COLUMNA

La izquierda y la batalla de las ideas: Cuando sus líderes fortalecen a las derechas

"Al contrario del mito de la percepción derechista clave, el individuo aislado no existe. El individuo está inmerso en una relación social lo que posibilita la generación de percepciones colectivas comunes. De un sentido común que surge de experiencias vividas en el marco de la opresión, las desigualdades y las carencias..."

Por El Ciudadano

26/03/2024

Publicado en

Chile / Columnas / Política

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Por Leopoldo Lavín Mujica

Las izquierdas, una vez en el Gobierno del Estado, deben encarar los problemas de bienestar de la población. Es obvio. Para eso fueron elegidas con un programa en mano. Si se desdicen de lo prometido bajan en la apreciación ciudadana y las percepciones formadas cambian, lo que acarrea agua para el molino derechista.

Por su parte, las derechas perseveran en frenar un proceso de cambios contrario a las dinámicas capitalistas de concentración de la riqueza y de justicia social, sobre todo si estos cambios deben ser estructurales. Es la mecánica de la lucha política en las democracias representativas liberales y oligárquicas.

El otro ingrediente clave en la lucha por la hegemonía política reside en la batalla de las ideas, lucha ideológica o conflicto cultural.

Crear un clima de inseguridad y descontento es la tarea a la que se aplican las derechas. Generar miedo a esos cambios y así poder crear desconfianza es la fórmula. La batalla de las ideas de la cual se habla está relacionada con esta realidad propia del conflicto político. Lo que no quiere decir que no se deben buscar consensos, pero no para consolidar el statu quo existente que mantiene el viejo orden coercitivo.

Se trata de crear una correlación de fuerzas favorable al proyecto de transformación. Para eso sirven los relatos e ideologías que articulan las ideas y acompañan la acción transformadora. Si la derecha produce “cambios”, es siempre con el mismo objetivo: reforzar el poderío de las fuerzas que operan de modo capitalista dominante.

Las derechas operan con habilidad en el imperceptible trabajo de construir percepciones ideológicas. Las fuerzas de derecha han logrado avanzar en el mundo. Bien sabemos que cuentan con los medios. Pero no son todopoderosos. Lejos de eso. La construcción de percepciones de los medios y relatos de la elite derechista choca con las percepciones propias de las subjetividades individuales y colectivas.

Pues al contrario del mito de la percepción derechista clave, el individuo aislado no existe. El individuo está inmerso en una relación social lo que posibilita la generación de percepciones colectivas comunes. De un sentido común que surge de experiencias vividas en el marco de la opresión, las desigualdades y las carencias. Esto es una ventaja del proyecto de izquierda emancipatorio. Es la razón por la que las derechas buscan fragmentar, producir individualidades falsas, construir enemigos, buscar aliados y desorientar. Persiguen ocultar un hecho antropológico fundamental: el ser humano es un ser social y su conciencia tiende a ser colectiva; a compartir valores comunes.

Que los errores de las izquierdas en el Gobierno acarreen agua a las oposiciones y proyectos de derechas es una constante en las prácticas de las socialdemocracias del siglo XXI.

El proyecto de transformaciones del Partido Laborista de la Primera Ministra de Nueva Zelanda Jacinda Ardern (2017-2023) fracasó porque la derecha organizada la obligó a renunciar a su programa de reformas y a integrar propuestas del neoliberalismo, después que aquella había declarado que la doctrina capitalista en su modalidad neoliberal había fracasado en el país.

Luego de dimitir, J. Ardern, la derecha ultraneoliberal volvió reforzada al poder en Nueva Zelanda.

En el caso del ex presidente Alberto Fernández (2019-2023), apoyado por el conjunto del peronismo en Argentina, se dio la misma lógica de derrota por incapacidad de implementar reformas. La frustración y el malestar de la ciudadanía argentina catapultaron a Milei y el discurso anarcocapitalista de la “motosierra” y la “licuadora” para destruir los planes y beneficios sociales populares, pues el programa ultraneoliberal de Milei es refrendado por el capital financiero argentino e internacional.

Todo liberalismo es una forma de teología que erige al mercado en un Dios todopoderoso. Y la ideología subyacente es el nihilismo: la destrucción de valores o ideas comunes que le dan un sentido social a la existencia.

Y, sin embargo, el accionar de las derechas abre siempre ventanas de oportunidades a la lucha política e ideológica en favor de un proyecto de izquierda. Pues las prácticas corruptas de aquellas son recurrentes. Los atentados a la probidad, a la integridad profesional o deontología, a la fe republicana dicen algunos, es decir a las reglas de base y principios de un Estado de derecho, se repiten una y otra vez. No se aprende, no se corrige, porque todo fluye dentro de un mismo esquema de poder.

Poder de la oligarquía propietaria compartido con miembros de la elite: conspicuos abogados, altos funcionarios del Estado, políticos de los dos bandos con afinidades de clase, propietarios de medios y una élite de periodistas.

A ellos se arriman altos funcionarios del Estado, escaladores profesionales para obtener un privilegio como en la corte de Luis XVI, sin fe pública ni dedicación al servicio público, pese a la retórica utilizada en cada discurso, en cada nombramiento y pomposa ceremonia.

Y la ciudadanía, impávida, asiste estupefacta al espectáculo que se repite. Y quizás al mismo happy end: libertad vigilada para los culpables con cursillos de ética… Como si funcionara solo la mecánica del proceso, pero nunca con ejemplaridad de la sentencia.

El reciente caso de las reuniones de cocina de ministros del gobierno de Boric en casa de Zalaquet, el de los audios Hermosilla-Sauer y ahora, el más reciente, de entrega de información clave, por parte de Sergio Muñoz (el ex jefe de Investigaciones) al mismo súper-abogado Hermosilla (de la cúpula de los poderosos), acerca de asuntos jurídicos como el caso del proyecto de minera Dominga, información que más tarde sería traspasada a quien fuera el escudero y familiar del difunto expresidente Piñera (imputado en el caso Dominga), es decir a Andrés Chadwick, revela una maraña política espeluznante en democracia, y decepcionante para la fe republicana (la confianza en las instituciones).

Toda esta trama de violaciones sistemáticas al pudor democrático (que caen rápidamente bajo la Omertà o ‘ley del silencio’) revela no solo la existencia de otro Estado, uno profundo y paralelo, con sus propios flujos de poder corrupto en las sombras, sino que también un factor clave del malestar social y también una de las causas de la profunda crisis política y desorientación de la izquierda gobiernista.

Y por ende, una falta de sentido, de malestar social y político, de desconfianza en la institucionalidad en la ciudadanía, de crisis existencial; pero sin consciencia por parte del personal político.

La batalla de las ideas se da en este plano. No en las elucubraciones de políticos que metaforizan en conversaciones radiales. En el de la realidad política; aquella generada en realidad por las acciones de la elite política. Es aquí donde la izquierda debe jugar. Aquí se interviene y no se esquiva el bulto de llamar las cosas y los porfiados hechos por su nombre. La batalla de las ideas cobra sentido al desmitificar los discursos de las derechas y sus símbolos antropomórficos (sus políticos muertos).

No obstante, constatamos la pusilanimidad de los líderes de izquierda. Estos no quieren aprovechar las oportunidades que se les ofrecen para desenmascarar el nihilismo del adversario pues prefieren vivir la normalización que impone el sistema político de hipocresía de clase (sucumben a las presiones, se desdicen y piden disculpas). Al extremo de negar la realidad que para el pueblo es evidente. Pero en el juego de máscaras, estas intempestivamente caen entregando siempre oportunidades a quienes osan revelar los juegos de poder.

El Presidente Boric, lector del escritor y filósofo Albert Camus, debe conocer la célebre frase que éste acuñó en uno de sus libros: “Nombrar mal las cosas no hace más que agregar desgracia al mundo”.

Los hechos, los porfiados hechos y sus grotescos personajes ensalzados para quedar bien con el sistema vuelven y golpean en la cara a quienes los falsifican en nombre de, no de los valores de la República (los principios del Estado de Derecho), sino de la “política de los acuerdos” o de la “razón de Estado”, eufemismo para nombrar el poder que se le otorga al adversario cada vez que quienes se pretenden de izquierda desaprovechan la oportunidad para revelar las motivaciones de las derechas oligárquicas. Para preservar el sistema de acumulación de la riqueza en pocas manos y garantizar el dominio de las consciencias.

El Gobierno del Frente Amplio y el Socialismo Democrático pisaron el palito. Nuevamente hechos. Una vez más. Según consignaron diarios capitalinos, Hermosilla recibió datos de Muñoz en octubre del 2021, cuando su fuente ya era director de la PDI. Y Hermosilla, según lo indicado por el citado medio, reenvió la información a Andrés Chadwick cerca de la medianoche del 25 de octubre. De ahí a La Moneda.

En su discurso funerario a Piñera, Boric definió al fallecido expresidente como “un hombre que siempre puso a Chile por delante, que nunca se dejó llevar por el fanatismo y el rencor. Todos los que estamos en política debiéramos tomar nota de estas virtudes”, afirmó (lo cual es falso, pues primero fueron sus negocios y ganancias).

Luego, Boric aseveró que “durante su gobierno las querellas y recriminaciones fueron en ocasiones más allá de lo justo y razonable. Hemos aprendido de ello y todos debiéramos hacerlo”. Patético. Así, con ese discurso se fortalece a las derechas. Se sucumbe a la mitología de las fuerzas conservadoras. Se miente por omisión al no señalar que Piñera como presidente declaró “estamos en guerra”. Y que el “enemigo” construido fue su propio pueblo.

Un líder de izquierda no olvida tal hecho, propio de la política de Estado de las oligarquías derechistas. No se auto inflige una derrota en el plano de las ideas. Un auténtico líder de izquierda no desaprovecha la oportunidad de recordar la verdad de la historia.

No era por elocuencia intelectual ni por “Octubrismo” que Hugo Herrera, analista político ponderado y de centro derecha, remataba para finalizar su entrevista de comienzos de marzo, hablando de la crisis política actual junto a Fernando Paulsen, con la frase: “[…] las condiciones del malestar del 18 de Octubre siguen vigentes”.

Por Leopoldo Lavín Mujica

Foto Portada: martincruzfarga

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