Chile, más solo que un dedo

Estos encumbrados, que se creen ahora los suizos de Latinoamérica, miran por encima del hombro a los gobiernos latinoamericanos, a Evo, a Correa, a Venezuela, a la Cristina y hasta a Brasil

Por Wari

01/11/2013

Publicado en

Columnas

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PIZARRO LCHEstos encumbrados, que se creen ahora los suizos de Latinoamérica, miran por encima del hombro a los gobiernos latinoamericanos, a Evo, a Correa, a Venezuela, a la Cristina y hasta a Brasil. ¡Meh! ¿Aónde la viste?

El gobierno del Presidente Allende se proponía profundizar la integración regional, entusiasmado con los primeros pasos de la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (Alalc) y el Grupo Andino. Esas iniciativas construidas en los años sesenta, bajo inspiración intelectual de la Cepal y de Raúl Prebisch, concebían la unidad regional como un componente insoslayable del desarrollo de nuestros países.

Los tiempos han cambiado. Hoy constatamos que Chile se ha colocado al margen de América Latina. La Concertación redujo la política exterior a tratados de libre comercio, privilegiando los negocios de las empresas globalizadas antes que los intereses nacionales. La diversificación productiva y la independencia económica nacional son conceptos extraños para el establishment. Chile se ha comprometido con los países del norte industrializado y se obnubiló con el emergente mundo asiático, colocando en un lugar subalterno la integración económica regional. En vez de cooperar con sus vecinos, o al menos respetar sus realidades económicas y políticas, se alejó de ellos y además los cuestiona. La Concertación primero y Piñera después han aislado a nuestro país de sus vecinos.

Empresarios, economistas y políticos chilenos sufren de bipolaridad con Argentina. Disfrutan de las callecitas de Buenos Aires, pero desprecian al peronismo y aborrecen de su política económica. Aceptaron a Menem solo porque sus posturas neoliberales, desmarcadas del peronismo histórico, coincidían con las chilenas. Cuando Lagos era Presidente, trascendió públicamente que el canciller Ignacio Walker asociaba peronismo con fascismo, lo que obligó a disculpas poco convincentes. El Presidente Piñera instaló al pinochetista Miguel Otero como embajador en Buenos Aires, ofendiendo gravemente al gobierno de Kirchner y a las Madres de la Plaza de Mayo. Luego de sus declaraciones de amor a favor del dictador se vio obligado a un vergonzante retorno a Santiago. Actualmente, los medios de comunicación chilenos reproducen abundantemente los ataques del periodista Lanata y del diario Clarín de Buenos Aires contra Cristina Kirchner, haciéndose parte de la estrategia de desestabilización en que ambos están comprometidos.

La falta de objetividad informativa de los medios chilenos respecto del kirchnerismo oculta que Argentina ha tenido el más alto crecimiento de América Latina durante sus diez años de gobierno. También cuestionan la política económica de su gobierno en favor de la industrialización, no valoran el sustantivo mejoramiento en la distribución del ingreso y su defensa radical de los derechos humanos. Califican negativamente la independencia económica de la banca y del FMI y muestran corruptelas discutibles sin ver la viga en el ojo propio. La ideologización de la prensa, que además sin mediaciones recogen los políticos chilenos, no solo hace perder credibilidad al establishment local sino pone en cuestión las relaciones vecinales.

Durante el gobierno de Bachelet, las relaciones con Bolivia se llenaron de palabras de buena voluntad en el tema de la mediterraneidad del vecino. Evo tuvo paciencia con la ex Presidenta, en la creencia que encontraría en ella una real voluntad integracionista. El asunto quedó en fojas cero. Luego, sin ninguna empatía con Piñera, se cansó de dilaciones y retórica, optando por llevar a La Haya su demanda por una salida al Pacífico. Los dimes y diretes han crecido entre ambos gobernantes y las tensiones vecinales aumentan, mientras el resto de los países de la región observa con desconfianza el comportamiento de Chile. Aunque los tratados dan la razón a nuestro país es inocultable que la simpatía está del lado boliviano.

Las relaciones con Perú han sido tradicionalmente malas. Se deterioraron aún más con el gobierno de Alan García, quien llevó adelante la demanda en La Haya por los límites en el mar territorial. La pasiva diplomacia chilena falló nuevamente, facilitada por la inexistencia de una política de desarrollo efectivo para el extremo norte de Chile, culpable de la creciente pobreza de Arica, la disminución de su población y la desesperanza de los ariqueños. Ello contrasta con el potente progreso y poblamiento de las zonas limítrofes del Perú, en especial de la ciudad de Tacna.

Por otra parte, cuando Ollanta Humala postula a la presidencia la clase política, sus economistas y empresarios utilizaron las mismas descalificaciones con las que se refieren a Chávez, Evo, Kirchner y Correa. Públicamente aplaudieron a la hija de Fujimori y cuestionaron a Humala. El triunfo de éste desató un infundado nerviosismo. Se equivocaron ya que el actual Presidente peruano ha sido fiel al neoliberalismo y a las transnacionales.

Con Brasil tampoco nos ha ido bien. Cuando a fines del 2000 estábamos en plenas negociaciones para incorporarnos al Mercosur, Lagos prefirió el TLC con los Estados Unidos. La oferta de Clinton fue irresistible para el Presidente socialista que quería mostrar buena conducta ante el imperio. Con falta de delicadeza, o quizás con vergüenza, no se informó a Brasil ni al resto de los países del Mercosur sobre el nuevo camino que adoptaba nuestro país. La molestia brasileña fue tan evidente que tardó varios años para que se aminorara. No se trata que los países tengan las mismas políticas económicas ni posturas similares frente a los Estados Unidos, pero la amistad vecinal exige respeto y lealtad.

Finalmente, da vergüenza referirse a Venezuela, pero es ineludible para entender los errores de la diplomacia. El gobierno de Lagos al apoyar al empresario Carmona en su intento golpista contra el Presidente Chávez afectó gravemente las relaciones con ese país.

Para nadie resulta un misterio que el fracaso del neoliberalismo y la corruptela de la clase política tradicional generaron la emergencia de un nuevo liderazgo en la región. Masivas protestas ciudadanas, las mismas que hoy día claman por cambios en Chile, dieron origen a los gobiernos nacional-populares en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina. También la conquista del poder político de una centro-izquierda menos radical en Brasil, Uruguay y Paraguay revela un desencanto con las políticas económicas y sociales ortodoxas.

La emergencia de Unasur, Celac, el Banco del Sur, el Alba, así como el fracaso del Alca y el distanciamiento de la política norteamericana de los gobiernos de Chávez, Correa, Morales y los Kirchner revelan una marcada diferencia entre Chile y la mayor parte de los países de la región. Mientras ello sucede Chile desbordó entusiasmo a favor de la suscripción de un TLC con los Estados Unidos y actualmente persevera con la Alianza del Pacífico y el TPP (Tratado Transpacífico), iniciativas que se apartan de los proyectos regionales y que promueven los intereses norteamericanos y de los negocios transnacionales.

Así las cosas, la política internacional de Chile y su estrategia económica marchan contra el signo de los tiempos, a contrario sensu del resto de los países de la región. Pero además la clase política y el mundo empresarial cometen el grave error de descalificar, de censurar al nuevo liderazgo regional y sus iniciativas.

No hay que olvidar que la política internacional es una proyección de la política nacional. Cuando Chile se ha convertido en un nicho de negocios, la política internacional busca favorecer los intereses de los dueños del capital. Ello explica el desapego de nuestro país por cada una de las iniciativas a favor de la integración en la región y su entusiasmo, en cambio, por acuerdos, tratados y compromisos que benefician a los grandes empresarios globalizados. Sólo un cambio radical en la estrategia de desarrollo permitirá priorizar los intereses nacionales por sobre el gran capital, colocando los acuerdos económicos regionales en el centro del accionar político-diplomático y valorando la paz y la política vecinal por sobre los entendimientos con el mundo desarrollado.

Por Roberto Pizarro

El Ciudadano Nº146 / Clarín Nº6.923

Septiembre 2013

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