La pandemia como discurso político y pedagogía de la tragedia

Autores:Dr

Por Absalón Opazo

03/08/2020

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Autores:
Dr. Bosco González Jiménez, Investigador Asociado Instituto de Alta Investigación (UTA). Docente escuela de sociología Universidad Arturo Prat.
Dr. Juan Jacobo Tancara Chambe, Investigador en el Center for the Interdisciplinary Research on Religion and Society (CIRRuS) de la Universidad de Bielefeld (Alemania)
Dr. Cristian Ortega Caro, Escuela de sociología Universidad Arturo Prat.

«Cuando el silencio o las astucias del lenguaje contribuyen a mantener un abuso que debe ser reformado o un sufrimiento que puede ser aliviado, entonces no hay otra solución que hablar y mostrar la obscenidad escondida bajo el manto de palabras» (Camus)

Al analizar el discurso oficial respecto del coronavirus y las muertes “derivadas” de él -perfectamente personalizado por el exministro de salud Jaime Mañalich- es posible identificar como las explicaciones sobre la muerte por Covid-19 se asocian a una causa precisa y sumamente problematizable: “las preexistencias o enfermedades de base”.

La idea de la preexistencia recorre el discurso oficial como una perfecta excusa para no hablar de causas profundas que incluso le dan forma a las enfermedades de base a las que apela como recurso explicativo. De una u otra manera, el discurso oficial impugna al individuo en un sentido asocial, traspasando la responsabilidad, de infectarse y morir, a las “acciones irresponsables” y sus condiciones de base, poniendo de manifiesto la vigencia de la tesis del “Rational Choice” -impulsada por Milton Friedman (1953) entre otros- toda vez que se responsabiliza al sujeto que padece como el culpable de sus “malas elecciones”. La diabetes, la hipertensión y la obesidad mórbida, entre otras, son de esta manera el resultado de una “vida errática” que a su vez constituye una condición de posibilidad para la muerte por Covid-19.

El discurso hegemónico sobre la Pandemia ha optado por esta “simplificación” que deviene en apaciguamiento, tranquilidad y distancia de la muerte toda vez que esta ocurre por la “trágica” combinación de razones “personales” y la omnipresencia de un virus que parece venir de otro mundo. Así el Covid-19 no es el único responsable, sino el cuerpo agotado, sus heridas que supuran; las patologías que lo acompañan. Bajo esas condiciones nadie es incapaz de resistir a la letal enfermedad. ¿Pero son estas las razones de fono que debemos resolver como sociedad?

El cuerpo social y sus enfermedades de base

Pensemos en nosotros como un conjunto, como un cuerpo social; ¿cuáles son las preexistencias que nos determinan ante la llegada de este virus omnipotente? ¿Podemos explicar los problemas/“preexistencias” que ocurren en ella?

Hace más de un siglo, Emile Durkheim decía que los hechos sociales son el único medio por el cual se pueden explicar otros hechos sociales, tesis metodológica que hoy cobra total vigencia, toda vez que el discurso oficial plantea que la explicación está en otro lado, en una externalidad virulenta que nos sorprendió, pese a que la OMS advirtió a los gobiernos del mundo sobre una eventual pandemia en septiembre del año 2018.

Sea como fuere, es esta actuación discursiva de las instituciones oficiales plantean una legítima duda: ¿dónde están las preexistencias del cuerpo social?, ¿cuáles son?, pareciera ser que el discurso dominante responsabiliza al Covid-19 y oculta al gran responsable de esta crisis sanitaria: las políticas sistemáticas orientadas a descomponer al estado y la infraestructura publica.

Las preexistencias, vendrían a ser las patologías infectadas en el cuerpo social como son el racismo, la pobreza, un sistema de salud pública débil, la vulnerabilidad, xenofobia, el hacinamiento, la descremación étnica, la aporofobia, diferentes patógenos; del mismo modo y también la crisis de legitimidad de las instituciones, las que – todas sin igual- son incapaces de legitimar ante la población una debida comunicación de riesgo y articular orgánicamente a la sociedad en las tareas del cuidado. El vinculo social sencillamente no funciona.

La CEPAL (2019) ya preveía -antes de la crisis sanitaria- e informaba de una tendencia a una gran recesión global con un impacto sin antecedentes históricos en la región. En este contexto general de crisis social y económica, Chile es un paciente con preexistencias propias y singulares, de manera que -y pese a parecer reiterativos- el problema aquí no es exclusivamente el coronavirus, como se lo quiere mostrar, sino una sociedad profundamente descompuesta en su interior.

Los colores del modelo que promueve el trabajo informal que afecta asimismo al 54% de los trabajadores en América Latina; la preexistencia del número de desocupados cuya cifra va al alza, pues la tasa de desocupación alcanzó 8,1% en 2019 y según CEPAL se encuentra en una tendencia al alza, superando en este momento en Chile al 12 % de la población en condiciones de trabajar.

Según señalan organismos internacionales, la caída del PIB global generaría casi 30 millones de “nuevos pobres” y un deterioro de las condiciones de vida de las capas medias de la sociedad, incrementando con esto su tendencia a la dependencia, el endeudamiento y la perdida de las condiciones de vida construidas en las ultimas tres décadas, agudizando de esta forma las contradicciones de clase soterradas durante décadas de exitismo neoliberal.

Son estos mismo organismos internacionales los que plantean que las poblaciones indígenas en la actual crisis social y sanitaria, producto del trato recibido por el mercado y los estados en las ultimas décadas, constituyen los sectores mas afectados por esta pandemia, planteando incluso escenarios asociados a etnocidios, como ocurre en el caso de Manaos en Brasil.

¡No es posible que esta sociedad promueva la xenofobia!, como fue el caso contra los migrantes haitianos contagiados con Covid-19, aislados, hambrientos e imposibilitados de trabajar. Desprotegidos en su vulnerabilidad. Es un caso ejemplar de las sombras de nuestra sociedad. Son estas preexistencias ocurridas al comienzo de esta emergencia sanitaria que expresan todo lo sintomático.

Junto a esto es posible apreciar como los afroamericanos en EEUU poseen tres veces más contagios que el total de la población y una tasa de letalidad que supera seis veces la del resto de la población de estados Unidos que fallece producto de esta crisis socio sanitaria.

Estos antecedentes, que solo constituyen una porción de lo que podríamos enumerar, nos viene a advertir la necesidad de repensar los orígenes de la actual crisis sanitaria, necesitamos ser capaces de mostrar las verdaderas causas y lenguajear estos síntomas para que todos puedan ver y resolver las condiciones estructurales que harán que estas situaciones no se repitan una y otra vez.

La pedagogía macabra de una pandemia o como enseñar sin lenguaje

Las condiciones descritas sitúan al Coronavirus como un medio pedagógico de facto. Las muertes por Covid-19, que Chile ya superan los trece mil casos según cifras oficiales, vienen a manifestar un acto educativo de facto por fuera del lenguaje, muy distante de lo que podemos comprender como una pedagogía social critica (Freire, Walsh) donde las generaciones anteriores transmiten el saber y conocimientos a las sucesoras entregando evaluaciones y enseñanzas para la promoción de un buen vivir y la transmisión de la experiencia acumulada de sociedades que eviten el dolor (Arendt, Metz).

Pero en el actual escenario, la sociedad no tiene nada que transmitir, su crisis de legitimidad es tan fuerte que sólo un virus, por fuera del lenguaje, hace estallar el relato exitista del Chile de los últimos 30 años y nos impone un salto al “destino trágico”, como único aprendizaje y ante el cual nos debemos “resignar”, una pedagogía de lo trágico se impone sin mediaciones posibles.

En este sentido el cuerpo social de Chile está en cuidados intensivos, pero la pedagogía crítica vuelve a problematizar, viene a enseñar a “lenguajear” otra vez (Mignolo). Desde esta educación podemos pensar cómo restituimos el vínculo social perdido; hacer una crítica al “modelo” que nos ha acarreado al presente precipicio social que se quiere tapar con la pandemia y volver a culpar a las víctimas de sus “desgracias”.

A modo de una contra-pedagogía, podemos ser como una voz que habla en lo alto y afirmar con claridad diáfana todo lo que se hizo mal. Chile y esta sociedad occidental en la que nos desenvolvemos tiene que darse una educación crítica sobre sí misma. La sociedad debe, desde una reflexión colectiva, transmitir sus verdades, sus paradigmas, pero sobre todo sus sombras, no es posible sustituir la tragedia.

La aparición del Covid-19 visibiliza y reafirma que la única vía es una educación para el pensamiento crítico. La problematización está en que el virus nos obliga y enrostra lo triste. No existe la posibilidad de una educación de lo bello, sino solo de lo macabro. Vemos, por más de 30 años, el dolor de un cuerpo dañado por la descomposición de la virulencia de la sociedad chilena, y esta no puede dilatarse más.

En el fondo, el Coronavirus y el estallido social presentan “la educación de lo macabro”. Debemos mostrar esa tragedia, pero asimismo los caminos inevitables de la esperanza, de un renacer del cuerpo social. Racionalmente no se puede consentir la celebración de la muerte. Como después de la peste negra (s. XIV) donde los infectados que iban a morir bailaban en sus últimos instantes, antes de ser devorados por la peste (coreomanía). A pesar de la crítica a las utopías (Popper), no podemos aceptar en nuestro sano juicio esa “danza macabra”. Es necesario resistir y crear. Las ciencias sociales no son ajenas a esto, de lo contrario qué sentido tendría pensar, intervenir y transformar.

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