Desde el manicomio (3ª parte)

Jamás pude dormir, la noche es eterna de todos modos

Por Wari

22/12/2012

Publicado en

Artes / Columnas / Literatura

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Jamás pude dormir, la noche es eterna de todos modos. Además, no tenía escapatoria. Pronto llegarían y me descubrirían. ¿Temía realmente un castigo? No, no podía imaginarme nada peor que lo que ya vivía.

Pasaron los minutos y las horas y el frasco robado se vaciaba sistemáticamente dentro de mi sangre. ¡Por obra y gracia de las jeringas, qué gran invento! Alfredo, mi malogrado compañero de celda, deliraba para mí desde la litera inferior. Su voz era ronca y pantanosa, imagino que dentro de su mente pretendía instruirme, adiestrarme para siempre. Pasaba de los rumores a los hechos como si nada. Me contó el caso de un esquizofrénico que después de ver una radiografía de su cerebro mató con un bisturí a su psiquiatra, alegando estúpidamente que le faltaba un trozo de masa cerebral que le habían extirpado.

¡Mentira! Gritaba Alfredo, porque el idiota había llegado recién un día antes del “incidente” y no le habían tocado un pelo. Porque si hablamos de pelos tocados, o cables tocados, qué fastidio. De vez en cuando brotaban de su boca episodios gloriosos en la historia de nuestro manicomio. Fragmentos que adquirían el tinte de una gran leyenda coral de los abusos, en parte por la voz, el encierro y la experiencia de alguien que había visto pasar la mitad de su vida entre esos muros. Y por otra parte, claro, por la droga que recorría mis venas mientras lo escuchaba.

Podría decirse que vivía en una verdadera pesadilla, macabra e irracional, épica y bestial, que sin embargo no carecía de cierta belleza. Ahhh, los pequeños trozos de belleza sueltos por ahí.Lo único que me importaba ya, ante el naufragio irremediable de las mentes de mis amigos y la mía. Pero siguieron pasando los días y no sucedía nada. ¿Les conté que Alfredo jugaba al ping-pong en el patio? En esos momentos se enteraba de los chismes que luego me transmitía. Eran los únicos instantes en que se le podía ver compartiendo con los otros internos y qué decir, era el campeón.

Pues bien, sucedió un día, después de jugar toda la tarde, Alfredo llegó emocionado de vuelta a nuestra celda. Me contó que había jugado ping-pong con el Dr. Stop. Me dijo que Stop quería verme, pero no en su oficina, sino en el patio a cierta hora de la tarde.

Fui y lo esperé, no tenía nada que perder, pues las cosas son así cuando estás abajo, bien abajo. Él llegó puntual, se acomodó en una banca a mi lado y preguntó por su cuaderno. Le dije que no sabía nada. Estaba nervioso, pero Stop lo estaba más. Llegó incluso a decir que yo era uno de sus pacientes predilectos, que el manicomio lo tenía podrido y que de una forma u otra iba a recuperar sus papeles.

No sé si era por el sol que nos daba de frente, pero la conversación no dio para más. Se levantó y se marchó. Yo hice lo mismo y me dirigí a mi celda. Prefería estar sumido en mi propio caos, que inmerso en la locura del patio. Ya casi era de noche cuando regresé y estaba todo revuelto. Eran pocas cosas así que daba lo mismo. Alfredo me hablaba del cuaderno, claro, a él también se lo habían pedido. Mientras hablaba reparé una vez más en su cuerpo quemado. Estaba sangrando. No le dije nada pero me prometí que quizás la venganza encontraría un nuevo significado.

Al día siguiente, luego del desayuno, la noticia se supo en todos lados, no la golpiza de mi amigo por cierto. Alguien había escuchado en la biblioteca, que Dr. Stop había sido despedido. Nadie sabía por qué. Había ocurrido un enredo de drogas o algo así y nadie sabía detalles porque nadie sabía nada.

Después de almuerzo volvimos a nuestra habitación. Lo ayudé con sus vendajes y pasamos la tarde entera hablando de nuestra infancia, quizás el único lugar al que siempre se puede volver hasta la muerte. Pero algo tenía que pasar. De un momento a otro Dr. Stop apareció en nuestra celda. Alfredo hasta se alegró de verlo nuevamente, pero el médico le ordenó que saliera, que nos dejara solos un momento. Andaba buscando sus pertenencias, dijo.

-Vámonos de aquí Strange, fueron las primeras palabras que cruzaron su boca. Me habló del cuaderno, su maldito cuaderno y que podía arreglar con unos guardias para llevarme de paseo al día siguiente, salir y no volver jamás. Me contaba que no hiciera caso de las habladurías, que él no era un vulgar narcotraficante, sino que le interesaban las drogas por el conocimiento que podía obtener de ellas. Me dijo que quería vivir mil vidas, que la única vida real era la multiplicidad, que nos largáramos de allí.

Juro que lo pensé, que no fue nada fácil, pero la decisión ya estaba tomada en mi interior aunque no lo supiera. Afuera o adentro, que más da. A veces creo que simplemente no se puede escapar del destino, otras que es lo único que se puede. No sabía qué hacer, ¿Cuántas veces en mi vida ya habría estado en la misma situación? ¿Estaría alguna vez seguro de algo? Dr. Stop me inspiraba poca confianza, pero debo confesar que sentía admiración por su cruzada sicodélica. Solo contra el mundo, como yo.

Dentro del manicomio tenía la vida resuelta, o lo que muchos suelen entender como la vida, esa cosa escurridiza que se arranca cuando pensamos en ella. De todos modos, me refiero a que no tenía que preocuparme por la alimentación, vestimenta, habitación y drogas, a pesar de que la calidad distara bastante de lo deseado. Pero era un asunto de dignidad, tenía que irme de ahí. Mi dilema era como el amor en la cuerda floja, ya no sabía si quedarme en aquel lugar sólo por la costumbre.

Al día siguiente, recogimos el cuaderno y nos marchamos, nadie nos dijo nada, en el pueblo había votaciones municipales.Todos estaban nerviosos como si la democracia sirviera realmente para algo más que para enrostrarnos su propia trampa. Un punto a favor para el manicomio, entre nosotros teníamos un presidente, un viejo pascuero e incluso a un peruano que decía ser heredero de Atahualpa, en fin, acá cada cual era quien quería o quizás no, pero por lo menos no había elecciones, no se legitimaba la farsa. Sin duda afuera de los muros estaban realmente locos.

Lo único que me preocupaba un poco, era tener que dejar a Alfredo allí, varado y solo en lo solo, como decía Don Pablo. Pero era el momento de marchar, ya regresaría con la venganza prometida cuando ojalá no fuese demasiado tarde. Pero vivir mil vidas era una idea que no me dejaba en paz, era una idea que daba vueltas en mi cabeza como un huracán. La vida nuevamente se abría ante mis ojos. La vida era ahora y yo estaba frente a ella.

Por Dr. Strange

Conciencia Alterada

El Ciudadano Nº135, primera quincena noviembre 2012

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