Columna

«Tú no viviste el 11, así que no opines»

"Frase repetitiva, dogmática y sesgada que se suele decir para desmerecer la opinión de quienes no habíamos nacido para el Golpe de Estado que sacudió a Chile aquella fatídica mañana de septiembre de 1973..."

Por Absalón Opazo

07/09/2023

Publicado en

Chile / Columnas / Memoria50Años

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Por Pablo Dintrans Crivelli

Frase repetitiva, dogmática y sesgada que se suele decir para desmerecer la opinión de quienes no habíamos nacido para el Golpe de Estado que sacudió a Chile aquella fatídica mañana de septiembre de 1973.

No me voy a desgastar explicando los motivos históricos, sociológicos y culturales de por qué no es necesario vivir una época para poder analizarla, comprenderla y, eventualmente, formarse una opinión acabada.

Esta historia es personal, como la de millones de niñas y niños que nacieron y crecieron en dictadura. En realidad, dista bastante de la mayoría, puesto que afortunadamente estuve bajo el alero de una familia acomodada, con un padre profesional, en un buen barrio, colegio privado y sin necesidades.

Quizás esa es la primera pregunta que recuerdo que -majaderamente- le hacían a mi papá: “¿Por qué te opones al gobierno si te va tan bien?”. Una pregunta llena de individualismo, de ese que ya comenzaba a forjarse en los ´80 a punta de un modelo introducido con sangre en cada bolsillo chileno.

“Me opongo por principios humanos, porque veo al otro sufrir y no escondo la nariz ni me hago el loco”, respondía él, y yo escuchaba esas palabras y sentía algo que a la larga entendería como orgullo.

Mi padre nunca fue profundamente de izquierda. Es más, creció en un ambiente falangista y fue parte de la famosa Marcha de la Patria Joven con Frei Montalva a la cabeza. “Menos de una semana me costó darme cuenta que la cosa venía mala con el Golpe”, dijo hace poco.

Con casi 80 años y un pasado político profuso, limpio y congregante, escuchar sus historias nos acercó siempre a la época oscura de los ´70s y ´80s. Como la que vivió defendiendo a un grupo de sindicalistas de Codelco (es abogado de profesión), desvinculados de sus trabajos por motivos políticos. Defensa que le costó persecución por parte de la CNI, acoso e incluso llamadas telefónicas constantes a mi madre -que en esa época estaba embarazada de su tercer hijo-, que hoy perfectamente podrían ser calificadas como torturas psicológicas por el tono de las mismas y su estado de gravidez. Javier, mi hermano menor, murió de apnea del sueño a los tres meses de nacido.

Intervenciones al motor de su auto, persecuciones por calles de la ciudad y amedrentamientos de diverso tipo llevaron a la Justicia a determinar que mi padre tendría que caminar con guardaespaldas, de los cuales él no hacía más que tratar de escaparse y esconderse. La desconfianza ya se había tomado todo, incluida la Justicia que él tanto buscaba.

Esos son recuerdos ajenos. Pero también tengo los propios, ya entrados los ‘80, como una fuerte bomba de ruido que reventó la totalidad de ventanales delanteros de nuestra casa. O aquella imborrable vez en que mi papá nos llevó a todos a cacerolear a la puerta de la casa -yo debo haber tenido 6 o 7 años- y vi cómo un camión lleno de militares se paró justo afuera, apuntaron y pasaron bala. Mi mamá, muy asustada, le decía que entráramos. Él no, él dijo que le pegáramos más fuerte a los sartenes y las ollas. Era un miedo con mezcla de satisfacción y, nuevamente, orgullo.

Mi padre estuvo varias veces a punto de ser detenido, unas cuantas también pudo irse relegado (“santos” en la corte lo salvaron de ese terrible designio) y perfectamente pudo haber tomado maletas y familia y pedir asilo en algún país del norte. Pero quiso seguir dando la lucha por restablecer la democracia acá, en Chile, en su tierra.

La casa de mi infancia solía ser un antro de reuniones secretas, con mucho humo de cigarro y conversaciones que duraban horas, lo que fue aumentando en frecuencia a medida que pasábamos a la segunda mitad de los ’80 y el desenlace plebiscitario que sacaría al dictador del poder.

La historia de mi infancia en dictadura no tuvo padres ni familiares torturados, no tuvo pobreza, ni mucho menos desapariciones forzosas o ejecuciones. Esta historia es bastante menos salvaje, pero estuvo llena de miedos, algunos de los cuales solo se superaron hace poco, como el miedo irracional que le tenía a Carabineros o una vestimenta militar de combate. Es una historia que quizás no está completa, y que carece del horror de miles de otras, pero que refleja otra cara de quienes nacimos en dictadura y tuvimos nuestra infancia en plenos ´80.

“No lo viviste, así que no opines”, sonaba en muchas cabezas que se escondieron y callaron. Niñas y niños que -hoy en sus 40 y tanto- tapiaron y bloquearon sus recuerdos llenos de miedo para blanquear y edulcorar décadas siniestras a punta de TV infantil, canciones pegadizas y juegos olvidados en el tiempo.

Esa generación, mi generación, es la que vivió, pero reprime recordar.

Por Pablo Dintrans Crivelli

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