El regionalismo abierto comienza a vivir su ocaso. O al menos debiera.
Desde hace casi veinte años que la política exterior de Chile se sostiene sobre la base del regionalismo abierto que podríamos definir como una orientación funcional a la aplicación del Consenso de Washington en nuestro país.
Esto porque concibe la política exterior como un conjunto de definiciones cuya premisa consiste en afirmar que nos encontramos ante un mundo incierto, cuya regla de inserción implica integrarse en aquellos lugares donde las relaciones comerciales lo permitan. Este regionalismo no tiene región, por eso es abierto. Esto se traduce en promover relaciones bilaterales basadas en la actual división internacional del trabajo, sus relaciones de intercambio y el lugar entonces, que el país ocupa en las relaciones económicas internacionales. Puesto de otro modo, el regionalismo abierto ha incentivado el proceso de desindustrialización, exportación de materias primas, proliferación de tratados de libre comercio, desagravación arancelaria, flexibilización de tipo de cambio, desprotección frente a capitales golondrinas, etc.
Estos elementos han beneficiado en primer lugar, a las grandes empresas transnacionales, muchas de ellas con capitales chilenos. La exportación de materias primas a China en particular, ha creado grandes fortunas en nuestro país. Por otra parte, hemos visto como empresas extranjeras han ido tomando cada vez mayores posiciones al interior del mercado del cobre en detrimento de la posición privilegiada de CODELCO. Asimismo, han sido beneficiadas las empresas de retail en su venta directa al público. Para la gran mayoría en cambio, solo existe un beneficio aparente y son las migajas que reparte el sistema consistente en consumir más. Pero en energía, somos más dependientes, el agua no nos pertenece, la calidad de los suelos empeora, los peces se acaban y son más caros, el aire se contamina cada vez más, las calles se llenan de vehículos de la mano de un mal sistema de transportes y autopistas concesionadas, etc.
El regionalismo abierto es entonces, parte de un diseño general de política y de modelo de desarrollo siendo funcional al neoliberalismo imperante.
Este énfasis y sus subsecuentes prioridades, han impactado en general en que tengamos una política exterior debilitada y que ha cercenado en alguna medida nuestra soberanía. Ejemplos elocuentes son nuestros procesos productivos que se deciden en otros lados y países. O por ejemplo, los derechos de agua que poseen empresas transnacionales. Por otro lado, ha coayudado a mermar nuestra relación con el resto de América Latina teniendo una conducta política distante y soberbia con cuyos países, no hemos estrechado lazos ni promovido políticas de integración. Nos desafiliamos del CAN, no somos miembros del MERCOSUR, ni del ALBA y priorizamos entendimientos con Estados Unidos, que de poco ha servido, con la Unión Europea que atraviesa una sostenida crisis y con otros países distantes.
Es hora de evaluar esta estrategia política de regionalismo abierto de cara a los hechos políticos que nos enfrentan con los vecinos. Tal vez no los habría evitado, pero tendríamos otra mirada sobre los problemas y los desafíos. Es hora de mirar la región y ponderar como ha avanzado y progresado de la mano de conceptos como solidaridad, integración y mutuo beneficio. No es perfecto y menos aun carente de conflictos, pero justificar la distancia que Chile mantiene por la falta de estabilidad, es improcedente y antojadizo.
Mirar con otros ojos, más humildes, más solidarios, buscando el beneficio mutuo y pensando en los chilenos y no en las grandes empresas, es decir, desde la soberanía popular y nacional, ese debe ser ele eje de la reorientación de la política exterior de Chile hacia el futuro.
Carlos Arrue