A 40 años del Golpe, los frutos dictatoriales permanecen

Para vergüenza nuestra, a 23 años del fin de la dictadura debemos constatar que sus frutos institucionales permanecen vigentes

Por Wari

10/09/2013

Publicado en

Columnas

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Para vergüenza nuestra, a 23 años del fin de la dictadura debemos constatar que sus frutos institucionales permanecen vigentes. En efecto, el conjunto de “modernizaciones” impuestas por el régimen pinochetista en la década de los 80 y que configuraron un nuevo Chile neoliberal no solo han resistido el paso del tiempo sino que se han consolidado como producto de nuestra “democracia”. Lo que se impuso a sangre y fuego durante 17 años fue luego legitimado pacíficamente por los 20 años de gobiernos de la Concertación.

Para vergüenza nuestra, con pequeños ajustes que consolidaron su esencia, seguimos sufriendo las mismas estructuras que se nos impuso con extrema violencia: El Plan Laboral; las AFP; las Isapre; la Loce-LGE; la Ley de concesiones mineras; la Ley de universidades; sistemas financieros y tributarios hechos a la medida de los grandes grupos económicos; servicios públicos privatizados; leyes que neutralizan las juntas de vecinos, los colegios profesionales y el movimiento cooperativo; etc.

Y parecemos no darnos cuenta que aquello nos configura como una sociedad extremadamente injusta y, en último término, violenta. Precisamente el objetivo de la violencia represiva y del terror institucional desarrollado por la dictadura fue “acondicionar” a la sociedad chilena para imponerle un modelo económico, social y cultural que era naturalmente imposible de ser aceptado democráticamante.

Esto lo ha reconocido crudamente Andrés Allamand en su libro La travesía del desierto: “El gobierno militar chileno realizó una transformación económico-social de alcances fenomenales (…) ¿Qué hubo tras la decisión de Pinochet? (…) Para mí, una gran demostración de liderazgo y coraje político para mantener firme el timón cuando el mal tiempo arreciaba (…) El modelo (económico) le aportaba una propuesta coherente y de paso le brindaba una coartada para el ejercicio prolongado del poder: si el gobierno chileno no se hubiera embarcado temprano en un proyecto de transformación de gran envergadura, jamás habría podido sostener aquello de las ‘metas y no plazos’. Una revolución de esa magnitud –eso es lo que era- necesitaba tiempo. Desde el otro lado, Pinochet le aportaba al equipo económico algo quizás aun más valioso: el ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones. Más de alguna vez en el frío penetrante de Chicago los laboriosos estudiantes que soñaban con cambiarle la cara a Chile deben haberse devanado los sesos con una sola pregunta: ¿ganará alguna vez la presidencia alguien que haga suyo este proyecto? Ahora no tenían ese problema” (Edit. Aguilar, 1999. pp. 155-6).

Por cierto, el “ejercicio sin restricciones del poder político necesario para materializar las transformaciones” constituye un elegante eufemismo para referirse a las desapariciones forzadas, las ejecuciones extrajudiciales, las torturas, las detenciones arbitrarias, los campos de concentración, el exilio, etc. Pero lo notable es el virtual reconocimiento de Allamand de que las violaciones a los derechos humanos constituían un medio necesario para implantar en Chile la nueva sociedad a que aspiraba la derecha.

Conscientes de que en un escenario efectivamente democrático dicha imposición sería sustituida, se entiende que la derecha y Pinochet impusieran igualmente una Constitución falsamente democrática y que contenía disposiciones que hicieran prácticamente imposible su transformación sin el acuerdo de la derecha minoritaria. Lo que sí estuvo más allá de sus previsiones fue el giro copernicano experimentado por el liderazgo de la Concertación a fines de los 80 y que lo llevó –en palabras de Edgardo Boeninger, su eminencia gris- a una “convergencia” con el pensamiento económico de la derecha; y “convergencia que políticamente el conglomerado opositor (la Concertación) no estaba en condiciones de reconocer” (Democracia en Chile. Lecciones para la gobernabilidad; Edit. Andrés Bello, 1997, p. 369).

Esto último explica el comportamiento concesivo solapado llevado a cabo por los sucesivos gobiernos de la Concertación y que se tradujo en la consolidación del modelo económico-social impuesto por la dictadura. Comportamiento cuyos principales elementos han sido el regalo de la mayoría parlamentaria a la futura oposición de derecha efectuado con las reformas constitucionales de 1989; el cambio del concepto de democracia que culminó en 2005 con la asunción de la Constitución del 80 como propia; la autodestrucción de todos los medios de comunicación escritos que laboriosamente se habían forjado en dictadura; la neutralización o privatización de los canales de televisión (TVN y el canal de la Universidad de Chile) que pudieron haber aportado a una real democratización del país; y la mantención de la atomización social impuesta por Pinochet. Con el tiempo, los gobiernos de la Concertación han demostrado abiertamente su subordinación a la derecha económica, lo que se ha reflejado en el notable aumento de las privatizaciones o concesiones de los servicios públicos; en el gigantesco desarrollo de la gran minería del cobre privada; en el incremento del poder de los grandes grupos económicos y en la desigualdad en los ingresos, y en la omisión del gobierno de Michelle Bachelet en utilizar su mayoría parlamentaria de quórum calificado para cumplir con los compromisos de profundos cambios del sistema económico proclamados por la Concertación en 1989. Mayoría que solo no le alcanzaba para sustituir la Loce y la Ley de Concesiones Mineras.

Y pese a que, en general, se ha conservado el discurso centroizquierdista engañoso del liderazgo concertacionista; no han faltado deslices en que han incurrido algunos connotados dirigentes, los que por cierto no han tenido consecuencias negativas para las carreras políticas de sus autores. Entre estos se destacan los de Alejandro Foxley: “Pinochet (…) realizó una transformación sobre todo en la economía chilena, la más importante que ha habido en este siglo (…) Hay que reconocer su capacidad visionaria (…) de que había que abrir la economía al mundo, descentralizar, desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va perdurar por muchas décadas en Chile y que ha pasado el test de lo que significa hacer historia, pues terminó cambiando el modo de vida de todos los chilenos, para bien, no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet en la historia de Chile en un alto lugar” (Cosas 5-5-2000). Y los de Eugenio Tironi: “La sociedad de individuos, donde las personas entienden que el interés colectivo no es más que la resultante de la maximización de los intereses individuales, ya ha tomado cuerpo en las conductas cotidianas de los chilenos de todas las clases sociales y de todas las ideologías. Nada de esto lo va a revertir en el corto plazo ningún gobierno, líder o partido (…) Las transformaciones que han tenido lugar en la sociedad chilena de los 90 no podrían explicarse sin las reformas de corte liberalizador de los años 70 y 80 (…) Chile aprendió hace pocas décadas que no podía seguir intentando remedar un modelo económico que lo dejaba al margen de las tendencias mundiales. El cambio fue doloroso, pero era inevitable. Quienes lo diseñaron y emprendieron mostraron visión y liderazgo” (La irrupción de las masas y el malestar de las elites. Chile en el cambio de siglo; Edit. Grijalbo, 1999, pp. 36, 60 y 162).

Asimismo, todo lo anterior se ve ratificado desde la otra vereda por los panegíricos hechos al liderazgo de la Concertación por destacados empresarios, economistas e intelectuales de derecha, tanto nacionales y extranjeros. Entre muchos otros, el del entonces presidente de la Confederación de la Producción y del Comercio, Hernán Somerville, quien señaló respecto de Ricardo Lagos: “Mis empresarios todos lo aman, tanto en Apec (Foro de Cooperación de Asia Pacífico) como acá (Chile), porque realmente le tienen una tremenda admiración por su nivel intelectual superior y porque además se ve ampliamente favorecido por un país al que todo el mundo percibe como modelo” (La Segunda; 14-10-2005). O el del connotado empresario y economista, César Barros, quien calificó a Lagos en su último día de gobierno como “el mejor Presidente de derecha de todos los tiempos” (La Tercera; 11-3-2006). O el del destacado cientista político, Oscar Godoy, quien consultado en 2006 si observaba un desconcierto en la derecha por “la capacidad que tuvo la Concertación de apropiarse del modelo económico”, respondió: “Sí. Y creo que eso debería ser un motivo de gran alegría, porque es la satisfacción que le produce a un creyente cuando consigue la conversión del otro. Por eso tengo tantos amigos en la Concertación; en mi tiempo éramos antagonistas y verlos ahora pensar como liberales, comprometidos en un proyecto de desarrollo de una construcción económica liberal, a mí me satisface mucho” (La Nación; 16-4-2006).

Pero quizá el más elocuente de todos es el testimonio del segundo economista -después de Milton Friedman– más importante de la escuela de Chicago, Arnold Harberger: “Yo asistí en Cartagena a una reunión de la Asociación de Bancos de Colombia, y cuando llegué estaba hablando Ricardo Lagos, ex presidente de Chile. Y él estaba dando las lecciones de economía, de regulación bancaria, y no pude encontrar ni una frase que no hubiera sido pronunciada por un profesor de Chicago en mi tiempo ahí, pura economía, no más. Uno ve a los diferentes partidos políticos en Chile, sus plataformas económicas difieren en milímetros, en centímetros, no en kilómetros… yo creo que ha habido una gran evolución de la política económica en Chile durante el período del gobierno militar, y una vez que se formó el equipo de Patricio Aylwin con Alejandro Foxley y otros, ellos siguieron el mismo rumbo que los gobiernos anteriores, y eso ha seguido hasta hoy día que yo sepa” (El Mercurio; 19-12-2010).

Tampoco, al día de hoy, hay indicadores sólidos de una efectiva reversión del derechismo del liderazgo concertacionista. Michelle Bachelet, ¡incluso como candidata!, ha descartado el único camino idóneo para establecer una Constitución democrática en nuestro país en el contexto ya indicado de la inflexibilidad de la Constitución del 80: una Asamblea Constituyente. Y el conjunto de dicho liderazgo, luego de casi cuatro años de que todos los diarios y canales de televisión han sido controlados por la derecha económica, ¡no se ha quejado en lo más mínimo respecto de esa situación! Es claro, sus principales líderes son casi diariamente entrevistados por los medios del duopolio y por los diversos canales…

Por Felipe Portales

9 septiembre 2013

Publicado originalmente en El Clarín de Chile

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