"Ni facho ni comunacho":

La despolitización como espejo de nuestras propias certezas

Hoy vi un taxi con la figura de Bukele y nos inquieta más la imagen que lo que revela: una parte significativa de la sociedad ha decidido depositar su confianza en liderazgos y símbolos que no caben en nuestros marcos tradicionales.

La despolitización como espejo de nuestras propias certezas

Autor: El Ciudadano
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Por Jonatan Díaz Herrera

La despolitización del votante chileno sorprende, pero quizá esa sorpresa dice más de nosotros que de la sociedad que observamos. Crecimos formados en un sesgo —un sesgo de izquierda, progresista, ilustrado— que nos hizo creer que entendíamos el rumbo del país, o que dicho rumbo debía inevitablemente alinearse con las categorías analíticas en las que fuimos educados. Desde allí miramos la realidad con lentes que, aunque bienintencionados, terminaron por volverse parcialmente opacos.

Hoy vi un taxi con la figura de Bukele y nos inquieta más la imagen que lo que revela: una parte significativa de la sociedad ha decidido depositar su confianza en liderazgos y símbolos que no caben en nuestros marcos tradicionales. Entonces surge la pregunta incómoda: ¿se equivocan ellos o nosotros? ¿El que desprecia la política o quienes crecimos en ella? ¿El que habla en lenguaje popular, escucha música urbana y vota por intuición, o quienes creemos que la historia es un proceso historicista y la realidad se comprende desde la dialéctica?

La lectura dialéctica reconoce que no hay sujeto sin realidad ni realidad sin sujeto. Lo que llamamos “despolitización” puede ser, más bien, una nueva forma de politización que no cabe en nuestras categorías tradicionales. Quizá los “otros” no están equivocados: están expresando una experiencia distinta del malestar, de la inseguridad, de la precariedad y, por sobre todo, de la frustración con quienes hemos administrado la política como un saber experto. Y nosotros, en cambio, hemos creído —a veces tácitamente— que interpretar a las mayorías era parte de una suerte de mandato de clase ilustrada. Interpretarlas, sí; ¿pero formarlas? Ahí aparece el dilema.

Porque la dialéctica también enseña que las contradicciones se resuelven reconociendo primero su existencia. Somos una minoría hoy. Y no es un drama serlo. El problema es no asumirlo. El problema es seguir mirando por encima del hombro a quienes no comparten nuestra forma de ver el mundo, como si la política debiera expresarse en el lenguaje que aprendimos y no en el que emerge desde las calles, los barrios, los emprendedores de esfuerzo y los ritmos urbanos.

Entonces, ¿quién debería conducir a las mayorías? ¿Quiénes se sienten marginados de la política tradicional, o quienes hemos vivido dentro de ella? La respuesta dialéctica no es elegir un polo: es reconocer que la política solo es posible cuando existe síntesis. Ni la soberbia de la elite ilustrada ni el desprecio a lo institucional pueden construir un nuevo pacto social.

Tal vez la pregunta no sea quién se equivoca, sino quién está dispuesto a escuchar sin prepotencia y a hablar sin renunciar a sus convicciones. Quizá ese sea el verdadero desafío de nuestra generación política: dejar de pensar a la ciudadanía como “chusma inconsciente” —esa expresión brutal que revela más del que la pronuncia que del descrito— y empezar a verla como lo que siempre ha sido: la fuerza que define el rumbo, incluso cuando ese rumbo nos incomoda.

Por Jonatan Díaz Herrera

Administrador Público, Licenciado en Gobierno y Gestión Pública de la Universidad Academia de Humanismo Cristiano y Licenciado en Seguridad y Defensa de la Academia Nacional de Estudios Políticos y Estratégicos (ANEPE). Diplomado en Cohesión Territorial para el Desarrollo: Políticas y Estrategias (FLACSO); Diplomado en Gestión Política; Diplomado en Gestión de Organizaciones Públicas (Universidad Central); Diploma en Descentralización y Gobernanza Local (Instituto Universitario Ortega y Gasset, España). En curso, Magíster en Gobierno y Asuntos Públicos en la Universidad Central.


Las expresiones emitidas en esta columna son de exclusiva responsabilidad de su autor(a) y no representan necesariamente las opiniones de El Ciudadano.

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