El profundo arraigo del conflicto chileno-mapuche

El conflicto entre parte del pueblo mapuche y el Estado de Chile no sólo continúa vigente en el siglo XXI, sino que cada cierto tiempo copa el debate público tal como aconteció luego del asesinato del comunero Camilo Catrillanca

Por Wari

20/02/2019

Publicado en

Columnas

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El conflicto entre parte del pueblo mapuche y el Estado de Chile no sólo continúa vigente en el siglo XXI, sino que cada cierto tiempo copa el debate público tal como aconteció luego del asesinato del comunero Camilo Catrillanca. De hecho, la Encuesta Bicentenario 2017 lo posiciona  como uno de los conflictos que más preocupa a los chilenos. No cabe duda que este conflicto es de naturaleza política y precisamente, política es lo que ha faltado desde aquel lejano 12 de diciembre de 1997 cuando fueron quemados unos camiones en Lumaco.

Se revisamos el panorama regional vemos que América Latina continúa siendo la región más desigual del planeta y Chile no es la excepción. De la misma manera, la emergencia de nuevos actores que demandan participar activamente en los sistemas políticos convive con un Estado con estructuras de poder muy concentradas en las capitales. Estos tres elementos: inequidad, emergencia de nuevos actores y niveles de centralismo contribuyen a la multiplicación de conflictos sociales. Un conflicto surge cuando dos o más actores perciben que sus objetivos son incompatibles. Los conflictos generalmente tienen varias causas –inmediatas y estructurales-, y pueden atravesar diferentes ciclos, niveles de radicalización y grados de violencia. Cuando hablamos de conflictividad, nos estamos refiriendo a la dinámica de los conflictos en un período de tiempo determinado y no a la simple suma de conflictos puntuales. La conflictividad es producto de situaciones complejas y de conflictos con muchas dimensiones y causas, que con el correr del tiempo no han logrado resolverse en sus raíces más profundas y, por consiguiente, van arraigándose y se dinamizan, se intersectan y se retroalimentan unos a otros.

Chile comparte con América Latina una plataforma común sobre la cual se desarrollan los conflictos, por lo que no es extraño que en los últimos años se incrementen las tensiones interétnicas e interculturales y a las demandas económicas se sumen demandas de valores, el respeto a la identidad.

Es necesario ser claro y preciso. El conflicto mapuche puede ser calificado como “profundamente arraigado”. Expliquemos el concepto: Después del fin de la Guerra Fría aparecieron conflictos de nuevo tipo entre los cuales los de identidad fueron los más graves por el costo en vidas humanas de civiles y no combatientes que provocaron. Este tipo de conflictos se conforman a instancias de grupos que procuran proteger su identidad. Sus raíces se hallan en diferencias étnicas, tribales y lingüísticas que provocan disputas entre grupos, o entre un grupo y el poder central. En Europa central y la ex URSS han sido numerosos los conflictos de este tipo.

En los años noventa, muchos de los conflictos emanados de la reivindicación de la diferencia cultural adquirieron una dimensión violenta. En otras palabras, el fin de la Guerra Fría permitió que afloraran conflictos étnicos, confesionales y sociales que se habían mantenido latentes, producto del orden colonial y después del impuesto por las grandes potencias. Pero también surgieron nuevos conflictos producto de fenómenos de dislocación, de fragmentación, ya sea en regiones o zonas que exigían mayor autonomía política o la preeminencia de una determinada religión, proceso que se agudiza ante la marginación de los beneficios del desarrollo económico social. Estos nuevos conflictos no pueden explicarse completamente usando modelos o patrones de interpretación del pasado, sea por la morfología que adopta la violencia, por su carácter interno o por su inesperada emergencia en cualquier punto del planeta. Esos son los llamados “conflictos profundamente arraigados”. Estos conflictos se originan principalmente al interior de los Estados y combinan dos poderosos elementos: un importante componente de identidad basado en las diferencias de raza, religión, cultura o idioma o cualquier otro rasgo de identificación de un grupo comunidad, y un desequilibrio percibido en la distribución de los recursos económicos, políticos y sociales. A lo que puede sumarse una cosmovisión o religión distinta. Los conflictos étnicos profundamente arraigados no sólo se componen de atributos objetivos, sino también de creencias y sentimientos subjetivos.

En las sociedades complejas que existen la actualidad se necesita más que nunca conocer la teoría y la práctica de la negociación para así levantar diálogos sostenibles y estratégicos que fortalezcan una cultura del encuentro, del aprecio por la diversidad, la innovación, la inclusión y la transparencia. Tratar de enfrentar un proceso de negociación de un conflicto étnico profundamente arraigado pensando que sólo es un tema de demandas económicas y olvidando su naturaleza política, es tapar el sol con un dedo y estará condenado al fracaso. Lo que falta es política y en este escenario todos los últimos gobiernos son culpables.

Por Sergio Salinas

Publicado originalmente el 21 de enero de 2019 en Página 19.

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