El retorno de la fronda aristocrática y el fin de las reformas de la Presidenta

“La democracia actual es la fachada de la plutocracia

Por Wari

21/07/2015

Publicado en

Columnas

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Herrero firmando libros“La democracia actual es la fachada de la plutocracia. Como el pueblo no va a tolerar una plutocracia abierta, el poder se transfiere nominalmente a éste, mientras que el poder real está en manos de los plutócratas. En las democracias los hombres de Estado son marionetas y los capitalistas son los que llevan las riendas: ellos dictan las guías políticas, ellos controlan a los votantes al comprar o ser dueños de la opinión pública. Mediante sus empresas y relaciones sociales controlan a los altos funcionarios de gobierno. La plutocracia de hoy es más poderosa que la aristocracia del pasado, porque no hay nada por encima de ellos, excepto el Estado, que a su vez es su herramienta y facilitador”.

Esta cita no pertenece a un agitador anti-capitalista ni a un analista decepcionado del Chile actual. Esta frase la acuñó el conde austríaco Richard von Coudenhove-Kalergi, uno de los grandes precursores del pan-europeísmo, en su libro Idealismo Práctico publicado en 1925. Noventa años después la afirmación del aristócrata europeo parece encajar bien con los recientes sucesos políticos de nuestro país.

Ciertamente, una serie de autogoles graves, como el de Caval, minaron la credibilidad del actual gobierno. Y para una figura política como Michelle Bachelet, que se nutre de su popularidad en las encuestas, la estrepitosa caída en los sondeos equivale a una parálisis política. Si no cuenta con la “cariñocracia” del pueblo, la mandataria parece no saber conducir el país. Sin embargo, las fuerzas verdaderas detrás de su derrumbe son los “plutócratas” de siempre, esos hombres (sí, hombres, no mujeres) que constituyen el poder permanente y real en este país.

La Presidenta Bachelet habló de un “realismo sin renuncia” para explicar por qué renunciaba a llevar adelante su agenda de reformas. Pero detrás de ello estaba la presión permanente de la “fronda aristocrática” chilena, que desde hace casi dos siglos ha levantado como referentes máximos del bienestar de la Nación a la economía (o sea, las grandes empresas de las cuales los miembros de la fronda son dueños) y la seguridad (o sea, que los chilenos, en especial los del sector oriente de la capital, todos miembros de la fronda, no tengan que sufrir el vejamen de que les roben su Porsche).

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Se trata de una clase —los plutócratas— cuyos ideales se resumen a dos conceptos: libertad y orden. Libertad para hacer negocios y ganar plata; y orden para que los trabajadores y también los flaites no les echen a perder el festín capitalista. Esta visión fue plena aunque inconscientemente reflejada por el subsecretario del Interior, Mahmud Aleuy, cuando afirmó hace unos días que un 30% de los participantes en las marchas estudiantiles eran delincuentes.

Sólo tres años después del libro del conde austríaco, una suerte de aristócrata criollo publicó su propio manifiesto político titulado “La Fronda Aristocrática en Chile”. Alberto Edwards Vives sostenía que las elites sociales fueron el actor clave en la gestación de la identidad nacional y la construcción del Estado en el Chile de comienzos del siglo 19. Su sobrino, Agustín Edwards Eastman, actual dueño de El Mercurio, se hizo eco de este pensamiento. En su tesis universitaria publicada en abril 1949 en la Universidad de Princeton y titulada “Anarquía y Autocracia en Chile”, sostuvo:

«La independencia fue ganada por los terratenientes criollos y los empresarios, el proletariado ignorante dejó llevarse por sus amos y peleaba por los patriotas o los realistas, dependiendo de dónde estaban las simpatías de sus amos… La Nación ya existía como un ideal y un sentimiento en la mente de las personas, y estaba representada por un grupo pequeño, un núcleo políticamente consciente, la oligarquía”.

Ese es el pensamiento permanente que orienta la filosofía de la “fronda aristocrática” chilena que en 2015, una vez más, pareció imponerse. Es una filosofía que antepone la economía a la democracia y el dinero a la libre expresión. Es el poder que a lo largo de nuestra historia se ha impuesto una y otra vez, varias veces de maneras sangrientas como en 1891 o en 1973.

En medio de la Guerra Civil de Estados Unidos, a fines del siglo 19, el presidente de ese país Abraham Lincoln dijo una vez: “En tiempos de paz el poder del dinero asedia a la nación y en tiempos de adversidad conspira contra ella. Los poderes de la banca son más despóticos que la monarquía, más insolentes que la autocracia, más egoístas que la burocracia. Ellos denuncian como enemigos públicos a todos quienes cuestionen sus métodos o arrojen luz sobre sus crímenes. Yo tengo dos grandes enemigos: el ejército del sur que está al frente mío, y los banqueros que están en mi retaguardia. De ambos, el que está a mi espalda es mi mayor enemigo”.

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Cuando hoy en Chile se habla de la necesidad de reactivar las inversiones privadas, que el país se está desmoronando porque no hay garantías para los empresarios, uno no puedo olvidarse de la historia. Si Bachelet y la Nueva Mayoría están renunciando a llevar adelante las reformas que a todas luces el país necesita, que digan que es por “realismo” para satisfacer a los intereses permanentes de la “fronda aristocrática”. Sean sinceros y digan que, una vez más, la “fronda” les ganó la mano. Y que, puestos en la disyuntiva, siempre optarán por complacer a los poderosos de siempre.

Ante el frenazo reformista —por ejemplo, ¿qué pasó con el “proceso constituyente” que debería empezar ahora en septiembre, según la propia Bachelet?— surge una duda válida: ¿es Bachelet víctima de la “fronda” o un miembro díscolo de ésta que decidió volver al rebaño? Al juzgar por la actuación de su nuera e hijo, que trataron de darle el palo al gato con el negocio inmobiliario en Machalí, uno podría pensar en lo segundo.

Como sea, en el Chile contemporáneo el camino seguro siempre parece ser el de girar a la derecha. Tal vez alguno de nuestros futuros gobernantes debería indagar más a fondo en una frase que pronunció alguna vez Henry Ford, el inventor del capitalismo industrial moderno: “Es mejor que el pueblo no entienda nuestro sistema bancario y monetario, porque si lo entendiera, creo que habría una revolución mañana por la mañana”.

Por Víctor Herrero

20 de julio 2015

Publicado originalmente en diarioUChile

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