La Depresión, ¿Un Malestar Contemporáneo?

En los últimos años en el Latinoamérica se han producido múltiples fracturas a nivel social, económico y político lo que ha generado una serie de consecuencias, una de ellas la desilusión ante el funcionamiento institucional


Autor: Wari

En los últimos años en el Latinoamérica se han producido múltiples fracturas a nivel social, económico y político lo que ha generado una serie de consecuencias, una de ellas la desilusión ante el funcionamiento institucional. Dicho de otro modo, se ha producido una ruptura con aquel mundo simbólico que de alguna manera garantiza y sostiene el funcionamiento regular de un grupo social. No nos parece que estamos especulando al afirmar que estos hechos están influyendo de manera directa en las manifestaciones psíquicas de la población, sea cual sea su situación social o económica.

Desde nuestro trabajo como psicólogos clínicos estamos confrontados a diario con un fenómeno muy particular: el de la depresión (que en la actualidad es el primer motivo de consulta). Es decir que clínicamente estamos encontrando que los síntomas depresivos son la primera respuesta a aquella ruptura con lo simbólico que pensamos se está produciendo en nuestro medio. Es por esto importante detenerse y plantear hipótesis que nos permitan enfrentar esta situación y analizar sus consecuencias individuales y colectivas.

Llegar a una definición satisfactoria de la depresión es una tarea que no podrá ser resuelta en el desarrollo del presente artículo, sin embargo nos apoyaremos en la teoría psicoanalítica que, a nuestro modo de ver y en función de nuestra práctica clínica, aporta elementos valiosos para la comprensión de este malestar, a pesar de que ni Sigmund Freud (inventor del psicoanálisis) ni Jacques Lacan (fundador del psicoanálisis) no hablaron específicamente de este tema, pero que al haber hablado de duelo, pérdida, melancolía nos han dado suficientes pistas para encarar la depresión.

Dentro del psicoanálisis el debate está aun abierto sobre este tema de la depresión , pues para algunos no se trata más que de síntomas, es decir, que no se la considera como una entidad clínica específica. Para otros la depresión es una patología claramente definida y estructurada, sobre todo dentro de la psicosis (maniaco-depresiva). En nuestro desarrollo nos interesaremos a la depresión en las «neurosis», es decir teniendo como premisa que se trata de «modificaciones del humor» y que tienen más bien que ver con el síntoma.

La hipótesis que planteamos afirma que la depresión es una manera de manifestación del malestar producido ante la ausencia de una respuesta coherente por parte de las instituciones, es decir: las instituciones no son capaces de cumplir con sus funciones, la arbitrariedad es un elemento «organizador», el silencio es la explicación a muchos hechos y evidentemente nadie es responsable de lo que hace. Con esta consideración, y apoyándonos en el psicoanálisis, podemos entender la depresión como una pregunta que el sujeto plantea a su medio en tanto que este medio (social, laboral, familiar) lo considera como un objeto de desecho y ya no un sujeto de deseo.

En la teoría lacaniana este «medio social» es uno de los representantes del gran Otro, el gran Otro no es únicamente nuestro alter-ego, sino que, más allá de las identificaciones imaginarias y especulares, el sujeto está determinado por un orden radicalmente anterior y exterior, un lugar donde se articulan los significantes que darán origen a ese sujeto. Por tanto es la relación que mantenemos con este Otro la que determina en buena medida nuestro estado de ánimo, nuestro humor. Lo que abre una nueva perspectiva para aprehender la depresión, ya que si a la persona deprimida se la escucha con atención nos daremos cuenta que su situación es exactamente aquella que le ha sido asignada, es decir: «ya no esperamos nada de usted». Ahora bien, no necesariamente este «no esperamos nada de usted» tiene que haber sido enunciado como tal, pues la propia producción psíquica es la que puede construir esta formulación. Es decir que estamos determinados por nuestro inconsciente.

Así, si decimos que nuestro humor está íntimamente determinado por la relación que mantenemos con el Otro, esta relación puede perfectamente establecerse como una relación en la que el sujeto está en deuda y por la cual tiene que pagar de su existencia, es decir con el dolor de existir. Esto constituye de algún modo la manifestación de la subjetividad, de no dejarse anular, de pretender apropiarse de aquello que le es «íntimo» y que sólo puede hacerlo deprimiéndose.

Además influye también mucho en nuestro humor el reconocimiento narcisista. Este reconocimiento tiene una dimensión simbólica, es decir, puede no haber una retribución efectiva pero se reconoce y acepta su valor; por ejemplo, la tarea de una madre en la educación de los hijos puede ser reconocida por la sociedad de diversos modos. Pero como hemos podido constatar en nuestra práctica, en la actualidad cada vez es menos frecuente esa valoración y muchas mujeres deprimidas dicen «que de nada ha servido su vida, que ya no sirven». Y habitualmente este discurso se lo hace a través de la queja. Además, aunque pueda parecer sorprendente el reconocimiento también puede ser el de la enfermedad, es decir, el depresivo busca que le reconozcan como enfermo, él busca al menos ese reconocimiento y la queja pasa a ser un elemento constitutivo de aquella interrogación dirigida al Otro, que como veremos más adelante es en este caso el saber médico.

En efecto, dentro de nuestra sociedad actual el rendimiento y la efectividad son las divisas más preciadas; todo aquel que por una u otra razón no esté en capacidad de cumplir con estos requisitos es relegado de alguna manera y en diversos grados. No es raro escuchar a personas que han trabajado 30 años o más y que de la noche a la mañana son despedidos de su trabajo que caen en un «hueco oscuro» y que ya no pueden salir. Es ahí cuando nosotros pensamos que la depresión es la manera actual de manifestar ese rechazo a la exclusión.

Situaciones como la pérdida del trabajo, el divorcio, el matrimonio de los hijos, la falla o desaparición de un ideal colectivo, son frecuentes encontrarlas como desencadenantes de los períodos depresivos.

Es evidente que no todas las personas que se han visto confrontadas a estas situaciones desencadenan una depresión, lo que de una parte nos lleva a reconocer la particularidad y singularidad de cada persona y, por otra parte, que a partir de esta particularidad cada cual manifiesta sus síntomas. Lo que dicho sea de paso quiere también decir que no existe el tratamiento único para la depresión, si bien los antidepresivos son efectivos éstos no siempre cumplen con su finalidad, pues muchas veces se olvida la dimensión subjetiva que es la que en definitiva produce este malestar.

No podemos negar la evidencia que la organización psíquica está íntimamente ligada a la organización biológica y que en la depresión encontramos manifestaciones neuro-hormonales que ciertamente tienen una relación con los momentos de ausencia de toda excitación. Es precisamente ahí donde, gracias a los medicamentos, se pueden modificar el humor; sin embargo, la relación al Otro se mantiene intacta y se sigue viviendo la culpa y el duelo del mismo modo, sólo que con un estado de humor no acorde con esa realidad, artificial. Quizás ésta sea una explicación a las frecuentes recaídas que adolecen los deprimidos.

A este respecto es interesante subrayar el hecho de que, muchas veces, el psicólogo o el psiquiatra que tienen ante sí un depresivo su primera reacción es la de la compensación, la de reparación, como si ante la impotencia de la misma persona para hacer algo con ese afecto que le «cae del cielo» el profesional esté llamado a repararlo. No es el lugar para desarrollar esta cuestión, pero es interesante preguntarse cuáles pueden ser las consecuencias de una tal respuesta, pues hay que tener en cuenta que la medicina constituye un referente simbólico importante en toda sociedad y que su modo de actuar es determinante en este caso. Es decir, que si a la depresión se la entiende como un signo, es decir aquello que representa algo para alguien, en este caso el médico, ésta no va a ser entendida como una pregunta sino como algo de lo que hay que desembarazarse a cualquier costo.

Foto: Jacques Lacan

La depresión nos hace también observar otro fenómeno significativo: el de la confluencia de dos fuerzas. Por un lado, la impotencia en la que se encuentra sumido el depresivo y, por otro, la omnipotencia atribuida al médico como representante de un saber o de la ciencia. Entre estas dos fuerzas se juega buena parte del tratamiento y su manejo influirá en buena medida sobre los resultados.

Esto nos parece que tiene relación con lo que ya habíamos dicho respecto a la posición que tiene el depresivo frente al gran Otro, en este caso representado por la medicina, posición que refleja la anulación y desvalorización de las relaciones sociales, de los objetos, del mundo en general, llegando a lo que nosotros proponemos ser la ecuación del depresivo, a saber: «todo = nada». El nada ha entenderlo como sin ningún valor. Al hablar aquí de valor nos estamos refiriendo a lo que en la teoría psicoanalítica se lo llama valor fálico, es decir, aquel que nos permite investir en nuestras relaciones y asumir funciones, que reconoce y acepta las limitaciones a las que estamos sometidos al formar parte del mundo humano, un mundo regido por la ley del lenguaje. Es este valor fálico el que se ha depreciado en el depresivo, pues representa la emergencia del deseo y la necesaria renuncia al objeto que vendría a satisfacer plenamente ese deseo.

El deprimido, al confrontarse a situaciones de pérdida estaría rememorando este proceso que lo vive como responsable y por tanto culpable de haber dejado escapar aquello que le garantizaba la perfecta satisfacción. Ningún objeto tendrá ningún valor y aparentemente nada podrá venir a cambiar esta relación.

Entonces, por lo que hemos visto, la cuestión del humor y de la depresión es un problema cultural pues concierne directamente a la sociedad y a su funcionamiento y, como vemos, el psicoanálisis, contrariamente a lo que se puede pensar si tiene algo que decir pues aunque se refiere siempre a lo particular, nos da cuenta de que el real que constituye lo social es el mismo que constituye el individual. Es otra de las razones que me parece muy importante destacar para «justificar» la posición que el analista debe asumir ante la evolución de la sociedad y de los diferentes discursos que están detrás de esta evolución. Es decir, que los analistas hagan saber cuál es su posición ante la situación social y política del medio en donde trabajan y cuál es su respuesta ante las consecuencias producidas por dicho «progreso».

Quizá para algunos lectores este tipo de reflexiones podrá parecer novedoso o incluso impertinente ya que en nuestro medio los temas sociales y su influencia en el psiquismo han sido muy poco abordados desde la perspectiva psicoanalítica, y esto ha sido lamentable, no sólo por la pérdida que esto ha ocasionado en los debates clínicos, sino también por el lugar que se ha le asignado al psicoanálisis en nuestro medio: el de una consulta privada, con un grupo muy selecto de pacientes, marginado de lo que ocurre en la sociedad.

Cosa que sorprende, pues Freud siempre fue muy crítico con lo que sucedía en la época que le tocó vivir y sus reflexiones muchas veces partían de constataciones de la manera en la que los hombres se relacionaban entre sí. A Lacan, aunque quizá es menos evidente, también le preocupaba la manera en la que el mundo estaba evolucionando y tiene anotaciones muy precisas sobre la subida del nacionalismo, por ejemplo.

Evidentemente no se debe comprender que los factores sociales a los que hemos hecho referencia están aislados de toda -llamémosla- constitución psíquica del individuo, pues todos estos fenómenos se van a inscribir sobre ella. Es decir, van a formar parte de la cadena de significantes que rigen nuestro inconsciente al representar al sujeto. Si el psicoanalista se abstrae de esta realidad y no tiene en cuenta, no sólo la manera de manifestación de los síntomas, sino la función que ellos tienen en un momento dado y según la realidad social, entonces me parece que lo que está haciendo es una pura elucubración.

Dicho de otro modo, el significante que está produciendo al sujeto del inconsciente para otro significante no está desligado de los significantes que norman, normalizan, regulan los intercambios sociales (cf. artículo de Czermak). Es otra manera de definir lo que Lacan llamó el gran Otro, ese tesoro de significantes en el que cada uno está inmerso y que en cada sociedad está rigiendo de modo particular.

La depresión nos ha servido para mostrar cuál puede ser un tipo de respuesta que ella provoca en el médico, deja también ver las demandas y exigencias sociales al que él está sometido. Por eso nos parece que especialmente en este tema de la depresión es ineludible que el psicoanálisis tenga en cuenta los otros discursos (social, económico, político) al momento de plantear hipótesis de trabajo; no con el fin de hacer un psicoanálisis de la sociedad como ente, sino para poder discernir la demanda subyacente que tiene el depresivo y la posición ética que el psicoanalista deberá sostener.

Y, desde aquí, podemos decir que es urgente que el psicoanálisis entre de lleno en el debate con otras áreas del «saber» para avanzar en las cuestiones cruciales a las que estamos asistiendo hoy en día en nuestra sociedad.

Para finalizar, quisiéramos decir que a nuestro parecer la depresión es la última resistencia ante el desmoronamiento social que nos está llevando a lo que Marcel Czermak llama psicosis social. ¿Por qué? Porque con las características que hemos descrito, el depresivo busca, a pesar de todo, hacer valer su subjetividad y manifiesta, con sus síntomas, las consecuencias de la exclusión y anulación del deseo propuesto explícitamente en la evolución de la sociedad actual.

por Gino Alfredo Naranjo
Psicólogo Clínico

Revista Ecuador Debate


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