Cirilo Vila Castro (1937-2015)

El 8 de octubre de este igualmente incierto 2016, el extraordinario músico chileno, Premio Nacional de Música y maestro de generaciones, Cirilo Vila Castro, habría cumplido 79 años

Por Wari

14/10/2016

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Columnas

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vila2El 8 de octubre de este igualmente incierto 2016, el extraordinario músico chileno, Premio Nacional de Música y maestro de generaciones, Cirilo Vila Castro, habría cumplido 79 años. Siempre fue igual de lúcido, amable, modesto, “colgado de una corchea” (como dice la prima Nana, una de sus hermanas del segundo matrimonio de su padre), abierto a todo el suceder del mundo, con una cultura impresionante y una capacidad de relación, de implicación, proyección y conexión que nos enseñó a muchos de nosotros con el mismo placer con el que comentaba un libro, una película o una obra de teatro y precisamente por eso.

Tuve la suerte de ser su primo, pero también, cuando peligrosamente me empinaba en mis seis años sin ser bautizado, aceptó ser mi padrino, ya que nuestra abuela Estenia, dama piadosa que en su habitación tenía un corazón de Jesús y mucho incienso de mirra, puso literalmente el grito en el cielo ante la posibilidad de que me quedara moro para el resto de mi vida. Recuerdo que en esa ocasión el primo Cirilo (al que mi padre y otros le decían, no sé por qué, Perucho) me regaló un libro sobre las aventuras de Búfalo Bill, y cuya dedicatoria terminaba con un hereje “en nombre del Zorro, del Llanero Solitario y de Búfalo Bill”.

Razón por la cual nunca he olvidado cuando en 1962 partió a París con una beca, donde estudió con Max Deutsch y con Olivier Messiaen, ni tampoco que ese mismo año vivió en Roma donde estudió dirección de orquesta con Bruno Maderna, entre otros, ya que, como suele pasar en esos casos ―supongo que en todas las familias latinoamericanas― se recordaba a Cirilo no sólo con afecto sino que con una mítica aureola del familiar superdotado estudiando en el viejo continente. Sus cartas, a cualquiera de nosotros, se leían en familia con devoción casi religiosa. Por eso, cuando íbamos a casa de la abuela Estenia a tomar unas onces legendarias con té remojado y con leche (leche-de-verdad, que llevaba el lechero) y con unos maravillosos alfajores de chancaca, era un honor el rito que seguía a continuación: tocar el piano de cola de Cirilo, lo que a veces hacíamos a cuatro manos con el tío Bernardino (a quien le decíamos el tío Toño), quien era su padre. Este tío segundo el mayor (trotskista en su juventud y siempre) era ingeniero y físico matemático, de manera que esa casa, construida por él, tal vez no con una estética admirable (pienso, por eso, en la casa que le hizo maese Wittgenstein a su hermana, en Viena), donde vivieron la abuela Estenia con sus dos nietos Eyleen y Cirilo, y su primera esposa, la tía Isidora, era indestructible. Lo que ya es una proeza en nuestro largo y terremoteado país de desastres, no sólo en el hecho de construir una casa para su madre, sus hijos y su ex esposa (igualmente pía), sino que en volcar en esa sólida construcción algo difícil de lograr, como es armarla con toda la atmósfera necesaria para el desarrollo libertario de la fiesta que son las artes y sus cultores. Esa casa, inolvidable, siempre estuvo llena de artistas, tanto pintores y actores como poetas, músicos, escritores, científicos algo locos (disculpen la redundancia), o sencillamente amigos.

Cuando el primo Cirilo partió a París, lo último que escuchó mientras el taxi lo esperaba para llevarlo a su destino de viajante fue “Jesús, alegría de los hombres”, de papá Bach. Y según contaba la prima Eyleen, tanto la abuela Estenia como la tía Isidora, el tío Toño, la extraordinaria cocinera de la casa de cuyo nombre no quiero ―o no puedo― acordarme y ella, trataban que el primo Cirilo saliera de su ensimismamiento con esa música extraordinaria y no llegara atrasado al cumplimiento de su deber de becado.

Hay ciertas cosas que nos marcan para siempre en ese tipo de transes: un acontecimiento menor, una frase entrevista al azar, un gesto inexplicable, la escucha de alguna de las músicas que amamos, el recuerdo de lugares de la infancia o de la adolescencia. Y eso, de algún modo, nos determina para el despliegue posterior de lo que somos. No me cabe duda que ese episodio bachiano y taxisteril, es de suma importancia para comprender quién fue Cirilo Vila Castro, porque ese momento es fundacional en el resto de su vida. Todavía recuerdo, por eso, algo que contaba mi madre. Una vez vieron a Cirilo ―un niño de unos ocho o nueve años en ese entonces―, sentado bajo el parrón de la casa, muy concentrado en un libro o una especie de cuadernillo entre las manos. Cuando vieron que se trataba de una partitura le preguntaron, intrigados, qué hacía, y respondió, “estoy estudiando”. Creo que así se forja un destino, tal como el destino de “El Pibe” de Chaplin. Siempre fue un músico, el tipo que el resto de su vida estará “colgado de una corchea”, qué duda cabe. El personaje de la película “La Leyenda de 1900” (y de la novela de Baricco, antes que todo), que de pronto descubre el resto del barco donde nació y se crió, se instala, infante de ocho años, frente al piano y toca, nadie sabe de dónde ni cómo, algo que deja sin aliento a pasajeros, tripulación y capitán. Después, ya sabemos, su vida es la música, el piano es su vida, su manera de ver el mundo es lo que expresa a través de ese instrumento limitado (88 teclas) pero infinito (en la posibilidad combinatoria y expresiva de los sonidos que aquel tiene); nunca bajará del barco en que nació, creció y se expresó, porque el piano le da toda la realidad de las ciudades y del resto del mundo en tierra. ¿Paradoja? Sí, claro. ¿Y de qué estamos hechos cuando tratamos de dar con “la realidad”, con el mundo, con lo que somos, dejando que los sentidos sean lo que son? Expresión, más que impresión. La vida sería un error si no existiera la música, decía maese Nietzsche.

Cuando el primo Cirilo regresó a Chile, en 1970, se incorporó totalmente a la experiencia de la Unidad Popular. Simpatizó siempre con los comunistas, aunque críticamente. No hay que olvidar que vivió intensamente la experiencia de mayo 68 en París, junto a varios otros chilenos entre los que estaba la pintora Irene Domínguez cuya pareja era Angsar Elde, uno de los principales teóricos del Movimiento Situacionista (de algún modo responsables de la rebelión juvenil y obrera de ese mayo extraordinario), y entre cuyos grandes pensadores estaba Guy Débord, por ejemplo, y muchos anarquistas españoles y franceses que querían desanquilosar a la revolución, o el recordado Diego Ortiz de Zárate (sí, nieto del pintor Julio Ortiz de Zárate y de Teresa Burchard), entre otros. El primo Cirilo, que podríamos decir que era un comunista crítico, nunca olvidó esa experiencia revolucionaria. De manera que en el Chile de la Unidad Popular, leal al programa y a las proyecciones que aquella tenía, era junto a varios más un promotor de la autonomía y la libertad. Compuso varias obras para exaltar la época que se vivía y por eso fue maestro de los Quilapayún, de los Intillimani, de varios músicos comprometidos con ese tiempo y alguna vez se vistió de overol, como Director, con toda la Orquesta de la Universidad Técnica del Estado para tocar toda la música que valía la pena tocar, sin discriminaciones.

El golpe de Estado de 1973 no lo hizo cejar en sus empeños de maestro, de pianista, de compositor, más bien todo lo contrario. Creo que se dio cuenta de que, de algún modo,  hacer lo que más sabía hacer, era un modo de resistencia a la dictadura, al crimen y a la estupidez. Eso, por supuesto, le trajo problemas. Y aquí se puede hablar de esa tarde en que escuchaba a papá Bach antes de partir a Europa. Cuando se le ofreció irse de Chile hacia Francia, siempre dijo que lo iba a pensar: esta vez no era un taxi ni la maravilla de Bach antes de tomar consciencia de su partida, pero en el fondo era lo mismo. Había otras cosas que hacían prolongar el momento de la ida. Una actitud frente a la vida que tiene que ver con la contemplación reflexiva del acontecer, sin por eso no estar comprometido hasta el fondo con la vida y este mundo que nos toca vivir. Nunca volvió a irse. Siguió en este país alentando a los demás, a través de su trabajo de músico y de maestro no sólo de música. El cariño que todavía le tienen sus discípulos (entre los que me cuento), la admiración de varios de sus pares de distintas disciplinas, es la prueba que Cirilo no sólo fue un profesor de música, sino que un maestro total. Siempre era impresionante ver cómo de pronto hablaba sobre cosas diversas, cómo relacionaba todo aquello con lo implicado, cómo casi imperceptiblemente nos situaba en el curso mismo de las cosas.

cirilo3Sí. Soy su primo, él fue mi primo. No es por eso que escribo todo esto, o tal vez sí. Vaya uno a saber. Aunque el orden de las familias no le fue favorable, podríamos decir que, a pesar de que estuvo, en sus últimos años, secuestrado por ese orden, su legado, sus obras y su calidad humana e intelectual persisten en el tiempo. Falleció el año pasado, el 23 de julio de 2015, justo el día de mi cumpleaños número 60. De algún modo esa fecha junto con el hecho de que haya sido además mi padrino, creo que explica muchas cosas de mi afecto y admiración por él, un grande, un maestro total. Alguien que estuvo siempre alerta y tratando de transmitir aquello a los demás.

Por Cristián Vila Riquelme

La Serena, octubre 2016

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