COVID-19: Ensanchando los límites de lo posible

Si hace dos semanas me hubieran mostrado una imagen del centro de Santiago vacío, no me habría sorprendido tanto

Por Patricio Segura

31/03/2020

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Si hace dos semanas me hubieran mostrado una imagen del centro de Santiago vacío, no me habría sorprendido tanto.  Desde hace ya varios años, luego de las grandes movilizaciones de 2011 y más aún desde el 18O, en Chile nos hemos acostumbrado a una cierta citadina no-normalidad.

Lo mismo si me hubieran informado que se suspenden las clases de los estudiantes hasta nuevo aviso: parvularios, de básica y media. Terremotos, y paros generalizados mediante, han transformado la educación formal en un espacio bastante incierto en términos de calendarización.

Incluso si la predicción hubiera sido que viviríamos bajo toque de queda permanente, con militares en las calles en resguardo del orden público. El estallido social ya hizo lo propio en llevarnos a esta nueva realidad.  Tampoco están tan lejanos los días de la dictadura, grabados todavía en la memoria de un par de generaciones.

Pero si alguien, hace un mes, me hubiera dicho que  casi un millón y medio de chilenos y chilenas se verían obligados a vivir día y noche confinados en sus viviendas, al igual que mil 700 millones de seres humanos en todo el planeta, no lo habría creído.  Mil 700 millones es mucha gente.

Tampoco habría dado crédito a la implementación de barreras sanitarias, grupos de vecinos no dejando desembarcar desde cruceros a pasajeros contagiados por una rara enfermedad.  O que las líneas aéreas cancelarían todos sus vuelos (ellas nunca pierden, me habría dicho), a las que seguiría el transporte terrestre interurbano.

No me habría creído los videos e imágenes que hoy profusamente circulan por Internet y redes sociales, y que requieren de un notable esfuerzo para discriminar lo cierto de lo falso.  Debe ser una puesta en escena, una imagen trucada, habría sido la espontánea respuesta de mi razón a tan catastrófico panorama.  Tan cinematográfica posibilidad.

No es nuevo decir que el mundo de las certezas se cae a pedazos. Ya en alguna ocasión Dios dio paso a la energía y la materia, la Tierra dejó de ser plana y el centro del universo, Colón se encontró con las Indias (occidentales primero, América después), y las imágenes y las voces se pudieron transmitir a distancia.  Como por arte de magia.

Más aún, en 1939 Europa y una parte importante del mundo entraron en una Guerra Mundial sin precedentes, que concluyó con 55 a 60 millones de víctimas en seis años.  Y la peste negra, ya se ha dicho, exterminó a 200 millones de personas en la Europa del siglo XIV.  Para qué seguir con pandemias mucho más cercanas que hemos vivido como especie y humanidad. Baste señalar que el contagio masivo de influenza de 1918 arrastró consigo a unos 40 mil compatriotas.

Pero una cosa es el contexto y otra la realidad que se vive día a día.  Sí es compleja la hora actual.  Y más aún cuando no lo es para todos por igual.   

En términos laborales y financieros, quienes dependen directamente del Estado -ese ente con las espaldas más grandes para aguantar por más tiempo los embates económicos que vivimos- no verán mermados sus ingresos.  No solo parlamentarios, como ha dicho el Presidente Sebastián Piñera, con lo cual demostró el poco cariño que le tiene a nuestra democracia. 

Funcionarios públicos y municipales, carabineros y militares, jueces, autoridades designadas y electas, seguirán recibiendo sus sueldos y está bien que ello así sea. Su función es de Estado y en algunos casos crítica, como ocurre con los y las profesionales de la salud, policías y todos y todas quienes cumplen labores esenciales.

No correrán la misma suerte los empresarios en general, micro, pequeños y medianos en particular.  Tampoco sus trabajadores, quienes realizan actividades informales y los y las que viven al día a día con sus cuentas.

Lo que se viene en términos sanitarios y económicos es complejo.  Y por cierto las muertes que ya ha dejado la pandemia en el mundo y en Chile son un saldo trágico. Como todas las que por otras circunstancias ocurren día a día.  Y las que han ocurrido siempre.

En estos días hemos ido moviendo nuestros racionales límites de lo posible, claro está.  Así ha sucedido en múltiples épocas, tanto voluntaria como involuntariamente.  Y lecciones debemos aprender de este dilema.

Es bueno conocer la historia y leer los clásicos.  Nos permite poner en contexto nuestro terrenal pasar.

Como todas las especies, siempre nos adaptamos.  Y de seguro, grandes cambios saldrán de esta crisis, que nos harán ver la vida y nuestro rol en ella de una forma distinta.

Y asociado a lo segundo, no será el fin del mundo pero será esta una oportunidad para cambiar el rumbo.  Que hoy nos toca a nosotros lo que por siglos, milenios, hemos hecho con otros seres vivos: vacas, ovejas, peces, bosques y todo tipo de especies han sufrido el efecto de nuestra viral y depredadora forma de habitar el planeta.

Porque ya lo dice un mensaje que circula por las redes sociales: “No podemos volver a la normalidad, porque lo que teníamos por normal era precisamente el problema”. Aunque en efecto tal frase está plasmada en los muros de Hong Kong tres meses previo a la crisis global actual, no está demás considerarla de una actualidad fundamental.

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