El controvertido legado de Mijail Gorbachov

Anthony Medina Rivas Plata

Por Mauricio Becerra

06/09/2022

Publicado en

Columnas

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Nadie más que el último líder de la Unión Soviética (URSS), Mijaíl Gorbachov, quien murió el pasado martes 30 de agosto a los 91 años, podría traer a la vida el eterno debate sobre el papel del individuo en la historia; el cual es ya un lugar común de los debates en Ciencia Política y Relaciones Internacionales. ¿Ocurren los cambios profundos debido a factores estructurales impersonales o debido a la elección individual de personas con gran nivel de influencia y poder?

Durante las últimas dos décadas diversos historiadores en Occidente han dado argumentos sobre la ‘inevitable’ caída de la URSS debido a factores estructurales y de largo plazo. Sin embargo, en estos días posteriores al fallecimiento de Gorbachov hemos venido leyendo argumentos que cuestionarían dicha inevitabilidad. Quienes defienden la teoría de la caída inevitable señalan aspectos como la falta de legitimidad popular del gobierno soviético y las tensiones étnicas latentes, hasta la incapacidad crónica de la economía planificada soviética para satisfacer las crecientes demandas de los consumidores y mantener la competencia con Occidente. Sin embargo, y visto en retrospectiva, cuando Gorbachov llegó al poder todavía existía un sistema razonablemente sólido que mantenía a raya la disidencia, junto con una paridad militar (especialmente nuclear) con los Estados Unidos. En marzo de 1985, cuando el secretario general asumió el poder, no había nada que sugiriera que el colapso de todo el sistema soviético ocurriría dentro de seis años.

Como se ha dicho en varias ocasiones, Gorbachov quería reformar el sistema soviético y no destruirlo. Comenzó sus reformas económicas invirtiendo grandes cantidades en la industria pesada junto con la liberalización parcial del pequeño comercio; a la vez que reprimía el consumo de alcohol. Estas medidas socavaron la disciplina de la economía planificada bajo el modelo comunista vigente desde 1919. La retención de los controles de precios por parte del Estado y la prohibición de la propiedad privada significaron que lo que quedaba del antiguo sistema estatal terminó funcionando peor que antes, mientras que el régimen de mercado que se intentaba construir tampoco pudo despegar. Los orígenes de la concentración de la industria en pocas manos (la llamada ‘oligarquización’ de la economía que terminó siendo legalizada bajo Boris Yeltsin) se dio como consecuencia de la ‘perestroika’, su reestructuración del sistema económico.

Al encontrarse con graves dificultades económicas, que se vieron exacerbadas por el colapso de los precios del petróleo, Gorbachov decidió cambiar su enfoque hacia la reforma política con el objetivo de dar más legitimidad al sistema soviético a través de una democratización parcial de la toma de decisiones al interior del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS). Y si bien Gorbachov siempre pensó que sus reformas enfrentaban el peligro de los conservadores dentro del aparato soviético; terminarían siendo los liberales, encabezados por Yelstin, quienes lo derrotaron.

Gorbachov terminó atrapado entre dos abismos. Sus reformas fueron consideradas demasiado radicales para los conservadores, pero tibias para los liberales. Creó el cargo de presidente de la Unión Soviética para preservar su poder frente a la Secretaría General del PCUS, ya que la autoridad partidaria se vio cada vez más socavada por los debates públicos, las nuevas revelaciones sobre los excesos del pasado soviético, así como del crecimiento de los movimientos nacionales en las repúblicas del Asia Central y el Cáucaso. Como nunca se atrevió a convocar a elecciones generales, siempre careció de legitimidad popular, lo cual resulta irónico ya que ese fue el objetivo inicial de sus reformas políticas. Todo lo opuesto a Yeltsin, quien logró un mandato popular nacido de las urnas con más del 80% de los votos en las elecciones de 1989.

Viendo las cosas en retrospectiva, parece que Gorbachov simplemente no entendió cómo funcionaba el sistema que gobernaba. Creía sinceramente que éste podía salvarse si eliminaba algunos elementos como el miedo a la represión a la vez que liberalizaba gradualmente la economía planificada. Sin embargo, ambos elementos eran esenciales para el sostenimiento del régimen soviético. Habiéndolos eliminado, el sistema terminó por derrumbarse.

Gorbachov emergió como secretario general en un punto de bifurcación, cuando el sistema soviético aún se hallaba una encrucijada, inclinando la balanza hacia su derrumbe de manera involuntaria. Quería reformar y mejorar el sistema soviético y, en lugar de eso, lo llevó a su total desintegración.

La misma sensación de fracaso también se cierne sobre su política exterior, que es donde existe una gran brecha entre las percepciones occidentales y rusas de su tiempo en el cargo. A principios de la década de 1980, hubo una gran acumulación de armas nucleares en Europa con nuevos misiles de rango intermedio desplegados tanto por la URSS como por EE.UU. La alusión al ‘imperio del mal’ que hizo Ronald Reagan para referirse a la URSS fue un reflejo de las tensiones y el poco espacio para lograr acuerdos diplomáticos duraderos.

Con Gorbachov todo eso cambió. En lugar de un enfrentamiento nuclear de destrucción mutua asegurada, quería una nueva seguridad basada en intereses compartidos, valores comunes y confianza mutua. Al igual que en las reformas internas, el objetivo no era renunciar al poder soviético sino asegurarlo sobre un nuevo pacto político.

En ese sentido fue que se negociaron tratados clave de reducción de armas con los EE.UU., incluido el tratado INF (‘Intermediate Range Nuclear Forces Treaty’) de 1987 que eliminó todos los misiles de alcance intermedio; al igual que el tratado START (‘Strategic Arms Reduction Treaty’) de 1990, el cual permitió reducir drásticamente los arsenales nucleares estadounidenses y soviéticos. Con respecto al personal militar, en 1988 Gorbachov realizó un recorte unilateral de 500.000 soldados soviéticos con base en Europa del Este. Asimismo, en dicha región el líder soviético promovió la llamada “Doctrina Sinatra” que permitía que los satélites soviéticos realizaran reformas ‘a su manera’; pero al mismo tiempo negándole el respaldo a aquellos regímenes que no se reformaban. Una vez más, Gorbachov esperaba que los gobiernos socialistas sobrevivieran con un nuevo brote de legitimidad a causa de las reformas; pero esto era imposible a causa de las razones que señalamos líneas arriba.

El colapso del Muro de Berlín y la reunificación alemana que siguió fueron el último clavo en el ataúd de la Guerra Fría; y es este legado el que continúa irritando a los líderes rusos desde Boris Yeltsin hasta Vladimir Putin. Gorbachov disfrutó de una influencia significativa a través de los derechos legales y las tropas soviéticas que todavía tenían desplegadas en Alemania del Este. Los alemanes necesitaban el visto bueno de la URSS para que pudiera darse la reunificación y en ese sentido estaban dispuestos a dar mucho a cambio, incluida la famosa promesa de ‘ni una pulgada al este’ para la OTAN que el ex Secretario de Estado James Baker le habría hecho a Gorbachov. Los soviéticos fracasaron por completo en utilizar su influencia y no lograron obtener garantías legalmente vinculantes sobre la futura expansión militar; la cual es una de las causas del actual conflicto en Ucrania. Los líderes rusos que lo sucedieron, y el propio Gorbachov en sus memorias, acusaron a Occidente de traición.

Pero fue su propia falta de realismo lo que se encuentra en el centro de los legítimos reclamos rusos. El idealismo de Gorbachov en política exterior, con su énfasis en los intereses mutuos y los valores comunes, solo funciona si ambas partes suscriben por igual esos puntos de vista. A diferencia de sus contrapartes occidentales que sabían exactamente lo que querían (una reunificación de Alemania en sus términos, recortes de armas nucleares y convencionales mientras conservaban la libertad de expandir la OTAN más al este), Gorbachov simplemente no sabía lo que quería más allá de promover la visión de un mundo más pacífico. No en vano, el fin de la Guerra Fría es visto en Occidente como su victoria, tal y como lo proclamó el presidente George H. W. Bush en 1992.

Es difícil evaluar el legado de Gorbachov dado que la mayoría de las cosas que se propuso hacer en realidad no funcionaron. ¿Debería dársele crédito por las consecuencias no deseadas de sus reformas?

La seguridad internacional ha mejorado desde el punto de vista de Occidente, ya que ahora los rusos están luchando en Ucrania en lugar de hacerlo en territorio alemán. Pero las posibilidades de una escalada hacia una guerra directa entre Rusia y la OTAN son mucho mayores ahora que durante la Guerra Fría. Y por supuesto, cualquier conflicto directo con la OTAN probablemente involucraría, dada la inferioridad de Rusia en armas convencionales, el uso de armas nucleares tácticas. Se entenderá que, desde la perspectiva rusa, los enormes recortes de armas nucleares que se lograron en los 80, fueron un error, en vez de un logro de Gorbachov. Por eso hoy la política exterior de Putin se plantea en oposición a dichos errores. Si para el actual liderazgo ruso la reforma y la liberalización traen caos, entonces mantener el control político es obligatorio para la supervivencia del Estado y del gobierno.

El legado de Mijaíl Gorbachov es controvertido debido a la abierta oposición de puntos de vista que existen para analizarlo. Efectivamente hubo quienes se beneficiaron de las políticas de Gorbachov; especialmente los países del antiguo bloque oriental que lograron impulsar sus nuevos procesos de modernización económica y militar a través del acceso a la Unión Europea y a la OTAN. De igual manera, muchos ciudadanos en las repúblicas postsoviéticas también se beneficiaron de la nueva libertad y las oportunidades que ofrecieron las reformas promovidas por Gorbachov. Pero para la mayoría de rusos, la dislocación de la URSS produjo una crisis generalizada que termino por degradar el carácter de Rusia como gran potencia mundial; llevando al país a una ‘década de humillación’ (los años 90) debido a la caída súbita de su poder económico y militar, rumbo que se revirtió con la llegada al poder de Vladimir Putin en el año 2000 al poder.

Anthony Medina Rivas Plata

Director de la Escuela Profesional de Ciencia Política y Gobierno UCSM

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