En los ojos de un francés del siglo XVI:

Un viaje a los primeros relatos sobre Chile

Una asombrada descripción a ojos europeos de la sociedad mapuche sin gobiernos y en asambleas, el mito de los gigantes de tierra del fuego y el desprecio de las cosas materiales de parte de los selknam figuran en la compilación El viajero francés en el Reino de Chile 1751 (LOM Ediciones), que rescata la obra del abate Joseph Delaporte. El libro reproduce el saber producido por expediciones de conquista y científicas que desde el siglo XVI pasaron por estos territorios.

Estrecho_Magallanes_1628
¿Se puede desde un escritorio hacer la crónica de un viajero por los mares del mundo? Esa fue la tarea del abate jesuita Joseph Delaporte (1714-1779), quien inicia el relato de un ficticio viajero francés alrededor del mundo que habría durado unos 27 años (entre 1735 y 1762), obra continuada tras su muerte por el abate Bonafou y, posteriormente, por Louis Domarion. La obra es una compilación de diferentes relatos de viajeros y expediciones científicas alrededor del mundo, integradas como un viaje simulado relatado en cartas enviadas a una dama parisina.

Fueron 34 volúmenes de 500 páginas cada uno que juntos intentaban abarcaban el conocimiento del mundo entero. Titulado Le Voyageur françois, ou la connoissance de l’ancien et du Nouveau Monde, 87 de sus páginas están dedicadas al Reyno de Chile, las islas Juan Fernández, la Patagonia y el Estrecho de Magallanes. El libro fue todo un suceso editorial en 1775, cuando ya contaba con 5 ediciones y fue fuertemente estimulada por la casa real francesa. Era la época en que Diderot y d’Alembert preparaban la Encyclopédie, uno de cuyos compendios preparó el abate Joseph de La Porte, titulado L’Esprit de l’Encyclopédie.

Le Voyageur françois, ou la connoissance de l’ancien et du Nouveau MondeLa obra llamó la atención de Fernando Casanueva Valencia, escritor y traductor chileno, quien la encontró en una vieja librería francesa. Ante una joya bibliográfica, Casanueva se dedicó a compilar las páginas dedicadas a Chile, compendio que fue publicado por LOM Ediciones.

La obra data de 1751, por lo que resulta ser una descripción de la geografía y costumbres de lo que ya era llamado el Reyno de Chile. Recordemos que décadas después sería publicado el primer libro dedicado a la geografía y recursos de Chile, el Compendio della storia geografica, naturale e civile del Reyno de Chile por el abate Juan Ignacio Molina (1776) en Bolonia.

COLONIALISMO Y VIAJEROS DESDE EL SIGLO XVIII

Desde mediados del siglo XV embarcaciones europeas navegaron el Océano Atlántico en dirección al sur. Contornearon la costa de África primero y después enfilaron en dirección al oeste en busca de riquezas, fundamentalmente drogas, como eran llamadas las especies de lujo sensorial en aquella época. Primero fueron los portugueses, después los españoles y más tarde los holandeses, ingleses y franceses.

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Empoderamos por el desarrollo de su tecnología marítima, según relata Casanueva, los Estados europeos convencidos de la superioridad de su cultura se lanzan para la ocupación de lo que significativamente llamaban ‘territorios de ultramar’.

La aventura marítima amplió el conocimiento del mundo para el ojo europeo. Experimentados marinos auspiciados por las casas reales europeas se lanzaron a los mares del sur, acompañados de cartógrafos, geógrafos y científicos. Fue la cuna del capitalismo moderno, cuando las potencias marítimas trataban de mapear el mundo, ávidas de nuevos territorios por conquistar, ya sea para inventariar, extraer recursos o expandir el comercio de sus productos.

Es el caso de las Islas Molucas que fueron un botín de las potencias marítimas del siglo XVI justamente libro lompor la producción de nuez moscada y clavo de olor, especies que alcanzaban altísimos precios en Europa. Su control convocó la disputa de españoles, portugueses y holandeses.

El abate Delaporte comenta que el navegante John Narborough, fue enviado por Jacobo II de Inglaterra a explorar las tierras magallánicas con las instrucciones de “que observara la naturaleza de la tierra, los frutos de los árboles, los granos, los pájaros, los animales, las piedras, los minerales y los peces del país; que advirtiera, sobre todo, la índole y las inclinaciones de los habitantes; que se relacionara con ellos; que les diera a conocer el poder y la riqueza de la nación inglesa; que tratara de ganar su afecto y que estableciera comercio con esos pueblos” (67).

El extremo austral de Chile fue asolado por piratas y corsarios en los siglos XVI y XVII, y en el siglo posterior se tornaría ruta de distintas misiones de exploración científica. Las más renombradas fueron las de Louis Antoine de Bougainville durante tres años (1766-1769) y los tres viajes de James Cook (entre 1768 y 1779.)

Otras exploraciones científicas del territorio que más tarde conformaría Chile, fueron las de Amédée Frézier (1712-1714), Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1743), John Byron (1765), Alejandro Malaspina (1789-1794) y George Vancouver (1795), entre otras.

En las décadas posteriores quedarán para la posteridad del espíritu de la época las expediciones del alemán Alexander von Humboldt, iniciada en 1799 y el viaje del Beagle, del inglés Charles Darwin, que zarpa en 1831.

EL VIAJE DE MAGALLANES Y ALEXANDRE SELKIRK

El libro de Delaporte da gran importancia a la expedición del navegante Hernando de Magallanes, quien zarpa en 1520 para comprobar su teoría de poder atravesar del Océano Atlántico al Océano Índico por las tierras del sur, descubriendo para Occidente el estrecho que lleva su nombre.

A la expedición de Hernando de Magallanes (quien muere en el transcurso de ella) también se le debe el mito de que las lejanas tierras del extremo sur eran habitadas por gigantes, que perduraría durante unos cien años, sobre todo en boca de navegantes españoles. Delaporte escribe su obra en medio de la controversia, dando cuentas de los relatos de cada lado.

El interés de las potencias marítimas de la época era el control de la puerta de los dos más grandes océanos del planeta, espacio que Francia e Inglaterra ambicionaban.

La visión colonialista que alimentaba esta nueva cartografía del mundo, se evidencia cuando Sebastián Elcano, uno de los pocos sobrevivientes de la expedición de Magallanes, vuelve en 1552 a Europa, trayendo consigo algunos indígenas de las islas Molucas. Entre ellos, según detalla Delaporte, había uno tan astuto que “la primera pregunta que formuló, desde que pudo expresarse en castellano, fue para informarse de cuantos reales valía el ducado, de cuántos maravedíes valía el real y de cuanta pimienta se tenía por un maravedí. El emperador prohibió que se dejara a este hombre regresar a su país; a todos los demás se les hizo volver” (72).

También el abate francés dedica varias páginas a la epopeya de Alexandre Selkirk, inmortalizado en 1719 por Daniel Defoe cuando publica Robinson Crusoe, inspirado en los siete años que Selkirk pasó en el archipiélago Juan Fernández con sus ropas, una cama, una Biblia, un cuchillo y un hacha, un fusil, algo de pólvora, unas cuantas balas y tabaco. El relato evidencia la epopeya en construcción del hombre blanco abandonado en los mares del sur.

Quienes no tuvieron igual suerte fueron los españoles enviados a colonizar el Estrecho de Magallanes para asegurar el control y dominio de ese paso estratégico del Virreinato del Perú tras el paso del pirata Francis Drake, que asolaría las costas del Pacífico.

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La conquista del Estrecho nos dejó la historia de Ciudad Felipe, fundada en 1584 con 400 habitantes y otros 150 en el puerto llamado Nombre de Jesús. Tres años después el corsario inglés Thomas Cavendish encontraría sólo 15 sobrevivientes. El resto había muerto de hambre abandonados por la corona española a su suerte que, según describe Delaporte, “la tierra rechazaba su trabajo y los animales feroces venían a menudo a atacarlos hasta el fuerte mismo” (75)

El compendio nos recuerda la conquista de Valdivia por los holandeses en el siglo XVII. La ciudad, considerada la llave del sur, fue tomada por los holandeses en 1643, quienes provenían de Pernambuco (Brasil), al mando del almirante Henrik Brouwer. El hambre y las enfermedades diezman a los holandeses, quienes amenazados por una expedición de reconquista enviada desde el Perú abandonan la ciudad que terminó siendo retomada por los españoles en 1647.

MAPUCHES: SIN GOBIERNO, TEMPLOS NI ÍDOLOS

Delaporte también recoge la fama de la época que tenían los mapuche, quienes concitaban la atención de los europeos por su capacidad de haber mantenido su libertad frente a la conquista española. El abate francés los menciona como los ‘indios libres’, quienes ocupan una parte más extensa de Chile en comparación con los españoles. “Estos bárbaros – comenta – no conocen ninguna forma de gobierno; cada familia es soberana e independiente. Sus asuntos los tratan en asambleas generales y es la pluralidad de votos que decide” (43).

También el recopilador de crónicas de viajes, destaca que “no se han encontrado en estos bárbaros ni templos, ni ídolos; tienen alguna idea de la otra vida pero suponiendo que siempre el alma es material” (44). También da cuenta de que no formaban aldeas y que “según su fantasía ellos cambian de morada y se trasladan a otro sitio”.

Delaporte además da cuenta de una mirada de mundo que resultó muy extraña a los europeos. Era la de los habitantes de Tierra del Fuego, los selknam, que más tarde serían extintos por la colonización de las estancias magallánicas, sobre los cuales el abate comenta que “es verdad que en su manera de pensar saben calcular si el trabajo de procurarse ciertas comodidades de la vida no es más oneroso que el agrado mismo que ellas proporcionan; que junto con decidirse a poseerlas permanecen en una indolencia puramente animal y nos miran como locos, de soportar tantas fatigas por cosas tan frívolas como vestidos, casas, etc., respecto a las cuales les parece más corto e incluso más fácil prescindir de ellas” (85).

Mauricio Becerra Rebolledo
@kalidoscop
El Ciudadano

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* FOTO PRINCIPAL: Mapa Freti Magellanici ac novi Freti vulgó Le Maire exactissima delineatio (1628)

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