OPINION

El régimen norcoreano y la supuesta conspiración universal de los países capitalistas

La República Popular Democrática de Corea (RPDC) ha destacado en la prensa internacional actualmente por sus ensayos atómicos en su territorio, que tienen como propósito realizar una demostración de fuerza frente a sus dos históricos enemigos acérrimos, a saber: Corea del Sur y Estados Unidos

Por paulwalder

16/03/2016

Publicado en

Columnas

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fabián bustamanteLa República Popular Democrática de Corea (RPDC) ha destacado en la prensa internacional actualmente por sus ensayos atómicos en su territorio, que tienen como propósito realizar una demostración de fuerza frente a sus dos históricos enemigos acérrimos, a saber: Corea del Sur y Estados Unidos.

El hermetismo de este país y su polémico líder, Kim Jong-un, da para muchas especulaciones que, -bajo el filtro anticomunista de los medios de comunicación-, no permiten entender cuál es la lógica que está detrás no sólo de su política interna, sino de su polémica política exterior, caracterizada por una permanente amenaza nuclear hacia sus enemigos.

Como es bien sabido, Corea del Norte es un Estado socialista, con algunas particularidades, pero que conserva ciertos rasgos de tipo estalinista, en los cuales podrían definirlo como un régimen post-estalinista, pese a que este país ha creado su propia ideología: el juche. Al respecto es necesario destacar que esta ideología juche es profundamente nacionalista, aunque de alguna otra forma es coherente con la idea sostenida por Eric Hobsbawm (citado por Benedict Anderson en la introducción de su libro Comunidades Imaginadas) que señala que los Estados marxistas terminaron por volverse nacionalistas.[1] En ese sentido los “socialismos reales” siguieron las tesis estalinistas del socialismo en un solo país contradiciendo al marxismo clásico que condenaba al nacionalismo por ser una ideología burguesa.[2]

 

Así entonces, las principales características que posee la ideología juche es que converge, por un lado, un evidente paternalismo ideológico, un burocratismo y voluntarismo extremo; y por otro, una economía autosostenible, un nacionalismo cultural, y una política aislacionista para consolidar su particular sistema político. En relación a ello, la ideología juche ha desencadenado una “verdadera religión” en tanto que se reverencia a los líderes norcoreanos (partiendo por el presidente eterno, Kim il-Sung), convertidos en dioses. De hecho, cada norcoreano lleva su imagen en su ropaje y además colocan el retrato del líder eterno en casas y departamentos.[3]

 

A partir de todo lo anterior, el arriba mencionado Kim Jong-un (el «Brillante Camarada»), continúa el culto a la personalidad, convirtiéndose (por qué no decirlo) en un verdadero Dios, en la que la totalidad de la sociedad norcoreana está controlada y guiada por lo que él ordena.

Sin perjuicio de ello, éste hermético sistema político desarrollado por Corea del Norte, a partir de la ideología juche, está oficialmente en “estado de guerra” con su vecino capitalista del sur, aliado al imperialismo norteamericano, quienes, a juicio de Pyongyang, formarían parte de una conspiración universal de los países capitalistas, -teoría elaborada en la URSS de Stalin-, que permitiría no sólo justificar sus pruebas nucleares, sino además su propio régimen.

Al respecto, podríamos sostener, -y siguiendo los planteamientos de Luis Corvalán Marquéz referidos a la URSS-,[4] que si bien es cierto que esta conspiración no aparece de forma explícita, está claramente vinculada a las tesis del estalinismo del régimen que serían: a) que la construcción del socialismo en un solo país se traduce en un exaltado nacionalismo (articulada en Corea del Norte a la mencionada ideología juche); b) que en la medida en que se avanza hacia la construcción del socialismo más se agudizaría la lucha de clases, en tanto que las antiguas clases dominantes aumentarían su resistencia. Lo que, en consecuencia, acrecentaría la represión del Estado socialista hacia cualquier tipo de sospecha de “contrarrevolución”, -fomentada desde el extranjero-, traduciéndose en: primero, campos de concentración de trabajo forzado; segundo, encarcelamiento de cualquier sospechoso que se rebele contra el régimen; tercero, una desconfianza absoluta frente a cualquier influencia capitalista occidental; y, por último, la percepción de estar acechado constantemente por el enemigo colocando en alerta a sus fuerzas militares.

Lo anterior, por cierto, convierte al régimen de Kim Jong-un en un “estado policial” donde –seguramente- los servicios secretos deben cumplir un importante rol para la consecución del exterminio del enemigo capitalista.

A partir de estas conceptualizaciones de los peligros (imaginarios o no), se podría comprender, en parte, lo que ocurre en Corea del Norte, más allá de las imágenes por televisión donde se visualiza un régimen en extremo autoritario, tosco y primitivo. Sin perjuicio de ello, y al igual que Stalin, es posible constatar que la supuesta conspiración universal de los países capitalistas sólo reflejaría el primitivismo intelectual que personifica Kim Jong-un y su gobierno.

Fabián Bustamante Olguín

Instituto de Estudios Internacionales (INTE) – Universidad Arturo Prat

Profesor del Área de Humanidades, FCFM-Universidad de Chile.

Profesor de la Escuela de Sociología, Universidad Católica Silva Henríquez

 

[1] Benedict Anderon, Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo, FCE, 1991, p.19.

[2] Joan Antón Mellón (coord), Las ideas políticas del siglo XXI. Editorial Ariel, Madrid, 2002. p.49.

[3] Mateo Megevand, “Le culte a Kim, “religión” d´Etat de la Coreé du Nord”. Extraído desde www.lemondereligions.fr. [en línea] (20/11/2012).

[4] Luis Corvalán Márquez, La tesis sobre la conspiración universal del mal absoluto como recurso de la violencia extrema desde el Estado, Revista Mapocho, N°53, 2003. pp.233-254.

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