¿El final del neoliberalismo?

Es cierto que Chile cumplió un rol importante desde el punto de vista experimental en su desarrollo, pero sus fuentes hay que buscarlas en otro lugar.

Por El Ciudadano

15/09/2020

Publicado en

Columnas

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                                                                                     Rodrigo Castro Orellana[1]

          Existe una suerte de provincianismo teórico en algunos comentaristas de la realidad política chilena que los conduce a suponer que lo que ocurre en el país resulta determinante para el resto del planeta o que supone un síntoma decisivo de procesos globales del mundo contemporáneo. Desde esta perspectiva son capaces de sostener que en la misma medida que el neoliberalismo nació en Chile, también estaría comenzando a desaparecer aquí como consecuencia del estallido social de octubre de 2019.  La primera hipótesis es conocida. Tiene que ver, como sabemos, con los chicago boys y el proyecto político-económico de la dictadura de Pinochet. Aunque incluso se ha llegado a sostener que el neoliberalismo chileno y mundial empezó en la redacción del periódico El Mercurio a fines de la década del sesenta. La segunda hipótesis deriva de este supuesto siguiendo una lógica muy sencilla: el modelo neoliberal debería sucumbir en el mismo lugar donde todo empezó.

El 11 de septiembre de 1973 inauguraría el periodo de construcción del proyecto neoliberal que tendría un hito fundamental en el diseño político-institucional de la constitución de 1980 y su momento de consumación y perfeccionamiento con los gobiernos de la Concertación en los años noventa. La actual presidencia de Piñera representaría el final de esta etapa, como lo ponen de manifiesto una serie de situaciones relacionadas con la falta de autoridad del ejecutivo, la desarticulación de los partidos políticos y el inicio de un tiempo constituyente que las élites han tenido que asumir a regañadientes. Estaríamos ante una crisis radical de hegemonía en la cual los sectores que habitualmente han ejercido el poder en el país ya no tendrían la capacidad de generar un consentimiento popular ni una legitimidad social.

Pienso, no obstante, que las dos hipótesis están equivocadas en cuanto a lo que se entiende por neoliberalismo. Es cierto que Chile cumplió un rol importante desde el punto de vista experimental en su desarrollo, pero sus fuentes hay que buscarlas en otro lugar. Este es un asunto excesivamente teórico para desarrollarlo en este espacio. Solo diré que sobre el punto existe un amplio debate en las ciencias sociales.  Para algunos hay que remontarse a la crisis cultural que supuso el mayo del 68 francés (Boltanski, Chiapello), otros consideran que resulta clave la composición de la política y el imaginario social entre 1880 y 1930 (Hall) o apuntan en la dirección del ordoliberalismo alemán (Foucault).

Me detengo en esta cuestión porque el problema de la primera hipótesis, circunscrito a una interpretación histórica, apuntala un error de magnitud mayor que se expresa en la segunda hipótesis. Creo que con la actual crisis social e institucional chilena no asistimos a un final del modelo neoliberal a nivel local ni mucho menos en el ámbito global. El error está en confundir el sistema político representativo, su organización ideológica y su sustrato normativo, con los múltiples mecanismos de poder económico, comunicacional y cultural que despliega el neoliberalismo, y que trascienden la dimensión institucional. Los síntomas de crisis de las sociedades liberales contemporáneas (creciente desigualdad, corrupción de las instituciones, debilitamiento de los partidos políticos, pérdida de confianza en las élites, fortalecimiento de las posiciones de extrema derecha, etc.)  tienen indudablemente sus causas locales específicas, pero hay un factor que resulta transversal a todos ellos. No son consecuencias de una decadencia del neoliberalismo sino, por el contrario, constituyen el efecto acelerado de su racionalidad característica. Una lógica que cada vez incorpora más gestos autoritarios que la alejan de la democracia.  En esto Chile no es ningún acontecimiento excepcional.

No quiero de esta forma restar valor a lo que ha supuesto el estallido social de octubre pasado. Pero no hay que ser ingenuos respecto a lo que viene en el futuro. El estallido social ha arrastrado consigo las ruinas de un sistema político, lastrado por décadas de descomposición neoliberal de la democracia y de los valores republicanos. Nada garantiza que el momento constituyente que se aproxima en el horizonte, suponga un debilitamiento o una efectiva ruptura con los mecanismos neoliberales instalados profundamente en la sociedad chilena desde hace cuatro décadas. Respecto a esto último, ya nos alertan las limitaciones existentes para que la eventual convención constituyente sea una expresión amplia, heterogénea y sin exclusiones de la pluralidad del país.

Otro ejemplo lo tenemos en la aprobación de la ley para el retiro del 10% de las AFP. Ciertamente, se trató de un triunfo de la ciudadanía movilizada que anuncia el total desfondamiento de nuestro actual modelo político, pero en ningún caso ha significado una impugnación sustantiva del neoliberalismo. Si alguien lo duda resulta suficiente con revisar los datos del informe de Equifax de hace algunos días, en que se señalaba que la cantidad de morosos en Chile ha sufrido una fuerte reducción como consecuencia del retiro de las AFP. El ahorro previsional de millones de personas se ha desplazado al interior de los dispositivos neoliberales sin objetar en absoluto el verdadero poder de los mismos.

El liderazgo de Lavín en las encuestas también puede servir para ilustrar mi argumento. Mientras algunos lo explican por la capacidad del autor de La revolución silenciosa  para interpretar lo que está en juego en la nueva época post-estallido (borrado de la diferencia izquierda-derecha, discurso soft y cercanía a la gente, ausencia de verticalidad y uso eficaz de los medios, etc.), otros leemos su exasperante plasticidad (autodefinirse como socialdemócrata, por ejemplo) como un resultado de la destrucción neoliberal de lo político. Nada más neoliberal que un liderazgo sin concepto, construido con el único criterio de que lo decisivo es que se hable de uno en las redes sociales. Pura fragmentación apegada al estilo con que circulan y se venden las mercancías.

La ironía, en último término, es atroz. Los mismos que nos hablan del final del modelo neoliberal en Chile, señalan a Lavín como el único que comprende adecuadamente la nueva situación política. Parece que están en condiciones de imaginar que el desenlace del proceso constituyente abierto en Chile desde octubre de 2019 sea la futura presidencia de Joaquín Lavín. Es un extraordinario error político creer que un escenario semejante pueda representar efectivamente un nuevo punto de partida para la democracia en nuestro país.


[1] Filósofo hispano chileno. Profesor Titular del Departamento de Filosofía y Sociedad. Universidad Complutense de Madrid. Correo electrónico. [email protected]  (13 de septiembre de 2020) 

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