Brasil: A Chaucha Mais Grande

El gigante ha despertado

Por Mauricio Becerra

22/06/2013

Publicado en

Columnas

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El gigante ha despertado. Está viviendo su «revolución de la chaucha,» como se denominó la que experimentó Chile en 1949, a raíz del alza de la locomoción. «Nao eis por un centavo,» se leía en un graffiti en la multitudinaria marcha del 20 de junio del 2013. Hasta los «mais felices do mundo» han perdido la paciencia. Han asaltado el congreso y depredado tres ministerios y el banco central, incendiado buses y destrozado de un cuanto hay, en una jornada en que la mayoría celebraba alegremente le reculada en el alza de pasajes. Significativamente, el PT y otros partidos de izquierda que habían llamado a manifestarse ese día, tuvieron que arriar sus banderas ante el rechazo generalizado de la multitud. También en este país, la política rompe los estrechos marcos de la manida «medida de lo posible» y se transforma en el arte supremo y delicado, de conducir a millones de personas movilizadas hacia la satisfacción de sus justas demandas. El impacto en Chile es inmediato. Va ocurrir lo mismo en cualquier momento y el único camino por el cual cursar allí en forma pacífica, es cambiar la constitución. Y eso no se puede lograr mediante una institucionalidad en crisis, que ha sido diseñada precisamente para impedirlo. La candidata que representa a la mayoría debe tomar nota y actuar en consecuencia.

«Fim da letargia» titula un notable articulo editorial de Folha de Sao del 20 de junio, que recuerda como Brasil estuvo a la cabeza de las luchas politicas y sociales, cuando frenó el neoliberalismo, terminó con la dictadura y convocó una asamblea constituyente en los años 1980, convirtiendo la «década perdida» en su exacto inverso para los movimientos políticos y sociales. Sin embargo -aprovechando el inevitable receso subsecuente en la movilización política masiva, se puede agregar-, la década siguiente fue avasalladora según Folha: neoliberalismo, reestructuración productiva, financiarización, desregulación, privatización y deforestación. En ese marco, la victoria de Lula el 2002 acabó por convertirse en una derrota. Oscilando entre la continuidad con su antecesor Cardoso y cambios positivos pero ninguno con substancia, su primer mandato terminó de modo desolador, forzando cambios de ruta, siempre con mucha moderación y ninguna confrontación: bolsa familia y altísimas ganancias bancarias, aumento del salario mínimo y enriquecimiento sin tope, nada de reforma agraria y generosos subsidios al agro negocio. Terminó su período en alza, con la oposición desorganizada, frente a este dirigente obrero con una densidad política sólidamente construida en los años 1980, heredada por su sucesora, que ha logrado remontar la carencia de densidad social que a Lula le sobraba. Con paciencia, espíritu crítico y mucha persistencia, los movimientos populares habrían de superar este difícil ciclo. Subyaciendo el crecimiento económico y el mito falaz de la «nueva clase media,» hay una realidad profundamente crítica en todas las esferas de la vida de los asalariados. La salud pública vilipendiada, la educación pública depauperada, la vida absurda de las ciudades, atochadas de automóviles por los incentivos anti ecológicos. La violencia que no para de crecer y  transportes públicos relativamente los más caros (y precarios) del mundo. Una Copa Mundial «blanqueada,» sin negros y pobres en los estadios, que enriquece a las constructoras. Los asalariados que se endeudan para consumir y ven evaporarse sus sueldos. Una fosa colosal entre las representaciones políticas y el clamor de la calle. La brutalidad de la violencia de la policía militar. Todo eso ayuda a comprender porque el movimiento del pase libre tuvo tanta acogida. Cualquiera sea su curso, el país no será el mismo. Estamos comenzando, concluye Folha de Sao Paulo.

De te fábula narratur. Todo lo anterior se puede aplicar a Chile, sólo que muchísimo peor. La dictadura  a que puso término la grandiosa lucha del pueblo chileno en los años 1980 no era desarrollista como la brasileña, sino neoliberal en extremo. Pinochet se mantuvo en el poder fáctico hasta que fue detenido en Londres. Junto a sus secuaces criminales, fueron llevados a la justicia solo porque el movimiento de DDHH con el apoyo de la gente y los jueces, logró superar todos los intentos del sistema político por garantizar su impunidad.

A sus seguidores civiles no se los ha tocado ni con el pétalo de una rosa, mantienen en su poder los recursos naturales y las empresas del Estado que se apropiaron, tienen el monopolio de los medios y se han enriquecido más que nunca, deformando la estructura productiva en consonancia con sus intereses de grandes rentistas, y abusan cotidianamente del pueblo en todos los ámbitos de su vida.

La constitución de Pinochet sigue en pie y les garantiza a sus partidos, que son apenas un tercio, derecho a veto sobre todos los asuntos de importancia, empezando con las modificaciones de la propia constitución, que fue diseñada precisamente para ello.

Todo esto ha sido posible también en Chile, por el prolongado letargo en la actividad política del pueblo, agotado tras su heroica Intifada de los años 1980, de la cual se aprovecharon con oportunismo quienes poco hicieron entonces, pero que corrieron a dividir el movimiento antidictatorial y pactar condiciones inaceptables, a cambio de mantenerse veinte años en el poder.

Sin embargo, todo ello ha empezado a cambiar desde mediados de la década pasada. Lentamente, primero con los pingüinos y los contratistas y hasta alcanzar considerable altura en las históricas movilizaciones estudiantiles del 2011, el pueblo chileno ha empezado a despertar de su prolongado letargo. Pero está recién empezando. Un reventón gigantesco se ha tornado inevitable. Puede producirse en cualquier momento y será bien feo. La vida cotidiana de los asalariados es insoportable. Cualquiera puede comprobarlo sufriendo el martirio de un viaje en Transantiago en las horas de punta. Cuando reviente, se van a tener que comer sus palabras quienes afirmaron que las cacerolas sonaban más fuerte el 2011 en la Plaza Ñuñoa que en las poblaciones, puesto que ellos habían arreglado al pueblo pero se les había quedado atrás la clase media. Al igual que ocurre en Brasil,  la clase media siempre inicia las grandes movilizaciones, mientras el pueblo, que tiene siempre los mayores motivos para protestar, se mantiene a la expectativa. Sabe que los palos le caen encima en primer lugar. Pero cuando entra a la pelea lo hace en serio y no siempre es muy pulcro en sus manifestaciones.

La clave para dar curso al descontento imparable del pueblo es cambiar la constitución. Ningún cambio se puede realizar con el actual veto de la derecha. Por lo mismo, es mejor empezar cambiando la constitución misma, que tampoco se puede, pero hay que lograrlo para abrir paso a todo lo demás.

Eso es lo único que tiene que comprometer el próximo gobierno. Y tiene que hacerlo. Si o si. Resultan gravísimas las declaraciones de la candidata Bachelet, en cuanto a poner énfasis en que los cambios constitucionales que promete los hará por «la vía institucional.» Inmediatamente después que aparecieron en la prensa los cantos de sirena del principal estratega político de la transición, afirmando que se puede reformar la actual constitución mediante la «política de los acuerdos.» Eso es cretinismo parlamentario puro.

El énfasis tiene que estar en que una nueva constitución es indispensable y que la vamos a cambiar. Ya se verá como lo logramos. Esa no es la discusión importante hoy. Métodos hay muchos y como escribió el rector Peña en su columna de El Mercurio al adherir a la demanda por una nueva constitución, cuando la institucionalidad es tramposa, los métodos para sortearla no siempre resultan pulcros. En Ecuador, por ejemplo, el presidente concurrió a las elecciones solo, sin lista parlamentaria, puesto que no servían para nada. Al obtener una gigantesca mayoría y quedar el parlamento des legitimado, se abrió paso a un plebiscito para llamar a una asamblea constituyente. En Colombia lo lograron mediante la cuarta urna, en que millones expresaron su voluntad de nueva constitución durante una elección nacional.

Es muy buena idea la propuesta de marcar los votos de la próxima elección con las letras AC -además de indicar claramente la preferencia por los candidatos opositores-  pidiendo Asamblea Constituyente, lo que no anula el voto y fuerza al servicio electoral a contar los así marcados. Todos los candidatos opositores deberían exhibir en su propaganda el «sello de calidad AC». Ello puede movilizar una gran participación electoral, incluso en aquellos que no quieren nada con el sistema político, que son la abrumadora mayoría, especialmente entre la juventud.

Es indispensable que la candidata se exprese al respecto con absoluta decisión y que como futura Presidenta se ponga firme al respecto. Ella debe comprometerse a que esta vez no llega a administrar una institucionalidad viciada, que protege un modelo distorsionado e injusto. Esa es la clave. Si hay decisión, se puede.

Ojalá «A Revolta da Catraca (tornamesa de acceso al metro y buses),» como han bautizado el estallido «mais grande do mundo,» sea suficiente para que el sistema político chileno reaccione con la responsabilidad que la situación amerita. Nos ahorraría muchos buses destrozados, los que además necesitamos para reconstruir a marcha forzada un sistema de transportes estatal eficiente, que en no más de un año resuelva al menos esta terrible penuria cotidiana de los chilenos y chilenas

Manuel Riesco

Economista Cenda

Sao Paulo, 21 de junio, 2013

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