La historia no puede repetirse

"El triunfo del domingo 25 fue aplastante. Muchos quieren meterse ese resultado en la billetera, apropiárselo con descaro después de sacar cuentas..."

Por Adrián Barahona

Han pasado un par de días desde que, en el plebiscito, el pueblo votara abrumadoramente por terminar con la Constitución del ‘80. Han pasado dos días y no puedo dejar de sentir una extraña incomodidad, una sensación que me retrotrae, inevitablemente, hasta el año 1988.

En esa oportunidad, me faltaban poco menos de dos años para alcanzar la mayoría de edad y, por lo mismo, para poder votar en el plebiscito, lo que no significaba que no participara activamente de la masiva movilización popular que significó todo el proceso que terminó con la salida de Pinochet de la Moneda. Eran tiempos ideologizados, se comenzaba a militar a los 12 años y se discutía citando de memoria los fragmentos de nuestros libros formativos de cabecera. Por lo mismo, estábamos seguros que nos estábamos preparando para hacer una revolución.

Pero ocurrió lo que todos sabemos, apenas se ganó el plebiscito comenzaron las reuniones entre los próceres de la concertación y los emisarios del dictador. En esas reuniones, a partir del miedo, las amenazas y la creencia de que el Estado y la institucionalidad son un bien superior a proteger, se fue construyendo el pacto que terminó con los sueños de un país.

El pacto entre la concertación y el dictador no sólo blindó el modelo económico, además impidió que se hiciera justicia: el dictador y su corte -tanto los militares como los civiles que coparon sus ministerios- nunca fueron juzgados, y a lxs presxs políticxs se les conmutó su pena por “extrañamiento”, otro eufemismo nacional para ocultar el exilio, porque el exilio nunca se terminó.

Al mismo tiempo, los partidos del bloque comenzaron un proceso de desmovilización, manteniendo activos a sus cuadros, a la militancia que podían controlar, pero cercando los espacios a las innumerables formas de participación y organización social que se habían creado durante la dictadura. En otras palabras, construyeron las condiciones para que la gente se fuera “para la casa”. En el país que nos estaban proponiendo no tenía cabida un pueblo organizado.

El plan les funcionó, y muy bien, porque salvo el puñado que se quedó escondido y resistiendo en cada una de las mínimas grietas que le habían dejado a su sistema neoliberal, el pueblo de Chile se fue para la casa, se transformó en un consumidor sumiso y endeudado. Pero “nada es para siempre”, y si bien tuvieron que pasar 30 años, el abuso fue tal y tan grande, que “Chile despertó” y “volvimos a llamarnos pueblo”.

El triunfo del domingo 25 fue aplastante. Muchos quieren meterse ese resultado en la billetera, apropiárselo con descaro después de sacar cuentas. Quieren convencernos de que fueron los protagonistas de la victoria, los que firmaron el pacto y sus jefes. Lo que no quieren aceptar es que esa votación es, precisamente, contra ellos, transversalmente, contra una clase política que no fue capaz, en más de 30 años, de poner sus privilegios por debajo de las necesidades del pueblo. No lo hicieron porque estaban cómodos y ciegos, viviendo en el lujo de sus tres comunas, porque allí es donde la mayoría de ellos residen.

Pero hay algo que no debemos olvidar. Ellos son hábiles y no han dejado de serlo por esta derrota. No puedo dejar de imaginar que, en este mismo instante, mientras escribo estas líneas, un grupo de conspiradores se reúne en alguno de los salones de palacio para encontrar la forma en que sacarán provecho de todo esto, para ver la forma de adormecernos nuevamente, de entregarnos algunas migajas para que creamos que todo ha cambiado sin cambiar nada. Querrán dejar en prisión a lxs presxs de la revuelta de octubre -que hoy, después de un año, siguen en la cárcel- y querrán cubrir de impunidad a los violadores de los derechos humanos.

Es por eso que no podemos equivocarnos esta vez y dejar las cosas en sus manos. Intentarán seducirnos con sonrisas y palabras, pero no debemos escucharlos. Intentarán convencernos de que tienen la experiencia para escribir la nueva constitución, pero sabemos que la escribirán para ellos. Esta vez debemos ser nosotrxs quienes los enviemos “para la casa”.

Para eso el pueblo ya conoce el secreto: la organización y la movilización social es la única forma que tenemos en nuestras manos para conseguir la transformación de esta sociedad, y de ese pueblo organizado deben surgir las voces que redactarán el nuevo pacto social.

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