Pulso Sindical Nº 291

Cuando se retiraban los torturadores

Del 1 al 11 de septiembre de 2015.

Por Wari

13/09/2015

Publicado en

Columnas

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Manuel AhumadaCuando a finales de septiembre de 1973 estábamos en el campo de prisioneros de Cerro Chena y por única vez pudimos vernos las caras y conversar, había una sola y gran preocupación en “los viejos” que eran entonces mis compañeros de cautiverio.

“A nosotros nos van a matar” dijo Manuel González “y debemos hacer un compromiso”. “El que salga de esta, deberá escribir lo vivido y hacerse cargo de las banderas. La lucha por los derechos de los trabajadores no termina aquí”.

Nos miramos todos, no era necesario decir nada más.

Apretamos con fuerza nuestras manos y varios lloramos, porque se percibía en los gestos de los carceleros y en las miradas del séquito que acompañaba a quien se identificó como director de la Escuela de Infantería, que lo que se venía sería durísimo. No sabíamos que para algunos sería la última vez que podíamos conversar sin el temor de ser golpeados si nos oían.

En la noche de ese 29 de septiembre de 1973 nos despertaron los gritos y los golpes en las puertas de las salas de la escuelita de Chena. Nos subieron a los camiones militares a golpes de culatazos, uno encima de otro como lo hacían los nazis con sus prisioneros, y nos llevaron a la casa de techo rojo.

No volvimos a quitarnos las vendas más que de reojo, cuando se iban los torturadores y se instalaba la guardia nocturna, y solo intercambiábamos algunas palabras entre los más conocidos.

Así pude escuchar a Ramón Vivanco, al conejito González, al guatón Monsalves, el negrito Morales, el chueco Oyarzún, al rucio Castro. Todos me tomaban cariñosamente del cabello, hablaban de sus hijos y me exigían el compromiso de que viviría cuando saliera de ahí.

Eran grandes amigos de mi padre. Me adoptaron como un  hijo más.

El 2 de octubre se instaló la muerte en el Chena.

Durante la mañana de ese día sacaron a los campesinos de Paine, cuyos cuerpos aparecieron tiempo después en la cuesta Chada. Entre ellos iba mi gran amigo el Colmillo.

Esa tarde cambié mi chaleco con el flaco Viera, empapado después del interrogatorio. En la noche conversé muy bajito con Solar Miranda, quien se lamentaba porque no volvería a ver a sus hijos.

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Sentí la respiración agitada de Dote y Bracea y pude oír los quejidos de muchos prisioneros, que se superponían al sonido interminable del viento y al paso de la electricidad por los cables de alta tensión.

Puedo decir con cierto orgullo que el compromiso de compañeros de cautiverio de ese septiembre de 1973 se hizo realidad.

Se escribió la historia con imprecisiones y carencias -y cómo ser precisos y justos si la muerte rondaba- y a casi 42 años desde entonces, podemos decir que flamean al viento las banderas de la clase obrera, algo rotas, es cierto, pero jamás rendidas.

Estos hombres llenos de vida no dudaron en dejarla ahí por sus convicciones.

No habían cometido delito alguno, pero fueron la sangre que la bestia demandaba para saciar su sed y someter por el miedo y el horror, no tan solo a San Bernardo sino a todo un país que se resistía y se resiste al poder omnímodo del capital.

Fueron asesinados porque defendieron los principios del gobierno popular, porque se negaron a reconocer las burdas acusaciones que se les hacían, porque había que dar un escarmiento a los que pese a todo se enfrentarían a la dictadura y su máquina de muerte.

Ellos no están hoy para desautorizar a quienes bajo un logo de  la “Nueva Mayoría” y algunas agrupaciones de víctimas de Chena (Porque más de una agrupación me preguntó si fueron asesinados en un solo sitio y por la misma mano uniformada) convocan a una manifestación, mientras al mismo tiempo otro grupo reclama por no haber sido considerados como corresponde.

42 años se cumplen desde ese aciago día y aún no hay capacidad ni disposición para relegar a un lugar secundario los protagonismos y sectarismos que envenenan el alma.

No, dirán todos, si somos unitarios, si nunca hemos excluido a nadie, si los que no están es porque se restan solos.

Y aún hoy sigue habiendo más de un acto de homenaje e incluso ahora -y hay que reconocer que también antes con otro nombre– convoca a la actividad la Nueva Mayoría. Mismos que deben una explicación al pueblo, a cara descubierta, por tanto acto de corrupción, de abandono a las promesas de campaña, de mediatización de la problemática de los derechos humanos.

{destacado-2}

Lo que es claro es que mis compañeros del Chena, de la Maestranza, los campesinos de Chada -todas las víctimas de la dictadura- y no nos olvidemos  de LAS VICTIMAS DE LA DEMOCRACIA –Rodrigo Cisternas, Alex Lemus, Juan Pablo Jiménez, Matias Catrileo, Nelson Quichillao, entre muchos otros- no fueron solo militantes partidarios, si es que todos militaron, sino y por sobre todo eran militantes de la vida, de la lucha por la dignidad, por un país más justo donde se respeten los derechos de todas y todos.

Ojalá no sea tarde para enmendar el rumbo y reconocerlos en su rol de luchadores por la causa del pueblo.

Unidad por sobre todas las cosas es lo que se reclamaba cuando el golpe se veía venir. Unidad es lo que se requiere para que la justicia se imponga sin ninguna limitante y nuestros héroes puedan por fin descansar en paz.

Debiéramos haber escrito sobre Caval y sobre la hija de Lavin. Demandar de una vez que se sepa toda la verdad en los negociados con Penta, SQM y otros, pero no podemos, y jamás lo haremos, dejar pasar esta fecha de dolor y amargura.

Por eso saludar en todo lo que vale la iniciativa del CIUS que realiza al cierre de este Pulso una vigilia en el frontis del Ministerio del Trabajo, en rechazo a las reformas laborales y en memoria de todos aquellos que perdieron la vida a contar del 11 de septiembre de 1973.

Por Manuel Ahumada Lillo

Presidente C.G.T. Chile

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