El desenfoque

Lo que dejan claro estas elecciones del 19 de noviembre es que la mal llamada transición ya no existe

Por Wari

03/12/2017

Publicado en

Columnas

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Lo que dejan claro estas elecciones del 19 de noviembre es que la mal llamada transición ya no existe. Discutir sobre su realidad, conceptual o no, se muestra ahora totalmente fuera de foco. Ese personaje de un film de Woody Allen que no puede seguir su vida tal como la conocía porque está desenfocado, nos puede servir de símil. El personaje de marras no se da cuenta de que lo está, y tiene que aceptar su nueva manera de “ser en el mundo” por lo que le dicen en su trabajo y, luego, por la constatación que hace su familia al volver a casa. Es difícil saber que se está desenfocado si no te lo dice el otro, incluso si se mira uno al espejo, pues la imagen reflejada puede tener múltiples explicaciones. El problema es la porfía en insistir que ese desenfoque no es real o, peor aún, que forma parte de una conspiración en la cual están metidos todos quienes definen nuestro “estar en el mundo”. Y este símil me parece atinado por cuanto ese problema de enfoque tendría que ver con los límites de la percepción. Casi como la fábula del nuevo traje del emperador. Cuánto de esa percepción está acotada por la conveniencia o la porfía, es algo que la fábula aquella nos obliga a preguntarnos. Porque los análisis en función de los esquemas hasta ayer aceptados, a como diera lugar, están fuera de foco y los príncipes siguen pavoneándose convencidos que de verdad están vestidos –y con ropas nuevas.

Incluso la irrupción del Frente Amplio como fenómeno, más que inesperado, sigue siendo analizada sin tomar en cuenta las nuevas herramientas que nos permitan comprenderlas. Seguimos entrampados en el cómodo expediente de la izquierda y la derecha tradicionales, aunque con algo de precipitación hayamos inventado las definiciones de centroizquierda y de centroderecha (ya sabemos que hubo un personaje de la política nacional posdictadura que acuñó aquello del centro centro), como si con eso pudiéramos estar por encima de la virtualidad y de la globalización. Así resulta fácil, pero desde todo punto de vista desenfocado, catalogar al Frente Amplio como la verdadera izquierda o la nueva izquierda, cuestión, por lo demás, que sería una contradicción con su nombre. Su composición heterogénea, que va desde las tendencias libertarias hasta las liberales, desmienten esa apresurada y simplista clasificación de izquierda e, incluso, de ultra izquierda tal como nos habían acostumbrado. El malentendido hace también su tarea cuando algunos chillan por el peligro de venezuelización del escenario político nacional. Si el Frente Amplio como tal no es el movimiento bolivariano en el poder en Venezuela, menos aún Guillier sería Maduro, pero las llamadas centroderecha y extrema derecha confunden a los votantes (y a ellas mismas) inventando y alimentando semejante disparate.

Ahora bien, si el Frente Amplio irrumpió para quedarse no tenemos ninguna prueba de peso –basta con mirar fenómenos parecidos en otros lugares y, más que nada, para darse cuenta que la durabilidad depende de muchas cosas más que la simple voluntad de quererlo así–, como tampoco su práctica política hasta ahora no ha demostrado diferencias sustanciales con las prácticas tradicionales de la “centroizquierda”. Lo que sí no necesita de mayores argumentaciones para demostrar la validez de su percepción, es el fin de la vieja y de la nueva Concertación, porque en los equilibrios de la derecha seguimos asistiendo a la eterna pelea entre conservadores y liberales o, peor aún, entre conservadores renovados y conservadores decimonónicos. En ese sentido, el reacomodo del escenario político, en términos doctrinarios, es aparente: en la práctica el aburrimiento o la indignación no tienen más proyección que el expresarse como tales dentro del marco aceptado por el sistema imperante, quien astutamente lo permite en el simulacro de las libertades ciudadanas. Usted vota si le da la real gana y ni siquiera tiene que justificar la desmovilización. Otros interpretarán los signos de aquella en el volumen de la abstención, interpretados ya sea como castigo o como mero desinterés causado por aquello que es digno de ser castigado. Si alguien se siente urgido apelará a la larga historia de los desengaños o al fácil expediente del gatopardismo de los políticos. Por lo demás, estos mismos políticos, en su juego de vanidades y ambiciones, le estarían dando la razón. Porque siguen estando fuera de foco, porque siguen vistiéndose en la virtualidad del “traje nuevo del emperador”.

En otros países donde existe hace mucho tiempo el mecanismo de la segunda vuelta, con voto obligatorio o voluntario, se utiliza la primera para castigar o hacer notar el descontento. Aunque en los últimos tiempos, si bien eso sigue siendo así en su principio, ese castigo o alerta ha provocado reacomodos partidarios casi inéditos, y digo casi inéditos porque los partidos tradicionales han eclosionado pero las tendencias “moderadas” han terminado primando. En resumen, el viejo gatopardismo, de la mano del malentendido, ha consumado su hegemonía. Pero el peligro ha estado presente, removiendo viejas heridas y viejos temores. No hay que engañarse: si tomamos el ejemplo de España, el franquismo sigue allí, por supuesto que minoritario. pero con la suficiente influencia para perpetuarse en las acciones de la inefable centroderecha española, y en nuestro país quedó claro que el pinochetismo más duro tiene expresión suficiente para determinar el rumbo de la mal llamada centroderecha chilena. Me parece que el problema de nuestras democracias es, hoy, con las derivas de la llamada derecha política –y sus sustentos económicos y sociales– más que con los devaneos de la socialdemocracia en cualquiera de sus tendencias. Así, en el caso de esta segunda vuelta presidencial lo que realmente se juega no es el cambio radical del modelo, sino que la posibilidad de ampliar en vez de coartar nuestras libertades. Que eso pasa por el fin de las AFP, del CAE, de una nueva Constitución –con lo que eso implica de refundar la República–, por ejemplo, no cabe duda alguna, pero hay que darse los espacios para que eso ocurra y tratando de darnos cuenta de los desenfoques y de que el traje nuevo del emperador no es tal. Y en este punto quiero citar la atinada reflexión del escritor Luis Sepúlveda, sobre esta segunda vuelta: «En 1875 el fantasma enunciado por Marx y Engels en El Manifiesto Comunista recorría Europa, y agilizaba la formación de estructuras políticas fuertes antagónicas al poder existente./ Así, en Alemania, se realizó un congreso que, unificando los criterios de dos fuerzas, la Asamblea General de Trabajadores de Alemania y el Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania, culminaría en la fusión y formación del Partido Socialista Obrero de Alemania./ La Asamblea General de Trabajadores de Alemania era de orientación ideológica Lassalleana, y consideraba que para lograr una sociedad igualitaria bastaba con el reparto equitativo de la riqueza fruto de la producción, sin necesidad de una organización política de clase que determinara el cómo y quiénes serían beneficiados por ese reparto equitativo de la riqueza./ El Partido Socialdemócrata Obrero de Alemania, más cercano a las ideas de Marx y Engels, sostenía que la existencia de clases sociales hacía de antemano injusto y poco equitativo el reparto de la riqueza fruto de la producción, es decir del trabajo, porque los intereses de esas clases eran antagónicos, y consideraba primordial la creación de un poder político obrero, proletario , que permitiera alcanzar la meta del «a cada cuál según su necesidad y su trabajo»./ Marx escribió sus críticas a la tesis Lassalleana en un documento llamado «Crítica al Programa de Gotha», y aunque sus postulados estaban llenos de razones, tras hablarlo detenidamente con Engels decidió no dar a conocer, no publicar ese documento, porque ambos entendieron que, pese a las razones esgrimidas, ponía en peligro la unificación de las dos fuerzas en aras de un objetivo mayor como era la formación del Partido Socialista Obrero de Alemania./ Engels, en escritos posteriores razona sobre los peligros del maximalismo en política y refiriéndose al Programa de Gotha, escribe: «Evitamos cualquier confrontación con el Programa, porque la peculiaridad histórica del momento hizo que se le otorgara más importancia de la que merecía. Obreros, pequeño burgueses y burgueses leyeron en él lo que deseaban leer y no lo que efectivamente ponía»./ La «Crítica al Programa de Gotha» fue publicada recién en 1891, cuando el Partido Socialista Obrero de Alemania era ya una realidad consolidada y la teoría Lassalleana había pasado a la historia./ La lección mayor de este episodio es que, ni Marx, ni Engels, ni ningún dirigente del Partido Socialdemócrata Obrero, antepusieron la rigidez de principios a la realidad./ Y cuando una fuerza política, frente a una decisión que decide el futuro inmediato de la sociedad, deja en «libertad de voto» a sus simpatizantes y militantes, está demostrando, no rigidez sino debilidad de principios e incapacidad de leer la realidad.”

Porque como dice el gran Atahualpa Yupanqui: “Detrás de los equivocos se vienen los perjudicos”.

Por Cristián Vila Riquelme

La Serena, diciembre 2017

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