El título de esta columna es una conclusión que he llegado a lo largo de mi vida. O también un punto de inicio para el gran mundo de aceptar lo que uno es. Ciertamente estos temas de “aceptarse” o “cambiar” por más etéreos que sean al escucharlos, son temas que cada persona o un cercano escuchamos está pasando. Y no necesariamente usando el término directamente, sino afirmando que “está mal esto” o “hay que hacer algo por mejorarlo”.
Precisamente el mundo de lo que está en el presente versus lo que está por construirse o vivirse en el futuro, están en constante tensión y en muy pocos casos en un diálogo. ¿A qué me refiero con un mundo del presente y del futuro? Me refiero a que todo lo que NO tenemos en el presente tanto en el interior como en el exterior, se roba gran parte o casi toda nuestra atención e incluso esfuerzos. O por otro lado, se está tan en el presente con lo que se es y tiene, que el futuro es una niebla infinita de posibilidades que no nos quita la atención ni menos los esfuerzos por conquistarlo. En ambos casos caemos a extremos y como se ha escuchado casi como un cliché “todo extremo hace mal”.
El problema no es el presente ni tampoco el futuro como una fuente para cambiar el mismo presente, sino la relación que se tiene con el hoy y el eterno mañana.
«La grandeza del hombre está en ser un puente y no una meta: lo que en el hombre se puede amar es que es un tránsito y un ocaso.» (Nietzsche)
Si no acepto lo que soy en mi presente y si acepto lo que podría ser en el mañana, es como tener que subir cinco peldaños para llegar al segundo piso y que el primero no vale nada sino solo llegar al segundo piso. Cada peldaño es tan importante como el anterior y siguiente, y el que se esté en el presente es precisamente el que estamos descubriendo y lo más importante, viviendo.
Aceptarse no es lo mismo que conformarse. Hay una infinidad de libros que hablan del mismo tema, que claramente es una experiencia. Aceptarse se convierte en un desafío constante, porque conlleva nos guste o no considerar lo malo, sombrío, no agradable de cada uno.
Lo “malo”, “negativo”, “defectos” se traducen en un talón de Aquiles para mirar y sobre todo integrar. Si no tuviera todas esas “pifias” no sería lo que soy, haciendo que lo “positivo”, “bueno”, “virtudes” sean tan importantes como su polo opuesto.
Desear cambiar va relacionado a mejorar y en síntesis, ser una mejor persona. No significa que la persona que se era antes es “peor” sino sencillamente diferente. Y dicen por ahí que las personas no cambian, para lo cuál digo que no cambian pero si mejoran.
Cambiar va relacionado a ver lo que no nos gusta de nosotros. Y como no nos gusta, lo queremos cambiar y nos esforzamos por hacerlo y hasta lo logramos en ciertas ocasiones. Se realiza el cambio que se deseaba y continuamente se está en constante cambio o evolución.
Lo anterior olvida un punto fundamental: aceptarse.
Aceptarse no es cambiar lo que no nos gusta de nosotros, sino hacerlo parte de nosotros. Aceptarse no es un juicio sobre lo que somos, sino una actitud para dejarse ser. La libertad de ser uno mismo, sin miedos, trancas, conlleva necesariamente una aceptación de lo que soy. Es como verse al espejo desnudo y ver lo que no te gusta de tu cuerpo. En ese momento, tomas la decisión de bajar de peso, operarte, cambiarlo o la otra, y más difícil, aceptar ese rollo demás, esa parte de nuestro cuerpo que no nos gusta. En el primer caso se quiere eliminar esa realidad de nuestro cuerpo y en la segunda, se la acepta como parte de nosotros. Ya se sabe qué hacer para bajar de peso (dietas, ejercicios, etc.) y ¿Se sabe qué hacer para aceptarse?
No estoy diciendo que sea más importante aceptarse que cambiar, sino que ambos son igualmente importantes, solo que el aceptarse nadie nos enseña a lograrlo.
Sucede que cuando se empieza a vivir la aceptación, conlleva un cambio como efecto. Y no el cambio de A para ser B, sino que A se lo mira sin juicios. Vivirse sin juicios, conlleva libertad al igual que el cambio, haciendo que la aceptación también sea evolución.
Aceptarse es más difícil que cambiar, porque el cambio lo asumimos como positivo, necesario y urgente. Es más difícil, porque no conocemos la aceptación y mucho menos la hemos vivido. Es más difícil porque la aceptación conlleva verse tal como es, y hacerlo es muchas veces duro y sin embargo, real.
Es decisión de cada persona si obsesionarse con cambiar o empezar a vivir un poco la aceptación. No son excluyentes y como dije anteriormente, llegan al mismo punto: evolución y ser una mejor persona. Hay miles de libros de autoayuda que apuntan a cómo lograrlo, en mi caso en esta breve columna, invito a la decisión de vivirlo a la manera que cada uno crea necesaria y sobre todo, sabiendo pedir ayuda y recibiéndola si es necesario.
«El hombre que vuelve a atravesar la puerta del muro nunca será ya igual al hombre que salió por ella. Será más sabio, pero menos jactancioso; más feliz, pero menos complacido de sí mismo. Más humilde en reconocer su ignorancia, y sin embargo estará mejor equipado para comprender las relaciones entre las palabras y las cosas, entre la razón y el Misterio insondable que trata para siempre en vano de abarcar» (Aldoux Huxley).
Benjamín Podlech