le «han atribuido a gestos y palabras mías connotaciones que nunca tuvieron».

«Una cosa es que mi forma de ser sacerdote, horizontal y directa, pueda haber incomodado o ser considerada inadecuada por alguien. Pero no comprendo por qué el gobierno de la provincia insinúa en sus declaraciones que se me ha investigado por hechos que podrían constituir delitos graves», señaló.

«Es inaceptable que un ciudadano de este país sea sometido a un proceso jurídico distinto al Estado de Derecho», condenó.

«No se han respetado mis derechos fundamentales, en un proceso poco transparente, con tiempos ilimitados, mitad secreto y mitad público», denunció, al tiempo que señaló que le es «imposible defenderme en igualdad de condiciones respecto de quienes me acusan».

Berríos cerró su carta citando un verso del libro «El ingenioso hidalgo Don Quijote de La Mancha» en que el caballero andante comenta a Sancho que «la libertad es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos» y «el cautiverio es el mayor mal que puede venir a los hombres».

Por el momento, la postura de Berríos es renunciar a los jesuitas y no al sacerdocio.

De no concretarse la renuncia al sacerdocio, la situación de Berríos no es sencilla. Las normas de la Iglesia, contenidas en el Código de Derecho Canónico, exigen que si un religioso deja una congregación, debe solicitar a un obispo ser acogido en su diócesis o pedir la admisión en otro instituto religioso.

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