La Armada. ¿Sabe de qué habla cuando habla de ciudadanía?

Cuando la Armada habla de “formar ciudadanos” habla de “reconocer las funciones del Estado de Chile”. Esto en pleno siglo XXI, solo puede significar, o hacer un uso descuidado del concepto por desconocimiento, o lisa y llanamente, intentar disminuirlo reduciendo la consistencia e intensidad real de su sentido.

Por El Ciudadano

22/03/2021

Publicado en

Chile / Columnas / Portada

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Por Jonathan Muñoz Hidalgo

El papel aguanta todo, pero no resiste por mucho espacio de tiempo lo obsoleto de su contenido.La semana recién pasada, la Armada de Chile “ha lanzado” su Programa de formación ciudadana dirigido a “los jóvenes”,y que busca entre sus objetivos, instruir al ciudadano y ciudadana del siglo XXI. Me parece bien que exista un acercamiento en este ámbito, más cuando se trata de una institución que en la historia de este país, se ha hecho parte de múltiples instancias que solo han contribuido a restringir, limitar y frenar el avance y desarrollo de la ciudadanía, sin embargo, como profesor de Ed. Ciudadana no puedo dejar de señalar algunos elementos relevantes a tomar en cuenta.

La construcción de ciudadanía no es resultado de una “instrucción” sino de un ejercicio activo permanente, un verdadero proceso de volcamiento de la conciencia sobre la acción.

Cuando la Armada habla de “formar ciudadanos” habla de “reconocer las funciones del Estado de Chile”. Esto en pleno siglo XXI, solo puede significar, o hacer un uso descuidado del concepto por desconocimiento, o lisa y llanamente, intentar disminuirlo reduciendo la consistencia e intensidad real de su sentido.

Reducir el proceso de formación ciudadana, a un programa que plantea como objetivo reconocer instituciones, autoridades y el “funcionamiento de la democracia”, como si esta última existiera por sí misma, y no dependiera de la soberanía popular que sustenta su legitimidad, en mi opinión,contribuye a opacar el mínimo avance que se ha logrado en Chile, en la comprensión del impacto que la construcción de una ciudadanía fuerte tiene para el buen funcionamiento de cualquier sociedad democrática, y nos empuja a retroceder hacia modelos de enseñanza obsoletos que solo contribuyen a generar una ciudadanía retraída y conformistay que desemboca, más temprano que tarde, en una verdadera paradoja anticiudadana.

Es difícil dejar de preguntarse si ¿es posible la enseñanza de la ciudadanía por una institución cuyos valores y estructura misma contradicen los principios que sustentan lo que busca “enseñar”?

Quizá no, y posiblementesea por esa razón que declara “instruir” en su programa, evitando “enseñar, pudiendo sersu propia sociedad y cultura interna, la que no les permitadesarrollar más que un proyecto mínimo de enseñanza de una ciudadanía restringida, atrasada y de mero ajuste de los adolescentes a la institucionalidad.

Imagino que no es fácil articular en tal contexto, un verdaderoaprender a vivir juntos, que constituye uno de los fines medulares de la ciudadanía, mediante la comprensión del otro y de la percepción consciente de las distintas formas de interdependencia que vinculan a los sujetos, respetando valores como el pluralismo, la comprensión mutua y nada menos que la paz.

Aprender a ser ciudadano no es una “materia” o un objetivo a cumplir, sino constituyen múltiples instancias de promoción del conocimiento autónomo, crítico y transformador, para que más tarde el estudiante sea capaz de elaborar un juicio propio, mediante el cual pueda determinar por sí mismo, qué debe hacer en las diferentes circunstancias de la vida social, identificando y modificando la definición de lo posible frente a su realidad personal y social cuando sea necesario. Y quien sabe, si deba también cuestionar, problematizar o desafiar las propias instituciones y normas que dificultan una vida social racional y justa, y que “ingenuamente” en este caso, buscan que memorice pasivamente.

Critico este programa, porque deformael más profundo sentido de la educación ciudadana, no solo inhibiendo y disminuyendo su impacto, sino porque la reduce a una insignificante “entrega de contenidos”, cuestión ampliamente ya superada, y evita a todas luces que el estudiante experimente suverdadero valor y potencia, tanto de su propia capacidad e influencia en la transformación de la realidad, como de la relevancia y necesidad de la acción colectiva en la generación de nuevas posibilidades.

Jonathan Muñoz Hidalgo, profesor de Historia.

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