América Latina: Viejas cicatrices

La política chilena de gran parte del siglo XX se desarrolló en una atmósfera mundial llamada Guerra Fría, un universo bipolar que condicionó el paisaje interno

Por Wari

10/07/2013

Publicado en

Columnas

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La política chilena de gran parte del siglo XX se desarrolló en una atmósfera mundial llamada Guerra Fría, un universo bipolar que condicionó el paisaje interno. Los Estados Unidos miraban a América Latina como un escenario más de su pugna contra la Unión Soviética. De esta manera, cualquier gobierno con genuinas aspiraciones democráticas era visto desde Washington con sospecha y animadversión, este fue el caso de muchos gobiernos de la región derrocados por golpes militares en Uruguay, Brasil, Guatemala o Chile.

En nuestro país, el ascenso de la Unidad Popular marcó el punto de inflexión en que la paranoia norteamericana pasó al momento conspirativo, aterrorizados por la experiencia cubana a fines de los cincuenta. Al igual que en las elecciones italianas de 1948, la CIA apoyó la solución social-cristiana en 1964 con éxito, pero no pudo detener el triunfo de Allende en 1970. En una alianza de facto con los sectores oligárquicos del país se desestabilizó al nuevo gobierno antes y durante su mandato de tres años, lo que culminó con el golpe de estado de Augusto Pinochet.

La solución Pinochet, alentada y financiada por el gobierno de Nixon, instituyó en Chile una dictadura “cívico militar” en que la derecha y las fuerzas armadas reorientaron de modo cruento el país hacia un esquema económico neoliberal y una democracia pos autoritaria. Hagamos notar que el fin de la dictadura y la llamada transición a la democracia a partir de la década del noventa siguió enmarcada en la lógica de la Guerra Fría, aun cuando la caída del Muro de Berlín señaló el fin de los socialismos reales.

En la actualidad, nuestro país se halla sumido en una paradoja política. Los sectores conservadores insisten en comportarse como si la Guerra Fría todavía existiese en el mundo, utilizando –interesadamente- los mismos argumentos y estrategias frente a los reclamos democráticos de la población. Los sectores más democráticos que fueron capaces de poner fin a la dictadura de Pinochet no tuvieron la misma capacidad para transformar el modelo heredado, abocándose más bien a su administración.

Más allá de todas las limitaciones y contradicciones, lo cierto es que el proceso democratizador en Chile comenzó el mismo año del golpe de Estado, como lucha contra la dictadura y demanda de justicia por los caídos durante los ochenta, luego como recomposición democrática durante los noventa y en la actualidad como demanda de los movimientos sociales por transformaciones más profundas ante un orden injusto. Abolida la pugna mundial entre el mundo capitalista y el socialismo real, América Latina muestra hoy sus viejas cicatrices sociales y políticas: la injusticia, la violencia y la desigualdad, el déficit democrático y la tremenda exclusión de las mayorías. La verdadera fuerza de cambio en nuestro continente, no podría ser otra que dar un contenido de justicia social a la democracia. Tal es tarea del presente, encontrar los caminos inéditos hacia nuevos horizontes históricos y políticos.

Por Álvaro Cuadra

Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados Elap/ Universidad Arcis

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